El otro día, saliendo del trabajo, vi un grupo de personas en medio de la carretera. Paré y vi que había un hombre tirado en el suelo. Estaba muy adormilado y balbuceaba alguna palabra. Nadie sabía con exactitud lo que le había pasado. Le preguntaron si había bebido y asintió.
Me acerqué y le pregunté su nombre. “Me llamo Sergio”, dijo. Era un hombre de mediana edad y su aspecto era muy desaliñado.
Una de las personas llamó a la ambulancia. Al ver que no llegaba, llamaron a la policía. En un momento, Sergio, estaba rodeado de personas que querían ayudarle. Policía, guardia urbana, mossos d’escuadra y personal sanitario que entraba y salía del hospital.
La policía me informó de que no se podía hacer nada por él. Sergio debía ir voluntariamente al hospital, no podían llevarle a la fuerza. Sergio apenas podía levantarse del suelo y era difícil que tomara una decisión coherente en su estado.
Pregunté que opciones tenía y dijeron que ninguna. Comentaron que “tenía que dormir la mona” porque en ese estado no le admitirían en ninguna entidad social.
Poco a poco, desapareció todo el mundo y me quedé a solas con él.
No sabía qué podía hacer, pero pensé que debía acompañarle. Estuvimos hablando largamente y me contó muchas cosas.
Era de México, y había perdido seis hermanos a causa del coronavirus. Habló de uno de sus hermanos con mucho cariño, dijo que era su referente y confidente. Lamentaba no haberse podido despedir de él y lloraba porque había muerto solo en el hospital.
Poco a poco pude ver a Sergio de otra manera. Ya no veía su aspecto físico ni la condición en la que estaba, lo miré con más profundidad.
Miraba sus ojos y la expresión de su cara. Tenía una sonrisa preciosa.
Mientras hablaba con Sergio, mi actitud cambió. En un principio, creí que era yo la que ayudaba, pero en realidad no fue así. Ese momento de comunicación sincera y profunda, nos ayudó a los dos. Me sirvió para mirar al otro tal como es, sin prejuicios.
Después de haber vivido la experiencia de Oseira y su preparación previa, veo que este hecho está muy relacionado con la interpretación que Jordi Sapés hace sobre el “Decálogo”.
Somos capacidad de ver, amar y hacer. Debemos actualizar estas capacidades aceptando que tenemos una responsabilidad en el colectivo, también debemos tener respeto por nosotros mismos y por los demás, por nuestra manera de ser y la de los otros; el que sean distintos a nosotros, no es un problema, es un regalo.
Prestar atención a nuestra naturaleza espiritual implica y profundizar en la apertura a lo Superior y ver a Dios en todo lo que nos rodea y acontece.
En este contexto Dios me hizo un bonito regalo. Poner en práctica eso de ver al otro sin el filtro del personaje que me hace parecer mejor y más sabia que los demás.
Realmente, fue muy fácil ver a Dios en la persona de Sergio.
Maju Rodríguez
Realmente se nota cuando uno toca el Amor y a ti te ha tocado.
Un abrazo.
Ese es el camino, Pilar. Tocar y dejarse tocar por el amor❤️❤️
Muchas gracias Maju por compartir esta experiencia tan bonita!!
Un abrazo!!
Gracias Maju por compartir tu experiencia. Realmente Dios está en todo y en tod@s.