El Trabajo y la educación de los hijos.

A menudo, en charlas y cursos surge de parte de los asistentes un tema que va volviéndose recurrente y que podríamos resumir como sigue: de qué forma podemos evitar en nuestros hijos la génesis de este personaje que tanto condiciona en la actualidad nuestras vidas. Nuestra respuesta  suele ser que, de entrada, las explicaciones que damos son básicamente para que los asistentes al curso entiendan su propio personaje.

También comentamos que la clave para relacionarse de forma efectiva con sus hijos es hacerlos en un nivel de conciencia despierto, donde todo lo que explicamos en el curso pueda hacerse evidente y, por tanto, también se pueda ver con claridad cual es su papel como padres en cada momento; finalmente, resaltamos también que pretender “salvar” a nuestros hijos de tener un personaje es una idea cercana a la utopía, al estar inmersos en un caldo de cultivo social en el que todo empujará al niño a luchar por una felicidad, que se supondrá externa, en base a destacar de algún modo, y a no hacerse ver de otro.

Sin embargo, y con una cierta independencia del grado de madurez al que hayamos llegado en nuestro desarrollo interior, hay en principio algunas realidades o principios que, entiendo, pueden ser  asumidas y/o compartidas cualquier persona que pretenda profundizar en su conciencia, o simplemente ser un buen progenitor.  A modo de ejemplo, os propongo la siguiente.

La realidad esencial del niño como un potencial inmenso que toma forma en tres ámbitos concretos: energía, amor e inteligencia, es algo que se muestra con evidencia a los ojos de  cualquier padre: la actividad casi incesante es una característica consustancial en los primeros años de la infancia, al igual que la curiosidad innata y las ganas de jugar y relacionarse con todo el mundo.  Por otra parte, que toda manifestación de estas capacidades surge de un fondo sustancialmente positivo es una sensación, si no certeza, que todo el mundo que ha tenido a su cuidado a un niño de corta edad ha experimentado. Así pues, si estas capacidades del niño brotan de un fondo con un potencial inmenso y eminentemente positivo, es fácil colegir que la existencia de una inadecuación entre la respuesta del niño y lo que el modelo social o moral le exige en un momento dado, lejos de dar fe de un defecto consustancial al niño es más bien reflejo de la necesidad de una mayor expresión de tal o cual virtud positiva existente en él. Si, estemos en el Trabajo o no, somos capaces de ver la situación bajo esta óptica, y actuar en consecuencia, conseguiremos, de una manera natural, dar al niño la oportunidad de desarrollar su naturaleza esencial, en lugar de crearle una sensación de limitación o, con el paso del tiempo, un complejo.

Una de las muchas consecuencias que podemos sacar de esta línea de razonamiento es que esta realidad no atañe sólo a nuestros hijos, si no a todos los niños, incluso al que le ha quitado el juguete, o al que le acaba de dar una patada en la espinilla. Esto, que a lo mejor ya no nos despierta tantas simpatías de entrada, es igual de cierto que lo anterior y, por su dificultad, un buen estímulo para nuestro progreso.

5 comentarios en “El Trabajo y la educación de los hijos.”

  1. Intentar estar despiertos ante nuestros hijos o nietos es una aportación importante. Reconducir al niño hacia lo esencial. Brindarle la presencia atenta que actúa como un ejemplo vivo de cariño, comprensión y ayuda, y que le amplia la perspectiva de su experiencia en todos los casos, y en especial en el ejemplo de la patada a la espinilla como genérico de agresividad, que es lo que produce más rechazo. Recordemos que el niño está percibiendo por doquier sucesos agresivos e hirientes, en los acontecimientos, y en el lastre cultural de los que manejan el poder mediático. Cuentos, programas de televisión, películas, etc. El niño siempre tiende a identificarse con el que tiene el poder. ¿Con qué personajes se identifica? Pero su comportamiento puede probar modos de relación que sean más gozosos para él. No hay que confundir el gozo con la satisfacción que le produce hacer justicia a su manera. Indicarle que su agravio puede tener otra respuesta más creativa, porque puede desencadenar una serie de sucesos tanto internos como externos mucho más sólidos y deseables para él y los demás. Animarle a investigar qué pasa cuando hace una cosa o bien hace otra. Pedirle cómo se siente. No hay que soltarle discursos. No se trata de convencer, sino de hacer que experimente, de que vea por sí mismo los resultados de su acción. Por supuesto que cuando está en peligro o pone en peligro a los demás, por pequeño que éste sea, hay que expresar una actitud directiva y rápida, puesto que no hay tiempo para probar. La espontaneidad que proviene de estar despierto, es deseable, pero no se puede confundir con la reactividad de los mecanismos del personaje, que aparentemente parecen espontáneos pero están anclados en las ideas que tenemos de nosotros y de los demás, y en los modelos sociales que hemos recibido en la época en que nos formamos como niños.

