Pero eso que hablamos del deseo como proyección de futuro, podemos verlo también desde otro ángulo distinto.
El deseo es el lenguaje por el cual se anuncia nuestro crecimiento. Todo crecimiento, todo desarrollo, se anuncia previamente a través del deseo. El niño pequeño que necesita moverse, que necesita gesticular, tocar las cosas, que necesita tratar de incorporarse y ver hasta donde puede llegar o no llegar…; cuando después el niño necesita un afecto, una comprobación de que es aceptado…, cuando después tiene una curiosidad intelectual, y va experimentando… Todo esto lo hace porque hay algo que lo empuja por dentro, porque hay un impulso que se manifiesta en su conciencia en forma de deseo, en forma de ganas de… hacer algo. Estas ganas de, son el lenguaje por el cual se manifiesta todo lo que es y todo lo que va siendo.
Todo lo que nosotros somos ahora, primero ha sido un deseo. Es el deseo de andar, las ganas de andar, lo que ha permitido que nosotros ejercitáramos el andar y desarrolláramos la capacidad de andar. Es el deseo de comprender lo que ha motivado que nosotros preguntáramos, que leyéramos, que reflexionáramos, y así se ha formado una noción de las cosas. Es un deseo de algo superior lo que nos ha hecho inquirir, lo que nos ha hecho experimentar, de un modo o de otro, y que nos va dando una determinada experiencia. Siempre el deseo es el lenguaje anticipado de la realidad.
Muchas personas demuestran que no viven, o que no viven bien, precisamente porque no tienen deseos. Cuando la persona no tiene ganas de, no tiene ánimos de, está desanimada…; es cuando estas fuerzas vivas de dentro no se manifiestan en forma de deseo, de aspiración o aspiraciones. No porque no estén dentro sino porque algo les impide que se manifiesten. Entonces la persona vive como si no tuviera deseos y al vivir como si no tuviera deseos vive como si no viviera.
Diríamos que hay algo que nos hace existir, una inteligencia, una voluntad, algo… llamémosle Vida, llamémosle Dios, llamémosle el nombre que queramos. Y este algo se expresa siempre de una manera dinámica, se expresa a través de todos los niveles; a través del nivel biológico, a través del nivel mental, del nivel espiritual, del nivel estético, del nivel que sea, y siempre se manifiesta mediante esta demanda de algo, esta búsqueda de algo, esta ilusión por algo.
Todos nuestros deseos tienen una realidad, una justificación y una importancia extraordinaria. Cuanto más se manifieste en nosotros conscientemente un deseo, eso significa que hay una fuerza disponible, que hay un móvil claro, intenso, y que por lo tanto se podrá realizar aquello que deseamos. Todo deseo no es nada más que lo que nos empuja a ser más, a vivir más, a actualizar más nuestro potencial interior. Lo mismo si se trata del deseo de tener dinero, que si se trata del deseo de llegar a la santidad, que si se trata del deseo de vivir en paz en un rincón de una montaña.
Todo deseo es expresión de algo que quiere actualizarse, por lo tanto todo deseo es para nosotros no sólo una realidad empírica sino que es una realidad en el sentido de valoración profunda de la cosa deseada. Es una promesa, es el anticipo de una realidad que hemos de vivir; es un derecho y una necesidad que hemos de poder culminar.
Extracto del libro Conciencia, existencia, realización (1995)
Este fragmento de Blay pone el acento en la importancia que tiene el deseo para movilizar el amor y la creatividad que somos. De hecho, cuando satisfacemos un deseo nos ponemos de inmediato a desear otra cosa para poder experimentar esta ilusión por ampliar nuestra experiencia.
Esto es algo que debiéramos tener presente a la hora de inundar de regalos a nuestros hijos, sobrinos o nietos con motivo de las navidades, reyes o aniversarios. En la práctica estamos ahogando el deseo de estos niños y su capacidad de amar y ser creativos.
Totalmente de acuerdo con esto de inundar de regalos a nuestros hijos Jordi y además por extensión quizá podría ser un reflejo de nuestra sociedad de consumo ¿Cómo se puede inutilizar la capacidad combativa del ser humano? Llenándonos de deseos por conseguir cosas materiales y un estatus social hasta el hartazgo, momento en el que uno pierde el ímpetu por expresar su individualidad como ser humano y empieza a navegar por esta sociedad como un zombi a remolque del que le ha suministrado un “aparente bien estar”
Blay plantea el deseo como motor de desarrollo, como desencadenante, bien distinto de la perversión de este deseo genuino de la que nos advierten Imanol y Jordi, que, por este camino, a menudo acaba convirtiéndose en capricho, precisamente por el aniquilamiento de esta ilusión. Me gusta especialmente este carácter de sintonía con Dios con la que Blay viste al deseo, como si, de alguna manera, todo remara en la misma dirección: la actualización de nuestra realidad esencial.
Estoy de acuerdo en que capricho no es deseo. El deseo nace del interior, es la fuerza vital de los tres centros actualizando el potencial. Un capricho solo es un pensamiento al que le hemos hecho caso, no tiene sustancia. Pero mi pregunta es: podemos convertir un capricho en deseo?
Es bueno distinguir cuando se trata de una demanda del ser en la persona, que cuando se trata de lo que pide el pensamiento compulsivo del personaje. Este último si tiene persistencia acaba manifestándose. Puede que esta manifestación sea un error. Es decir no aportará un crecimiento, sino un estancamiento. Además el error o falta de discriminación conduce al sufrimiento. Esto también lo expone Blay. Pero el sufrimiento, si uno no se satisface en él de forma mecánica, ayuda a tomar consciencia de la equivocación.
El error no puede opacar la luz verdadera, que tarde o temprano acabará imponiéndose por naturaleza esencial. El ser esencial no tiene prisa. El potencial igual sirve a un pensamiento del personaje, que a una demanda verdadera. Es por eso que es tan importante desmantelar al personaje, y no enredarse en su telaraña.
La pregunta que ayuda a discriminar sería: ¿es el deseo como anticipo de la Realidad, que nos llama a que expresemos desde el interior alguna cualidad esencial?; ¿o bien es el deseo que pide que obtengamos del exterior una cualidad determinada?. Lo primero desarrolla al yo experiencia, lo segundo aunque no lo parezca lo desvitaliza. Lo primero es una actualización, lo segundo una absorbencia desde el vacío, es decir, sin el yo central despierto.