Decía que cuando somos pequeños se nos va educando, que educar consiste en que se nos vaya diciendo lo que hay que hacer, cómo hay que hacerlo y lo que no hay que hacer. El niño va aprendiendo eso que se le enseña, pero no sólo lo aprende sino que lo acepta tal como se le da, es decir, se le da como que eso es la verdad y el bien.
De manera que el niño, como ve que si hace aquello le sonríen, si no hace aquello le miran mal, le regañan o le castigan. El niño va adquiriendo una convicción de que él vale en la medida en que es el modelo. O sea, que el niño se identifica a sí mismo como valor en tanto que modelo, de modo particular de ser.
Mirad si veis esto claro porque es capital, es la clave interna.
O sea, que el niño no se siente aceptado por el hecho de que él es él, de que él es un ser, de que él es un foco de inteligencia, un foco de amor y un foco de energía, de que él es una individualidad central aparte de cualquier modo de ser. Sino que el niño aprende que solamente se le valora, se le considera, en la medida en que él es o no un modo particular de ser, está de acuerdo o no con el modelo que se le da. Por lo tanto, el niño va aceptando esta idea que se le da, de que él no vale como ser, sino que su único valor está en su modo de ser. O sea, que él no “es”, él es o bueno o malo, o listo o tonto. Pero él ser, él es, esto no existe, no tiene ningún valor.
Y esto es muy importante, porque el ser, este foco de inteligencia, de energía y de afectividad es algo central en el niño, en todo el mundo, es algo central, surge del fondo, del fondo de la mente, del fondo de la afectividad, del fondo de todo el eje del cuerpo. Pero en cambio el modo de ser se adquiere a través de la mente concreta.
Y entonces, cuando el niño acepta, llega a aceptar eso que se le está imbuyendo, de que su valor está en el modo de ser, quiere decir que el niño necesita adquirir, retener este modelo, ese modo de ser, con su mente concreta. Y eso para él es lo que vale, lo que le han enseñado que vale, y esto hace que se vaya desconectando más y más de su fondo natural de funcionar.
El niño se desconecta de su fondo de energía, de su fondo de vitalidad, de donde surge la capacidad combativa, de vivir, de jugar, de expresar sus necesidades vitales. O sea que, se aleja, se desconecta, al situarse aquí delante, se desconecta del fondo donde está su propia fuente de energía vital, por lo tanto, su propia conciencia de seguridad como ser concreto. Se desconecta, pues, de esta seguridad.
Se desconecta de su fondo afectivo, su fondo afectivo donde está, de donde está fluyendo toda su capacidad de amar, de gozar, de felicidad. Se desconecta de eso.
Y se desconecta de su fondo mental, desde donde el niño tiene la capacidad de ver por sí mismo y de actuar en función de lo que ve, se desconecta de su capacidad de evidencia.
Entonces todo él empieza a vivir a partir de esa fachada del modo de ser: ¿Soy realmente del modo que me dicen? Porque sólo así conseguiré aprecio, valoración, afecto, seguridad. Se desconecta de todo eso. Y todo eso de lo que se desconecta, de ese fondo de seguridad, de ese fondo de felicidad, de ese fondo de evidencia. Todo esto, al no vivirlo él directamente, lo proyecta, sin darse cuenta, hacia el exterior. Entonces estará exigiendo que el exterior (cuando uno es pequeño la madre pero luego, en general, el mundo) le dé seguridad, que el exterior le dé felicidad, que el exterior le dé la información que ha de aceptar. O sea, que, al alejarse de su fondo natural, el niño, eso que no vive directamente (porque se va desconectando de ello), entonces lo proyecta al exterior y espera que el exterior supla esas necesidades. Y entonces busca del exterior esa seguridad, esa felicidad y esa evidencia.
Antonio Blay Fontcuberta. “Curso de psicología de la autorrealización”. San Cugat del Vallés. 1982. Transcripción propia.