Apariencia y realidad de las personas

Las personas no son buenas o malas, perfectas o imperfectas, orgullosas o egoístas o generosas o santas. La persona nunca es ninguna cosa; la persona es el conjunto de cualidades emotivas que se expresan en un momento, en un lugar; es el conjunto de los rasgos divinos que se expresan en un grado más o menos elemental, pero que están en un proceso de constante transformación. La imagen que nosotros nos hacemos de la persona es una imagen fija, estática, es una instantánea de la persona. Y a esa instantánea le asociamos unas cualidades, o unos defectos, y valoramos esta instantánea. Esto es lo erróneo.

Atribuimos a la imagen instantánea que tenemos de esa persona en nuestra mente unos atributos: es bastante inteligente, es hábil, tiene este defecto, esto otro; hacemos una ficha de ella que nos deja muy satisfechos, porque así creemos tenerla clasificada. Pero la persona no es eso, la persona es una fuerza creadora que se manifiesta, es una inteligencia en un grado de manifestación, es una armonía, un amor, una belleza que está en expresión, a un grado o a otro, a un nivel o a otro; todo lo que vemos de amable, de agradable, de positivo en la persona es lo positivo que se expresa en la persona, no la persona; igualmente, todo lo negativo que vemos en ella es lo que nosotros estamos rechazando de aquella persona. Pero en realidad no es que aquella persona sea positiva o negativa; lo único real son unas cualidades que están en un constante proceso de fluir, y que esas cualidades se conjuntan, se unen, en un momento dado, para formar lo que aparece como una persona. La persona es una suma de cualidades, pero una suma que está en constante variación, en constante proceso. Yo he de aprender a ver en la persona estas cualidades en expresión, y no verlas como atributos estáticos de cualidad o de defecto. Cuando yo digo que una persona es de un modo, le pongo una etiqueta, estoy falseando la verdad. La persona no es inteligente, la persona no es buena, no es egoísta, no es orgullosa. Hay una inteligencia que se expresa en la persona, una generosidad que se expresa en la persona, una autovaloración que se expresa en la persona, una fuerza de conservación que se expresa en la persona.

Pero siempre es de esta manera: es una cualidad que pasa. No se trata de que la persona sea eso; la persona no es ninguna de esas cosas, como yo no soy ninguna de esas cosas. Yo soy yo, yo soy un centro espiritual del cual surgen las cualidades que se expresan dinámicamente, y que, en contacto con lo que yo llamo exterior, forman eso que llamo personalidad. Pero esa personalidad es un proceso dinámico constituido por esa dinámica interior en interacción con lo que llamamos exterior. En ningún momento yo soy una inteligencia determinada, y un modo afectivo determinado, ni una sexualidad determinada, nada que sea determinado.

Me gustaría que esto se comprendiera bien, porque entonces descubriríamos por qué no debemos apegarnos a las personas. No podemos apegarnos a las personas, no por precaución, no por miedo, sino porque no hay nada a qué apegarse. Es como si yo quisiera apegarme al río; no puedo hacerlo; el río pasa, el agua fluye. Es mi percepción visual la que me da la idea de que es el mismo río, de que es la misma agua. El agua está continuamente en un proceso de fluir, de cambiar. Y así está absolutamente todo lo que existe en nosotros y en todos los demás. Todo es un río de cualidades que se expresan en un grado u otro, y que dan una apariencia u otra; pero esa apariencia es cambiante, y no hay nada en las personas que sea estático. Nosotros, a esa instantánea que hacemos de la persona, a esa imagen, le añadimos unos atributos y se los dejamos colgados de esta instantánea. Entonces creemos que la persona es un determinado número de cualidades y defectos. La persona no es esto, la persona es constantemente expresión de algo. Por lo tanto, cuando yo veo lo amable, lo bueno, lo positivo que hay en alguien, es la expresión de la cualidad lo que he de valorar en la persona, y no la persona. Yo he de aprender a valorar la inteligencia que se expresa en la persona, la belleza, la armonía, la sutileza, la potencia, la cualidad que sea, pero en tanto que cualidades que la persona expresa, y no como imagen estática de la persona.

Si aprendiéramos a ver de este modo a nuestros amigos, a nuestros familiares, puedo garantizar que cambiaría por completo nuestro modo de relacionarnos y de actuar con ellos. Porque es debido a esta imagen estática que me he formado de ellos que yo estoy exigiendo a esa persona que se comporte de un modo y no de otro. Es a causa de que he puesto una etiqueta, que yo no puedo admitir que ella actúe de otro modo. Cuando aquella persona se separa de este esquema que me he hecho, entonces me enfado, protesto, me irrito con la otra persona. Si yo aprendiera a ver que aquella persona en ningún momento es en tanto que persona aquello, sino que es sólo un medio de expresión de cualidades, estaría aprendiendo a descubrir y aceptar las cualidades que aparecen ahí, más altas o más bajas, pero no estaría exigiendo unas formas determinadas, un patrón determinado. Esta inmovilización que estoy exigiendo es una falsedad, un error que forzosamente se ha de convertir en conflicto cuando choca con la dinámica del vivir.

 

Texto extraído del libro Caminos de Autorrealización Tomo III, Editorial Cedel. 1983 

 

3 comentarios en “Apariencia y realidad de las personas”

  1. Me encanta el texto, pero siempre creo que si yo no hubiera hecho un trabajo de base sobre la identificación con los patrones aprendidos ( el personaje ) no puedo ver en los demás ni en mi esto que dices. Una vez visto hay que seguir trabajando en ello porque ya sabemos que es un trabajo de constancia para poder vivir con mayor conciencia lo que somos y por añadidura a todos los que nos rodea.

  2. Hace años conocí a un fraile que tenía fama de gran maestría entre frailes y jóvenes.
    Al acercarse semana santa y Pascua, solía decir:
    «Celebramos los santos Misterios para así poderlos entender mejor.»
    No sólo para llevar con mayor alivio nuestras propias cruces, sino también para poderlas entender mejor.
    La realidad es dinámica y si la comprendo mejor, me comprendo mejor a mí mismo y a los demás. Creo un espacio interior de mayor esperanza.
    Puedo cambiar y permitir que los demás cambien si así lo desean, sin tener que pagar ni cobrar ninguna tarifa especial.

  3. El otro dia, escuchaba en el telediario, como se dirigía el Papa al pueblo mejicano: les hablaba de la corrupción de los políticos, de los abusos sexuales por parte del clero……y al final concluia»todos somos necesarios». El personaje nunca habría reparado en esta conclusión final, habla del elevado nivel de conciencia del Papa; ahora la puedo entender, y vislumbro su significado; cuando miro al otro, recuerdo lo que soy y las palabras sabias del Papa.

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