El Bueno, el Feo y el Malo

«La perfección no se alcanza cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada más que quitar»

Antoine de Saint-Exupéry

 Recuerdo haber oído o leído -si no me engaña la memoria- que Blay había dicho una vez que no sabía lo que era la perfección. Entiendo que no tiene sentido planteársela, primero porque cada uno de nosotros en su esencia, es lo que Es (si es que algún día llegamos a comprenderlo o, como se dice, realizarlo), y luego porque desde el punto de vista de un trabajo personal, el concepto de perfección no aporta nada y lo más habitual es que nos autoengañe y sea utilizado en beneficio del ego. Pero sí me parece pertinente hablar sobre cómo en la búsqueda de la autenticidad uno se acaba dando cuenta de que lo principal es eliminar capas o “cargas” que nos hemos añadido. Por eso considero que el concepto de “desarrollo personal”, tan en boga en nuestros días, es equivocado. Creo que buena parte del trabajo espiritual no es desarrollar, sino eliminar; en la línea de Antonio Blay, eliminar el personaje.     

     En este sentido quiero hablar aquí de lo que considero son tres grandes liberaciones en el camino hacia la autenticidad: la de ser bueno, la de ser feo (vergüenza), y la de ser malo (culpa), que no dejan de ser tres distintos aspectos relacionados con el yo-idea y el personaje.

     El Bueno

     ¿Es bueno ser bueno? Hace años leí en un periódico la entrevista a un psicólogo que decía que el 15-20% de la población (las cifras pueden ser inexactas en mi memoria) es intrínsecamente buena, el 10% mala y el resto se posiciona según las circunstancias. La población buena lo es, por ejemplo, incluso en circunstancias de guerra; la mala lo es siempre; y el resto, mayoría, actúa según las circunstancias prevalecientes en el entorno. Desde este punto de vista sí parece bueno ser bueno; un mínimo de moral parece necesaria para inclinar la balanza hacia colaborar y no destruirnos. Pero si es la bondad del personaje, aun pudiendo ser conveniente desde el punto de vista “terrenal”, desde el punto de vista espiritual es una bondad falsa y egoísta porque busca un rédito: un reconocimiento (sentirnos afirmados por terceros) o evitar un conflicto o una mala opinión sobre nosotros. No es una bondad cuyo fin es hacer el bien, sino que éste es el medio para lo anterior.

     En mi experiencia, poniendo atención a los focos energético y afectivo, he ido ganando en seguridad y en capacidad de poner amor independientemente de las circunstancias externas. Somos buenos, pero no por necesidad, no por el papel que tenemos que representar, sino por expresión de lo que somos esencialmente.

     El Feo

     La vergüenza es a veces evidente, a veces muy sutil, en cuyo caso no se ve a no ser que estemos muy despiertos. Es pegajosa. Muy difícil de soltar. Posiblemente hasta que no se suelte completamente el personaje, no se libera uno felizmente de su carga. Afortunadamente, en el proceso, la carga se va haciendo cada vez más ligera.

     El yo-idea nos tiene por defectuosos y es algo que ha penetrado profundamente en nuestra mente y autopercepción. Actuamos o nos reprimimos condicionados por lo que puedan pensar los otros de nosotros. Basta estar atentos a nosotros mismos en una conversación, para ver cómo nos callamos algo cuando en realidad no queremos, o decimos cosas de un modo que en realidad no deseamos, todo ello buscando evitar el conflicto, la desaprobación o la mala impresión. Blay describía muy bien estas energías retenidas en el inconsciente.

     En un intento de explicar el porqué la vergüenza es tan difícil de erradicar, no dejo de pensar que hay algo de relación con el hecho de que centenares de miles de años de nuestra existencia como cazadores-recolectores han tenido que dejar una impronta profunda de miedo al rechazo. En aquellas sociedades ser repudiado podría conllevar el aislamiento o el destierro y, con ello, muy probablemente y en muchos casos, la muerte. 

     El Malo

     «Acusar a otros por la propia desgracia es una señal de falta de educación. Acusarse a sí mismo muestra que la educación de uno ha comenzado. No acusar ni a uno mismo ni a otros demuestra que la educación de uno está completa»

     Epicteto

     Me gusta mucho esa idea que creo que viene de Gurdjieff de que dormidos las cosas nos pasan a nosotros y despiertos nosotros les pasamos a las cosas. En el primer caso entra en juego fácilmente ese binomio víctima-culpable, donde probablemente nos coloquemos con más intensidad a uno u otro lado dependiendo de nuestro arquetipo (inconsciente), de nuestro personaje (programa de ideas y prejuicios desde nuestra infancia) y creo también, como decía Epicteto, de nuestro grado de madurez.

     En relación con el yo-idea, éste conlleva principalmente una serie de categorías a evitar. Así, como recalca habitualmente Jordi Sapés, no es tanto la idea que tenemos de cómo somos, sino la idea de cómo no debemos ser. Si transgredo esto, el personaje se encarga de recordarme, incluso obsesivamente, mi falta: “soy tonto”, “cómo he podido ser tan estúpido”, etc. Es un anclaje en el hecho pasado con un autocastigo psicológico, cuyo objetivo es mantenernos en el redil del personaje y asegurarse de que no volveremos a salir de él. Es decir, mantenernos como esclavos de esas estructuras mentales adquiridas.

     Por otro lado, observo que en ocasiones hay acciones propias que se viven como tropiezos y generan un arrepentimiento que no es remordimiento. Hay un propósito genuino de enmienda, un deseo de reparar el daño causado, sin necesidad de ese resentimiento autodirigido de la culpa manejada por el personaje. Desde mi interior se movilizan energías hacia la acción y las actitudes en beneficio de la persona a quien he causado ese daño, en lugar de en contra de mí mismo.

     En mi caso, y me imagino que es algo común, las ocasiones en que el yo-idea me ha castigado con el remordimiento y autocastigo han sido innumerables y frecuentes, muchísimas más que donde solo ha habido arrepentimiento sano.

     En fin, es todo un alivio desprenderse en el camino de las ilusiones del bueno, del feo y del malo, que no dejan de ser ideas en ese juego del yo-idea que nada tiene que ver con lo que somos.

Francisco Ruiz. Socio de ADCA.

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