Un claustro

Paseando por el claustro uno se da cuenta de que no cabe dar más importancia al paso siguiente que al paso presente porque, en realidad, no la tiene. El paso presente es el único que existe, de la misma manera que solo existe el ahora -al menos yo no he conocido todavía a nadie que haya vivido un momento que no sea el ahora-

Un claustro es un lugar muy especial. Allá, en aquel espacio cerrado, aislado del mundo exterior, la sensación es que el tiempo desaparece. Caminando por un claustro, por muy deprisa que vayamos, siempre volveremos al mismo punto. No hay un final de trayecto definido y podríamos ir dando vueltas ad infinitum sin llegar nunca a ningún lado. El hecho de no tener que correr para llegar a un destino concreto, nos permite recrearnos en el paso que damos ahora, en el peso del cuerpo, agarrarnos bien al suelo y disfrutar de una experiencia extraordinaria: caminar. Si para la mayoría de la gente ha dejado de ser extraordinaria, es debido fundamentalmente a que no le ponen consciencia y lo hacen de una manera mecánica. Las personas dan por supuesto que caminan, mueven los brazos y las manos, respiran, piensan o sienten y, por eso, no le atribuyen ningún valor especial. No obstante, son experiencias extraordinarias, profundamente sorprendentes si somos capaces de desarrollar una mirada fresca, parecida a la que tienen los niños, que no han perdido -todavía- la capacidad de admirarse de las cosas y de descubrir la novedad en cada uno de los momentos del día.

     Paseando por el claustro uno se da cuenta de que no cabe dar más importancia al paso siguiente que al paso presente porque, en realidad, no la tiene. El paso presente es el único que existe, de la misma manera que solo existe el ahora -al menos yo no he conocido todavía a nadie que haya vivido un momento que no sea el ahora-. El paso siguiente todavía no existe, no ha llegado. Por tanto, ¿por qué habría de dar más valor a una cosa que no está delante de mí y que tan solo es una posibilidad?

 

     Hace tiempo que pienso que si no somos capaces de caminar por un claustro de manera consciente, disfrutando plenamente de cada uno de los pasos, tampoco sabemos vivir. Puede parecer una afirmación un poco extraña pero lo cierto es que vivimos igual que caminamos en un claustro. Generalmente las personas vivimos dando más importancia al paso siguiente, es decir, al paso que todavía no existe.  De manera que no vivimos centrados en el paso presente y el ahora se nos escapa de las manos. Cuando vivimos esperando que la vida nos traiga algo mejor, de ninguna manera podemos aceptar lo que el momento presente nos ofrece. He aquí el origen del sufrimiento de buena parte de las personas.

 

     Así se vive hoy en día, esperando que llegue un mañana mejor, y mientras tanto, el momento presente se nos escapa de las manos de la misma manera que un turista se pierde la experiencia de caminar por un claustro, porque está esperando con ansiedad que el guía le explique la historia de un capitel que ha visto en el folleto y por el que está muy interesado. Si solo doy valor al momento en que el guía me informará sobre el capitel, todo lo demás pierde importancia. Es decir, todos los otros momentos pasan a ser «momentos prescindibles». ¡Y son la mayoría!

 

     No comprendemos que los mejores momentos solo están dentro de nosotros, que en realidad no hay mejores momentos afuera. La prueba está en el hecho de que lo que para una persona es el mejor momento, para otra no lo es. Incluso puede ser que para ésta sea un mal momento. Es decir, lo importante no es la forma que tenga el claustro, lo esencial es cómo vivo yo mientras paseo por el claustro.

 

     Por todo eso un claustro se puede relacionar con la vida. Nosotros paseamos por el claustro es decir, caminamos por la vida. Y seguramente la mayoría de las veces no podemos elegir por qué claustro caminaremos sino todo lo contrario: la vida nos pondrá delante un claustro determinado. Hay claustros de todas las maneras, más austeros y más cargados, y también claustros que van cambiando de forma a medida que pasan los años, pero raramente el claustro que nos encontremos dependerá de nosotros. Si de nosotros dependiera, escogeríamos siempre los más excelsos que pudiéramos imaginar. Pero no, lo único que podemos elegir de verdad es de qué manera caminaremos por el claustro que nos toque. Eso es todo lo que podemos elegir, que no es poco a mi entender. Podemos elegir entre caminar por el claustro a toda velocidad, esperando llegar a quien sabe dónde o bien buscar la plenitud en cada paso, valorando el paso presente más que el siguiente, que es lo mismo que aprender a valorar la vida por lo que es y no por lo que pudiera llegar a ser. En este punto, y no en otro, reside el libre albedrío que nos corresponde, por derecho, a los seres humanos. 

Con la autorización del autor, Sergi Pérez Rosés. Citando las palabras de Conchita Leonart Gurdji en «la dona que despertava marmotes». Ed La vocal de Lis 2019. pág 44-51

2 comentarios en “Un claustro”

  1. A mí me parece muy sugerente este relato.
    Pero no sucede lo mismo en los demás lectores.
    Animáos a dar vuestra opinión.
    Gracias Sergi por autorizarnos a publicarlo.

  2. Me encanta la idea de la que la vida nos plantea el claustro que necesitamos y que vaya cambiando de forma a medida que pasan los años.
    Realmente, todo es mucho más fácil. Sólo tenemos que ir dando pasos y gozarlos.

    Gracias Sergi por tu frescura y claridad.

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