Algunas de las cosas que le debo a Blay, el Maestro

Hace dos días hablaba con un amigo que no sabe si separarse, sobre la vida y lo que somos. Todo cambia, me decía, y lo que fue de una manera cuando me casé, ahora es de otra. Es verdad, pero me hizo reflexionar sobre mi vida y qué era lo que había permanecido. Hay algo en mí que no se ha modificado, le contesté: la demanda de sentido en esta existencia.

Recibí una educación religiosa. Un Sagrado Corazón sedente presidía el salón de mi casa desde que yo recuerdo. Mi padre me llevó a un colegio de jesuitas. De vuelta de algunos ejercicios espirituales, mi madre me preguntaba por los resultados. Yo no tenía una contestación clara, pero percibía que había algo más de lo que habitualmente vivimos, de lo que las relaciones humanas superficiales aportan. Lo tenía claro, pero lo vivía desde dentro y no encontraba palabras para transmitirlo, y las que me prestaba el catecismo me parecían insuficientes.

Con la llegada de la adolescencia la cosa se complica. Porque hay una exigencia de dar respuesta lógica a todas las preguntas, eso me llevaba a tener largas discusiones filosóficas con los amigos. Pero me iba separando de la experiencia interna, personal, que de manera natural había vivido. Y me hice atractivo a los que buscaban seguidores de grupos religiosos, estaba perdido. En los años universitarios pasé al grupo de los buscadores, y un amigo me habló de Blay.  Me resultó muy atractiva su visión porque partía de su propia experiencia sin dar nada por cierto, hasta que no lo vivía y lo hacía suyo personalmente. Eso situaba su “curso de autorrealización” en un lugar cuya sinceridad y libertad de prejuicios me convenció profundamente. Pero…, lo que es el lenguaje, pensamos que es transparente y de eso nada. Entendí autorrealización como “hágalo usted mismo”. Me parecía que yo solo podía hacer el Trabajo que Antonio nos propone, y no es así.

Mi deseo de sacar todo el provecho, todo el jugo, toda la plenitud que la vida nos puede dar, se mantenía. Eso me llevó por el camino del yoga, la meditación, el Tai Chi…Un día en un curso de Reiki, uno de los alumnos, de unos 70 años, nos dijo que él había conocido unos 20 tipos diferentes de caminos espirituales. ¿Y no has seguido ninguno? Le pregunté ¿Estás aquí buscando el 21º? Entonces me di cuenta de que yo estaba perdiendo el tiempo. La demanda seguía allí y la única respuesta que en definitiva había dado hasta entonces era la de “ser bueno”. El buenismo es una forma común de dar cabida a los que quieren un crecimiento espiritual. Dios es amor y todo eso, y si soy bueno evito hacer daño a los otros y no me tengo que arrepentir de nada. Si me sucede algo malo, siempre puedo decir que no me lo he merecido, te das una dosis de autocompasión y ya está.

Pero todo está en la infancia, hasta las reflexiones más profundas. Recuerdo que, durante una Misa, tendría yo unos 9 años, reflexionaba sobre la figura de un tío mío, misionero jesuita, que me parecía la persona más atractiva de las que yo conocía.  Me decía que él no tenía que ser bueno, sino que si lo era es porque le salía de natural, no como una obligación. Porque no era posible la bondad como resultado de un deber moral sino porque surja de dentro. Así pues, había que seguir buscando, ya que tampoco vale lo de “hay que ser bueno”.

Era la hora de ponerse a hacer algo que valiera la pena, algo en lo que yo pudiera confiar, algo que se pudiera palpar como real, sincero, vital. En vez de transitar por caminos aprendidos, repetidos como de memoria, recitados, que no se sabe de dónde vienen. En definitiva, necesitaba experimentar algo de verdad, como Santo Tomás, tenía que tocar. Allí seguía mi demanda, que tenía que ser satisfecha no desde la confianza en el que lo dice, sino desde el valor de lo experimentado.

Lo siguiente lo podéis imaginar: búsqueda en internet, encuentro de páginas que hablan de seguidores de Blay, e mails, contactos con Jordi Sapés. Y lectura del libro “salir del laberinto” (gratuito en www.aticzendo.com )

Os lo recomiendo. Ahora se podría reescribir de otra manera, pero habla con la pedagogía del maestro: claro y directo, sencillo. Puedes hacer el camino espiritual que quieras (nos dice, escribo de memoria), pero decídete por uno y síguelo.

 Pues ya está, empecé el Trabajo y aquí me tenéis. Con el corazón abierto, la inteligencia dispuesta y con la energía que soy para lo que decida hacer.