  2. Muy bien pero, a mi entender, seguimos poniendo nuestra atención, y por tanto la del niño, en sus manifestaciones externas: a ver si en vez de actuar así podría hacer algo más elevado.

    ¿Qué problema tiene la patada en la espinilla? Yo diría que casi todos los padres que nos hemos preocupado de ser conscientes hemos orientado a nuestros hijos sugiriendo que, en vez de devolver la patada a la espinilla, procuraran razonar y llegar a un acuerdo con el agresor. Y el resultado ha sido que han acabado recibiendo más que una estera; hasta que, al final, han tenido que apuntarse a un curso de dar patadas a las espinillas.

    ¿Por qué no procuramos que el niño se haga consciente de que es inteligencia, amor y energía y aprenda a utilizar y combinar estas capacidades de una forma creativa? Si nuestro hijo tiene un juguete y otro niño se lo quiere quitar, el hecho de obligarlo a prestárselo ¿le enseñará a ser generoso? A lo mejor, esta imposición le sugerirá que la realidad no le protege, porque ni tan siquiera puede esperar que su padre defienda sus intereses.

    Y ¿cuál es aquí el problema?: que nosotros queremos quedar como unos padres modelo que tienen un hijo modélico, versión generosa. ¿Qué es lo que falta aquí?: el respeto por el niño, imprescindible para dejarle tomar sus decisiones y comprobar el resultado que obtiene.

    Estoy muy de acuerdo con Jordi Calm cuando dice que lo pertinente es que el niño exprese más las capacidades que es, pero esto implica que los mayores no tengamos prevista la forma que ha de adoptar esta expresión más intensa. Y en cambio es necesario que el niño tenga conciencia de que tiene estas capacidades y puede usarlas de una forma creativa. Ahí está nuestra labor, en hacerle tomar conciencia de eso.

    Lo cual, dicho sea de paso, deja claro que la solución no es desentendernos del niño y dejarle hacer lo que le plazca.

  3. El escrito de Jordi Sapés incide en un tema importante, dejar al niño que exprese lo que es sin llevarle de la oreja hacia donde queremos que sea, porque si no, ocurre lo que dice Catherine Ecuyer en la contra de la vanguardia de hoy (http://www.lavanguardia.com/lacontra/20130111/54360763481/la-contra-catherine-ecuyer.html) que, citando a Jung, afirma que todos nacemos originales y morimos copias.

    Se trata de que esa originalidad se exprese con libertad, conociendo y adquiriendo dominio de los limites que la sociedad ha establecido para la convivencia, pero más como un marco necesario donde poder actualizar lo que es que no como un camino estrecho del cual está penalizado salir. Sin embargo, como dice Rosa, aparte de nuestra buena voluntad como padres y educadores, nuestra sociedad está constantemente lanzando mensajes, clichés, modas y estereotipos que no hacen sino abonar el terreno para que el niño se aparte de si mismo para tratar de encontrarse en determinados modelos. Y aquí debe jugar un papel importante el padre y el educador para darle al niño la protección y el cuidado que más necesita: preservar su esencia, su individualidad, su originalidad, ayudándole a expresarla y dándole valor por sí misma, amándole por lo que es y ayudándole en lo que hace, orientándole, corrigiéndole si es necesario, y cuidando siempre de que no busque identificarse con nada, porque ya lo es todo. Y, como dice Rosa, hacer esto de forma efectiva, real, creíble para el niño, que son niños pero no tontos, y si te oyen decir una cosa pero te ven hacer otra, si pudieran te dirían que estás ofendiendo la inteligencia que son.

  4. Me parece muy interesante este artículo y los comentarios derivados. Y me alegra que en ADCA se vaya tratando el tema de la educación de la mano de personas que han tenido experiencia en la educación de sus hijos desde la experiencia del Trabajo. Se agradece escuchar vuestro parecer.
    Sobre las personas que en los cursos os preguntan sobre cómo educar a sus hijos sin desconectarlos, como bien dices Jordi Calm, pretender eso es algo cercano a una utopía. Los factores de la desconexión son tan diversos… que me parece que lo único que podemos hacer es hacer camino…

  5. En este texto citaré a Antonio Blay “Para mí el único problema es: ¿al niño lo aceptas a él en sí mismo o solamente lo aceptas en la medida que se comporta de un modo u otro? Y, claro, tú no puedes aceptar al niño en sí mismo si tú no te vives a ti en ti mismo”. Ahí queda eso, un abrazo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio