La educación que reciben los niños les obliga a sustituir su capacidad de ver, amar y hacer por una determinada visión del mundo, una moral concreta y un conjunto de protocolos destinados a actuar en cada situación. De esta manera, cualquier pensamiento, emoción o acto se clasifican automáticamente en adecuados o inadecuados, según respondan o no al modelo de referencia.
Desde luego, hay formas de hacer que son adecuadas o inadecuadas en relación al objetivo que uno pretende; por ejemplo es materialmente inadecuado cocer el arroz echando directamente los granos al fuego y socialmente inadecuado no saludar al vecino si quieres mantener buenas relaciones con él. Es lo que Kant denomina: imperativos hipotéticos: protocolos de obligado cumplimiento para alcanzar determinados objetivos. Enseñar esto a los niños parece lógico y necesario.
El problema es dónde queda aquí el protagonismo personal. Si reflexionamos un poco veremos que este planteamiento obliga al individuo que pretende ser él mismo a mostrarse inadecuado: a estar en desacuerdo, a desobedecer o a sentir emociones inconfesables. El desacuerdo o la desobediencia es algo difícil de mantener si no quieres entrar en conflicto con el entorno. Lo mismo sucede con las emociones inadecuadas de carácter positivo, es decir gratificantes, como puede ser, por ejemplo, que te guste algo prohibido.
En cambio las emociones negativas están a nuestra disposición y cualquiera puede elegir las que más le convengan porque se justifican en la crítica de los que incumplen el modelo. Está prohibido que me guste el marido de la vecina pero me puede disgustar que el mío no me quiera lo suficiente. Esto está bien visto porque ya de pequeños nos explicaron que teníamos una tendencia a ser malos que era indispensable reprimir. Así que el personaje tiene barra libre para toda clase de emociones negativas contra el mal.
Eso explica la afición que tenemos por la crítica a todo y a todos y la facilidad con la que nos sentimos agraviados, ninguneados o maltratados. La razón de esta inclinación es que esto nos permite sentir, experimentar emociones que no son las obligatorias sin caer en la inmoralidad sino justo lo contrario: apareciendo como especialmente buenos y sacrificados.
Como sentir lo correcto acaba siendo innecesario porque es obligado, la única manera de experimentar emociones es sentirnos desilusionados, defraudados, ignorados, estafados, maltratados, etc. En estas emociones nosotros somos los protagonistas, utilizamos al otro como pretexto pero decidimos nosotros.
Poco a poco, nuestro centro emocional se va emponzoñando y cada vez nos sentimos más solos y abandonados, al borde la angustia de soledad. Y así acabamos recurriendo a la reina de las emociones negativas: la autocompasión, el pobre de mí qué desgraciado que soy; como no me quiere nadie me quiero yo mismo. Y si alguien me quiere ha de demostrarlo dándome la razón, apoyándome y compadeciéndome por lo que sufro; y andar con pies de plomo para no agravar este sufrimiento. El agravio y la autocompasión son una verdadera epidemia del alma.
Claro, cuando despiertas y tú eres tú, todas las razones para sentirte defraudado caen de repente porque se quedan sin el punto de referencia del modelo. Entonces el otro también puede ser él mismo; y como no se te ocurre juzgarlo sólo puedes interesarte por él y disfrutar de su forma de ser. Cualquier forma de ser es interesante de por si cuando prescindes del egocentrismo del personaje. Pero si además es compatible con la tuya en alguno de los múltiples ámbitos que propone la existencia, tus emociones serán constantemente positivas.
Tenedlo muy presente esto: cualquier emoción negativa es del personaje, porque la Totalidad está hecha de todas las formas que incluye; y no sobra ninguna.
En la medida en que mi personaje lo he ido adelganzando al no darle el alimento de esas emociones negativas y de auto compasión, he ido paralelamente creando espacio en mi potencial, en mi auto empoderamiento, en mi plenitud.
Parece que cuando uno aplica esto que comentas a sus relaciones interpersonales habituales y quizá con cierto grado de superficialidad, como puede ser el caso de amigos, compañeros de trabajo y demás, puede parecer relativamente claro que el personaje reacciona hacia ante los agravios hacia su modelo particular o forma de entender la vida con esas emociones negativas, obteniendo desde aquí un punto de apoyo desde donde autoafirmarse a sí mismo, sin embargo, esto parece oscurecerse en el momento que las relaciones tienen que ver con padres, hijos, hermanos, etc. Me imagino que es el propio personaje el que jerarquiza la importancia de las relaciones, pero entiendo que el despertar cobra una relevancia significativa en este último caso.
Utilizamos al otro como pretexto. Hay veces que somos yonkis de las emociones, y mientras más negativas mejor, pero lo negativo la mayor parte de las veces ha de ser atribuido al otro, es el otro el que tiene la culpa de todas mis desgracias y voy tirando hasta que tengo que meterme algo más fuerte: la autocompasión. Yo que he vivido enganchada a este mundo me acordaba de un día que saqué tanto de quicio a una persona que hasta que no reaccionó como de costumbre y me hizo llorar y sentirme desgraciada no paré. Así que cuando leo esto me entran los escalofríos de quien recuerda su peor pesadilla.
En las relaciones con los familiares las emociones negativas suelen hacer las veces de factura por los servicios prestados en un intento de obtener aprecio en contrapartida: tanto que me sacrifico por vosotros y mira cómo me lo pagáis. Esto suele ser muy frecuente cuando el amor se vive como una obligación moral en vez del gozo de compartir la existencia. Y desde luego despertar te conecta con este gozo.
A mi modo de ver, creo que para romper el círculo vicioso de las emociones negativas cuesta menos pedir perdón, perdonarse y perdonar (o disculpar) que tomar distancia en algunas relaciones interpersonales.
Tomar distancia y perder dependencia, precisamente para ganar en calidad y en estima verdadera y profunda por las personas.