En ese camino han sucedido muchas cosas, porque el transcurrir de la existencia a todos nos lleva por situaciones variadas; felices y dichosas unas, tristes y dolorosas otras. Aprendo cada día que todas ellas son necesarias, y que vienen para algo. ¿Cómo es posible que Blay diga que hay que distinguir entre la vida y las formas de vida? Pues sí, en efecto. Somos formas de vida, de la misma vida que late en todos y cada uno de nosotros. Mi madre, de 98 años, vivió una existencia larga, difícil por toda la historia de este país en el último siglo, y murió hace 15 días, rodeada del cariño de sus hijos y nietos. Qué triste, a pesar de su edad. Yo me sentía muy unido a ella. Nueve días más tarde nace mi primer nieto. ¿Os podéis imaginar la alegría que esto supone? ¿Dónde está la verdad, en lo uno o en lo otro? Pues en las dos cosas. Porque forman parte de una única verdad, la de la existencia, que es vida, que es perfecta que se reproduce a sí misma, y que se alimenta. Allí estoy yo metido, en esa realidad, y todos vosotros. Podemos tener una mirada rasa, está bien. Podemos mirar desde las alturas. También está bien. Pero desde una veremos más que desde la otra. Nos daremos cuenta de lo que no observábamos desde abajo y sin embargo siempre estaba allí. De que la luz lo llena todo y lo que parecía triste y en sombra, desde arriba se ve más entero, más completo, más en relación con todo lo demás que le rodea, formando parte de la unidad, del todo que somos, de la única verdad y del único amor que llena todo y cuya esencia compartimos.

¿Por qué todo tiene que ser a veces tan doloroso? La realización personal se produce por sufrimiento o por discernimiento, nos decían en el I Congreso sobre Blay en Ávila. Todos nos apuntamos al discernimiento, porque lo de sufrir no nos gusta, pero resulta que éste viene al final, cuando ya tienes una buena parte del camino recorrido.

¿Y el gozo? ¿Cuándo viene el gozo? Pues en cada instante. Empezando a hacer el ejercicio de los despertadores, la diferencia entre la existencia en el nivel habitual de conciencia y ese otro en el que estoy despierto es tan grande, que parece imposible por la intensidad de lo que se experimenta. Al hacerme presente en mi conciencia siento una paz profunda, que no hay nada que perdonar, porque todo está bien, y no debes nada a nadie ni nadie te lo debe a ti. Porque yo soy esa paz y soy capaz de vivirla, sentirla y mostrarla. Con el tiempo vivir despierto se va haciendo lo habitual, y esa experiencia la noto con esa intensidad tan solo ocasionalmente. Se ve sustituida por una percepción más íntima, más sutil, permanente. Y por una sensación profunda de unidad, de que somos Uno, en la única Unidad que existe, que Es y que nos constituye, por encima de todas las infinitas formas que hay, que ha habido y que habrá.

No quiero terminar sin referirme a lo colectivo. Blay y sobre todo Jordi Sapés han hecho una reflexión sobre lo que significa esta unidad en el nivel horizontal, terrenal, social. A veces se entiende la espiritualidad como un salir del mundo, alejarse de él para que se me resuelvan mis problemas y sea feliz. Y el otro o los otros ya se “buscarán la vida” por sí mismos. Porque las injusticias que sufre el otro no me competen. Esta visión tan común hoy en día, choca frontalmente con la esencia de lo que somos. Yo no puedo ser yo si no hay otro delante de mí que permita preguntarme por mí y por él. Yo no puedo actualizar mi energía, mi capacidad de hacer, si no hay algo sobre lo que actuar. Yo no puedo actualizar el amor que soy si no tengo a otro a quien amar. En definitiva, mi ser es porque hay otros alrededor de mí. Actuando en el colectivo, en lo social, al final descubro, cuando doy toda la vuelta y veo despierto el resultado de lo hecho, que yo soy mi prójimo porque tú estás en mí, yo estoy en ti y entre tú y yo no hay distancia. 

El Trabajo me enseña a mirar y mirar y así conseguir ver lo que soy. Lo característico, lo peculiar, es que no me habla de teorías (esas ya me las sé, me decía un amigo) sino que lo hago desde la cotidianidad, desde mi consulta de médico cada mañana, desde la relación con mi mujer y mis hijos cada día, desde la parada del tren de cercanías o el señor que se cruza echando gasolina al coche, o la vecina que se encuentra mal porque ha tenido un disgusto. Levantarse cada mañana, viviéndome protagonista de mi existencia, sabiendo que soy yo ese que está empezando el día, y que cada lunes es diferente al otro, porque cada momento es único y no hay dos iguales. Y que el exterior se me está ofreciendo para que yo ponga en él toda mi capacidad y así hacer este mundo, o mi pequeño mundo, un poco mejor.

7 comentarios en “Algunas de las cosas que le debo a Blay, el Maestro”

  1. La vida es un libro abierto en el que vamos escribiendo con la gente que uno se encuentra. Yo me crucé con vosotros cuando uno dudaba si a esa edad, ya cincuentón, se podía seguir aprendiendo.
    La respuestra es obvia. Gracias

  2. Creo que no importa cuándo se comente, acabo de leer este artículo y encierra palabras tan hermosas que una sola frase sirve para una meditación profunda de lo que significa la conciencia colectiva.

    «Mi ser es porque hay otros alrededor de mí».

    Gracias Carlos.

  3. Gracias Carlos por compartir tu experiencia. Hay un refrán que dice “Dios escribe con reglones torcidos”, nos perdemos, buscamos y vuelta a empezar, aparecen señales que ignoramos, pero el Ser Supremo sigue paciente marcando el camino en nuestra existencia.

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