El conflicto como proyecto personal y colectivo

Hay que retroceder algunos años para encontrar explicación al panorama que contemplamos a diario al abrir las páginas del periódico. El que lo abra por vez primera no encuentra ideologías enfrentadas ni propuestas alternativas, solo encuentra insultos, cada vez más subidos de tono;  y últimamente, propuestas de inhabilitación del contrario. No hay conflicto en el sentido de alternativas para regir la colectividad de formas diferentes, hay gente que molesta, gente que hay que anular porque, supuestamente,  la están destruyendo.

La política aparece como una de las cuestiones que más preocupan,  porque ha dejado de ser política y se ha convertido en una riña de patio de colegio.  Lejos quedan los años en los que se votaba a favor de una determinada propuesta, aunque solo fuera por simpatía, ahora se vota en contra de alguien.

Por eso estos programas informáticos que intervienen en los procesos electorales se dedican a difundir pestes de los contrarios o simulan ser los mismos contrarios diciendo barbaridades e insultando a sus oponentes. Nadie conoce el programa político o las reivindicaciones del otro, pero todo el mundo está al caso de las barbaridades que ha dicho y del daño que podría causar en caso de salir elegido.  Así se intenta eliminar por completo la racionalidad y confiarlo todo a las emociones, incluso validando la mentira: posverdad se llama, con tal que desacredite al otro.
Pero igual desprecio por la racionalidad y por las personas demuestran estas llamadas vacías a la unidad, supuestamente realizadas desde instancias pacíficas o espirituales, que hacen caso omiso del conflicto y pretenden colocarse por encima del mismo. Es como reclamar la salud para una persona enferma ignorando la enfermedad que padece, sin atenderla, o incluso responsabilizándola de ella.

Si el problema fuera de buenos y malos a lo mejor estas llamadas resultarían útiles, pero fijaros que todos hemos participado en diferentes conflictos a lo largo de nuestra existencia y siempre hemos estado en el lado de los buenos; lo cual demuestra que el mal no existe. Entonces, ¿qué representa el conflicto y qué papel juegan los que se alinean en la parte contraria? La respuesta es que el conflicto señala la existencia de un desequilibrio que hay que resolver y la parte contraria tiene la función de hacérnoslo saber, de despertar nuestra conciencia, de sacudir nuestra comodidad, para que lo percibamos y hagamos lo necesario para resolverlo.

Pero al parecer, no lo consiguen: todos observamos con aprensión lo que está sucediendo y, sin embargo, estamos como paralizados, bloqueados, impotentes,  mientras la barbarie avanza como la ola de un tsunami. La energía que mueve esta barbarie es la frustración, el desengaño, la falta de horizontes: una energía procedente del inconsciente colectivo  que busca algo o alguien a quien atribuir la responsabilidad de lo que sucede para condenarlo y castigarlo. Estamos paralizados porque esta frustración nos ha contagiado también a nosotros; hemos sido educados para intentar ser importantes y poderosos, para salir del anonimato y destacar socialmente y no lo hemos logrado; así que nos consideramos sin derecho a levantar la voz contra el atropello que percibimos.  Porque también hemos convertido nuestra existencia en una competición con las personas de nuestro entorno, para sobresalir por encima de ellas y para ser reconocidos o admirados por ellas.

Esto implica un forcejeo constante que ha generado conflictos personales. Y en lugar de reconocer ahí un desequilibrio a resolver en nuestra conciencia, nos hemos dedicado asimismo a buscar culpables y a imaginar futuros ilusorios que también se nos van a estropear.  En lugar de esto Blay propone indagar, descubrir y eliminar los prejuicios arraigados en nuestra mente que inducen estos complejos y estas ensoñaciones. 

La  cita de Antonio Blay que hemos colgado esta semana en Facebook ha tenido especial repercusión por el alcance y el número de personas que la han compartido. Dice: “Que nadie espere cambiar nada del mundo exterior si, previamente, no ha cambiado él. Y cambiar él significa cambiar su conciencia profunda de sí mismo”.

