El Evangelio es un texto expresamente escrito para no ser entendido si se pretende leer como una obra de ensayo. Está escrito para las personas que han despertado a la conciencia e intencionadamente velado para aquellos que no han hecho un esfuerzo por ver.
Es cierto que, siguiendo la costumbre oriental, Jesucristo recurre con frecuencia a la práctica de explicar unos cuentos breves, llamados parábolas, que hay que interpretar. Pero en ellos no encontramos consejos morales apropiados para dar un tono ético y ejemplar a nuestra existencia; al contrario: tropezamos con planteos a todas luces injustos y contradictorios, cuando no claramente rechazables, puestos expresamente para llamar nuestra atención.
Los que ya tenemos cierta edad recibimos de pequeños una educación religiosa por parte de una Iglesia católica que se responsabilizaba de interpretar estos fragmentos. Probablemente, despertaron en nosotros las ganas de comprenderlos, pero no tuvieron demasiado éxito en explicarlos. El dogma resulta cómodo para evitar preguntas, pero no necesariamente resulta convincente si hay que contestarlas. Sin embargo, consiguieron despertar nuestro interés de la forma que reflejamos en la aproximación inicial [dentro de cada capítulo] que denominamos Recuerdos escolares.
Pretendemos que esta aproximación inicial sirva de introducción para los más jóvenes que, no sabemos si por suerte o por desgracia, han llegado a la madurez ignorando el mensaje del Evangelio. Nosotros hemos vuelto a él después de recorrer otras tradiciones religiosas o filosóficas, en busca de una luz que finalmente encontramos en el camino de Antonio Blay.
La propuesta de Blay resalta por su claridad, a la hora de presentar la existencia como una manifestación de la esencia, conectando así dos niveles que la educación que recibimos presentaba como mundos paralelos. Tanto la espiritualidad católica como las de matriz oriental proponían unos objetivos que parecían imposibles de encarnar para personas normales. Blay demostró, con su experiencia personal, que el nivel terrenal solo tiene sentido considerado desde la espiritualidad, y para transmitirla estableció una serie de conceptos que definen el ámbito psicológico y metafísico. Estos conceptos, que hemos denominado claves simbólicas, son los que hemos utilizado para traducir los textos evangélicos a un lenguaje actual, que habla de situaciones habituales en nuestra existencia.
La traducción aparece a continuación con el título explícito de: Interpretación según la línea de Antonio Blay. Está claro que es una interpretación que parte de unas premisas cuestionables: las citadas claves; pero a nosotros nos ha sorprendido la facilidad con que su aplicación revela el sentido oculto y las indicaciones concretas que los textos contienen, y nos ha parecido interesante comunicarlo a las personas que buscan una orientación procedente de lo Superior.
No hemos tenido más que establecer una equivalencia entre las figuras que aparecen en las parábolas y los conceptos que manejamos en nuestra línea de Trabajo, para constatar que el Evangelio contiene indicaciones muy precisas para atender situaciones que se resisten a ser asimiladas y tratadas en clave espiritual. Curiosamente, estas indicaciones suelen poner en solfa nuestra idea de bondad, espiritualidad, devoción etc. Y es que la trascendencia no tiene nada que ver con ninguna idea.
El Evangelio exige un salto previo en nuestra conciencia para aprovechar sus indicaciones; el famoso: «¡Levántate y anda!». Después de leer, reflexionar y asimilar estas observaciones, nuestra existencia cambia forzosamente. En el último apartado que titulamos Indicaciones para el Trabajo espiritual, queremos compartir con cualquier persona interesada en la trascendencia las enseñanzas que hemos descubierto trabajando estos fragmentos.
Jordi Sapés de Lema. “El Evangelio interpretado desde la línea de Antonio Blay”. Páginas 25-27. Colección Jordi Sapés. Editorial Boira. 2020.