El libre albedrío, la libertad y la liberación

Al principio [Cuando rige la ley del más apto o la conciencia animal. Ver artículo https://autorrealizacion.org/planos-de-conciencia/], el hombre es un juguete pasivo, un paciente de las fuerzas operantes, instintivas, de supervivencia, de superación, de expansión, de reproducción. No tiene libertad. No hay opción. Sólo existe un determinismo absoluto.

Después, cuando la persona va desarrollando su capacidad de discernimiento, descubre, mediante la conciencia objetiva, la existencia de otros seres que poseen una importancia intrínseca [rige la ley de causa y efecto o la conciencia humana. Artículo citado arriba]. De ahí surge todo un juego de valoraciones y de interacciones con el no–yo, con la sociedad. Entonces se encuentra con que, por un lado, ha de adquirir unos conocimientos precisos de la naturaleza del exterior, de sus modos de funcionamiento y relación. De este modo desarrolla su inteligencia, su capacidad de adaptación. Pero al mismo tiempo necesita estar haciendo constantemente un juicio, una deliberación, una elección, porque se  encuentra, por una parte motivado por las leyes primitivas de su propia afirmación exclusiva, y, por otra, por los nuevos valores que va descubriendo en los demás. Se da cuenta de que los demás son y valen por sí mismos. Esto es lo que da lugar a un libre albedrío, el cual es simplemente una acción para hacer prevalecer un impulso más primitivo u otro más superior. Este libre albedrío es también algo relativo, ya que solamente es efectivo en el momento en que la persona puede realmente elegir, es decir, en el momento  en que las dos fuerzas están relativamente equilibradas. Si lo que predomina son los impulsos primitivos, la persona no tiene elección posible, aunque teóricamente siga sosteniendo que sí la tiene. Ahora bien; cuando la persona está suficientemente madura para poder contraponer a sus propios impulsos aquello que son motivaciones de la sociedad, el bien de los demás, es cuando existe la posibilidad de elección, es decir, el libre albedrío.

La apertura a la presencia divina

A medida que este libre albedrío va evolucionando llega un momento en que la persona descubre que lo que realmente está actuando no es su yo personal, sino una fuerza, una inteligencia, un amor que nos mueve a todos y que es nuestra verdadera base [Ley espiritual o la conciencia divina. Artículo citado arriba]. Entonces la persona descubre que su afirmación no consiste en hacer esto o aquello, sino en ser cada vez más aquello que nos hace ser. Cuanto más se puede vivir lo que es la profundidad del ser, la identidad profunda de uno mismo, más se vive la plenitud, la afirmación, la realidad. Entonces, como esta naturaleza profunda es la misma que la de la inteligencia que está rigiendo todas las cosas, cuanta más conciencia de ser tenga la persona más claro le resulta que, en cada momento, sólo es posible hacer una cosa, que la dualidad es sólo aparente. El hecho de ser y la voluntad de hacer se unen. La valoración de las situaciones y la inteligencia de lo que conviene son una sola cosa. No en el hombre, sino en el fondo del hombre, en lo que es su base, su raíz. Entonces la persona se encuentra con que cada situación es única y da una respuesta única, auténtica, que no procede de su yo personal, que no viene de su discernimiento puramente intelectivo, sino de su facultad intuitiva, de esa mente superior que es la misma que se está expresando también a través de lo exterior. Podríamos decir que se está viviendo la voluntad de Dios, de la misma manera que se sabe apreciar que esa voluntad de Dios se está expresando también en lo otro y en los otros. En este sentido, su opción desaparece, pero no en tanto que algo privativo, que niega, que lo limita o disminuye, sino como afirmación máxima de la propia realidad de su ser, de la propia liberación del ser, de la máxima capacidad para actualizar, conocer y expresar esa plenitud del ser. De este modo desaparece la opción, pero en su lugar viene la liberación, que es lo que en el fondo la persona buscaba a través de su libre albedrío.

Antonio Blay Fontcuberta. “Caminos de autorrealización”. Editorial Cedel. 1982

5 comentarios en “El libre albedrío, la libertad y la liberación”

    1. !Cuidado con el libre albedrío del personaje, porque no es libre! Fíjate en el final del párrafo: «Ahora bien; cuando la persona está suficientemente madura para poder contraponer a sus propios impulsos aquello que son motivaciones de la sociedad, el bien de los demás, es cuando existe la posibilidad de elección, es decir, el libre albedrío.»
      El libre albedrío supone la madurez.

  1. El Ser prevalece sobre el hacer, y deja de existir la dualidad… Y el problema del discernimiento sobre hacer una elección, ya no optas, ni pierdes, ni ganas, eres y esa Libertad lo es todo.
    Hay que leerlo varias veces y procesar esta visión totalmente nueva y desde una perspectiva diferente a lo que conozco.
    Gracias por compartirlo

  2. Qué interesante, muchas gracias. Este fragmento final, es el que más me ha gustado:

    «Entonces la persona se encuentra con que cada situación es única y da una respuesta única, auténtica, que no procede de su yo personal, que no viene de su discernimiento puramente intelectivo, sino de su facultad intuitiva, de esa mente superior que es la misma que se está expresando también a través de lo exterior. Podríamos decir que se está viviendo la voluntad de Dios, de la misma manera que se sabe apreciar que esa voluntad de Dios se está expresando también en lo otro y en los otros. En este sentido, su opción desaparece, pero no en tanto que algo privativo, que niega, que lo limita o disminuye, sino como afirmación máxima de la propia realidad de su ser, de la propia liberación del ser, de la máxima capacidad para actualizar, conocer y expresar esa plenitud del ser. De este modo desaparece la opción, pero en su lugar viene la liberación, que es lo que en el fondo la persona buscaba a través de su libre albedrío.»

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