¿Qué soy yo?, ¿soy lo que los demás piensan de mi; la posición social que ocupo y el éxito que tengo?, ¿o soy alguien por mí mismo, dotado de conciencia y de capacidad de utilizarla de un modo personal y colectivo? Esta es una pregunta que no se responde con un sí o un no, se responde con una experiencia profunda de la vida, asumiendo nuestra realidad esencial y expresándola a tope. El “no” implica mantenernos en un nivel superficial, al albur de las circunstancias,  percibiéndonos con una base insuficiente para cambiarlas y sumándonos al desconcierto y al pesimismo. El “sí” significa despertar a la conciencia y actuar desde ella, utilizando estas mismas circunstancias como un estímulo para actualizar el potencial que somos, asumiendo la dignidad del ser humano en nosotros mismos y en nuestros actos.  A esto nos invita Antonio Blay.

Claro, requiere un esfuerzo, pero es un esfuerzo que no se pierde sino que se transforma en poder interior; requiere prestar igualmente atención a los demás pero sin esperar contrapartidas ni pasar facturas; y produce una afirmación personal derivada de la propia experiencia consciente de ser. Esto da sentido a la existencia e ilusión por recorrerla.

Para los interesados en conocer el camino práctico para vivir así, realizamos presentaciones periódicas de cómo acceder a esta realidad que somos siguiendo un método estructurado con una atención personal. Las más inmediatas tendrán lugar en el Ateneo de Madrid el próximo fin de semana del 19 y 20 de enero y en el Centre ILO de Lleida el fin de semana posterior, el 26 y 27.  

Asimismo, en el Ateneo de Madrid daremos una conferencia abierta al público el próximo sábado 12 de enero. Os esperamos a todos los que tengáis la oportunidad de acercaros. 

3 comentarios en “El conflicto como proyecto personal y colectivo”

  1. ¿Existe conflicto? La respuesta es evidente.
    ¿Tenemos que hacer algo ante él? Podemos decir que no: es la huída. El camino de espiritualismos que prometen una paz salvadora alejada de la existencia real, y de todos los que optan por la comodidad, ¿para qué meterse en líos?, que los demás me lo resuelvan.
    Podemos decir que sí, entonces el problema es saber qué hay que hacer.
    Respondamos lo que respondamos, estamos inmersos en esta realidad, formamos parte de ella, estamos incluidos.
    Sobre esto quiere hablarnos Jordi, sobre qué hacer para que esta existencia que nos ha tocado vivir sea una experiencia plena y gozosa. Sin descuidar las amarguras que pueda haber.
    En definitiva, si uno se eleva, va mirando desde la distancia (según la experiencia de cuando cogemos un avión o de los astronautas que viajan a la estación espacial) observamos que no hay fronteras.

  2. Gracias Jordi, es muy importante difundir la obra de Antonio Blay en esas presentaciones periódicas, tanto como dar a conocer la práctica de la línea de Trabajo mediante el método estructurado que tú has creado. Recuerdo que, después de escuchar y leer a Blay en los inicios, te anega un sentimiento muy positivo, al tiempo que te preguntas ¿y cómo lo aplico en mi vida, por dónde empiezo? Y es ahí es donde adquiere pleno sentido tener un asesoramiento personalizado.

    La espiritualidad, como la política, nos concierne directamente. De la misma manera que nadie va a despertar por nosotros, tampoco nadie suplirá nuestra participación y responsabilidad en los asuntos de la vida pública. Es cosa nuestra, no podemos eludirlo. La cita de Blay, en el contexto de esta desorientación colectiva que vivimos, me ha recordado a Kurmik, psicólogo y político serbio que, muy preocupado por una posible catástrofe nuclear durante la guerra fría, llego a la conclusión de que el error del Ser Humano era no haber basado su desarrollo en la interiorización, en el conocimiento de sí mismo como elemento precursor. Se agradecen estos artículos, son como una «bofetada» enérgica y amorosa que despiertan y remueven conciencias.

  3. Desde luego si leemos las noticias. El mundo, la sociedad están sumidos en una profunda crisis donde nos podemos encontrar perdidos y desesperanzados; la solución no es culpar al exterior de todo lo que pasa. Sino tomar responsabilidad y conciencia de uno mismo, de nuestra vida y actualizar todo ese potencial que somos. Entonces nos sorprenderemos viendo como nuestra vida y nuestro exterior se irán transformando de una manera real.
    Esto lo conseguimos a través de la práctica diaria que nos ofrece el trabajo.
    Muchas gracias Jordi, por difundir estos talleres basados en la linea de Blay

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