La alegría de vivir
En los primeros compases de la mañana, recién abiertos los ojos, es habitual que el ser se sitúe en una zona nítida y ligera de presencia en la que cada objeto tiene peso, color y forma al tiempo que demuestra una inalterable voluntad de permanencia, como centros intemporales que se irradiaran a sí mismos en una explosión de creatividad. La sesión de Centramiento, lejos de ser un ejercicio cerrado, apuntala un estado que extiende su influencia a lo largo del ciclo vital que comienza, y te coloca en una posición privilegiada antes de la inmersión plena en el fragor del Trabajo, en ese continuo de autoobservación y despertar sostenido, de relaciones interpersonales que espolean mecanismos recurrentes, de conciencia expandida, de recaída en actitudes con personas cercanas y queridas, de redespertares, de remanentes del subconsciente que se manifiestan con titubeos, tartamudez o complejos, de conciencia de la rabia aun desatendida que te da la medida del amor que puedes dar, de unidad, de desidentificación, de distancia cercana…y de tantas cosas. Acabada la jornada, uno procura lanzar una mirada retrospectiva de lo acontecido, que le devuelve parte de aquella paz inicial y le sirve para rectificar en diferido los espacios vacíos del personaje. Lo maravilloso y notorio de todo este encadenamiento de experiencias es que se sostiene en una nueva fragancia, en un sentimiento inédito: el deseo y la alegría de vivir.