Planos de conciencia

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Podemos ver el proceso de la humanidad desde un punto de vista evolutivo, que correspondería a un modo cualitativo del hombre actual.

     

     1. Conciencia animal

     Al principio, según nos es dado suponer, el hombre se regía por la ley, no del más fuerte, sino del más apto. Porque dicha aptitud podía adoptar dos formas: o más fuerza, o más habilidad. Tanto en el reino animal como en el humano, únicamente sobrevivían los seres que eran más fuertes o más hábiles para vencer a los demás, para conquistar la presa que les servía de sustento, para imponer su voluntad y para defenderse de los enemigos.

     Esta es una ley biológica, y también el hombre está sujeto a ella. Es la ley del más apto. Solamente sobreviven los más fuertes o los más hábiles; los demás mueren. Esta ley tiene su razón de ser muy clara: es la única ley que garantiza que la raza animal y la raza humana irán fortaleciéndose, que irán adquiriendo vigor y que, al mismo tiempo, irán desarrollando la habilidad, que es una forma de inteligencia. Es el modo de asegurar para la raza la fortaleza y la inteligencia a nivel elemental. La capacidad de adaptarse, de huir, de fingirse muerto, según las circunstancias, viene asegurada precisamente por esta ley. Vemos, pues, que al principio está al servicio del individuo para fortalecerle, para crear seres fuertes, sólidos, aptos, aptos también para asegurar la supervivencia de la raza. Este parece ser el objetivo primordial, y ésta era la ley que antaño predominaba. Ha sido así durante muchísimos años, no solamente en el sentido de ganar la subsistencia mediante la captura de la presa, sino en el aspecto de poder. En tiempos primitivos prevalecía el poder físico. Más tarde, esta prevalencia se trasladó al poder militar, económico, político. Es exactamente la misma ley de poder la que se va aplicando todavía. A pesar de que el hombre va desarrollándose más en otros niveles, sigue prevaleciendo este criterio del poder. Es la ley de la selva que subsiste, aun cuando la persona vaya desarrollando facultades más superiores.

     En este sentido, el dinamismo inherente a ese mundo regido por esta ley exige que uno esté haciéndose constantemente más fuerte. Hay que estar demostrando a los demás en cada momento que se es más fuerte. Al final, inevitablemente, la fuerza de los demás lo vencerá. O sea, el destino inevitable, el circuito existencia de los que se mueven en este nivel, es el de ser comido tal como uno ha ido comiéndose a los demás. Ser aplastado del mismo modo en que uno ha ido aplastando a los demás. Cuando se vive en este nivel, este destino es inevitable, porque la ley es inexorable. No se puede pedir que dentro de este nivel funcionen otras leyes, porque precisamente éstas son las que determinan ese nivel. Son su razón de ser, con su modo de vida correspondiente, con sus leyes, con su línea existencial propia. Son las que permiten que ese nivel exista y que quizá sobre él puedan desarrollarse luego otras cosas. Así, pues, la ley, a este nivel, es desarrollo, fortaleza, prevalencia del individuo sobre todo lo demás. En el hombre viene representada por una tendencia a vivir en un egocentrismo absoluto, en un absolutismo individual.

     Observando con más atención, podríamos descubrir muchas fases intermedias en este proceso, pero aquí no lo consideramos necesario. Este es un proceso moral y mencionamos esta faceta solamente porque  es la más conocida por todos. 

     

     2.-Conciencia humana

     Más tarde surge una ley que en el pueblo de Israel se expresa por la normal “ojo por ojo y diente por diente”, en la que podemos ver otro principio de acción. Aquí ya no se trata de que el más fuerte se coma al más débil. Esta ley exige que cada individuo respete al otro y que exista, por tanto, una justicia equitativa, una igualdad. El que hace un mal ha de pagar justo por este mal. Ha de recibir exactamente por lo que da. Ni más ni menos. Como se ve, esto representa un progreso con relación a la etapa anterior. Se trata de descubrir que el otro existe y que vale. Pero observemos que aquí yo y el otro somos dos seres distintos que se respetan mutuamente por propia conveniencia: “Te respeto para que tú me respetes”. “Aseguro tus derechos, pero tú has de asegurar los míos”. Es una conciencia individual que descubre al otro, pero manteniéndose cada uno en su sitio. A distancia.

     

     3.-Conciencia divina

     En el segundo nivel aparecía todo lo que son problemas de forma. Problemas de legalismo, de derechos, de justicia. Más adelante vemos que, también dentro de la línea moral, aparece otro principio que ya no es el de igual por igual. Encontramos a alguien que nos dice: “Perdonad a los enemigos”, “Perdonadlos setenta veces siete”, “Si os piden algo, dadles el doble”, “Si os quitan algo, dadles también el resto”. Vemos aquí una transposición, casi un giro completo. Aquí no se trata ya de que yo me defienda, o de que yo transaccione, sino que se trata de que yo me anule por el bien de los demás.

     

     Todo esto corresponde a tres planos completamente distintos. Si estamos viviendo en el plano de: yo quiero ser por encima de todos y ejercito mi fuerza y mi poder para dominar, entonces estamos sujetos a la ley correspondiente. Si nos movemos en el terreno de la justicia equitativa: yo hago el bien, merezco el bien; hago el mal, merezco el mal, exactamente a partes iguales, vivimos en un nivel completamente distinto que tiene sus propias leyes, su propio circuito existencial. Pero luego está esa otra frase en que se nos dice: “Amad a Dios sobre todas las cosas. Perdonad a los que os ofendan, a los que os persiguen y a los que os calumnian. Vendedlo todo y dadlo a los pobres y seguidme”. Esto es la enunciación de un principio completamente distinto, un principio en que el individuo no trata de conservar nada, sino que parece que ha de renunciar a todo y desprenderse de todo. Porque junto con este principio está Aquel que dice: “Buscad primero el reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura”. “El Padre sabe que necesitáis estas cosas, el comer, el vestir”, y nos habla de los pájaros y de los lirios, de cómo reciben su ropaje, su color. Esto nos es dado en forma de una nueva ley, de un nuevo principio que está estableciendo un nuevo modo operacional de existir con sus leyes propias.

     Se nos asegura que en esta última frase hay una inteligencia superior. Jesucristo habla del Padre. Nos dice que Él es quien dirige nuestra vida, nuestra economía, quien dirige absolutamente todas nuestras cosas. Y esto lo dice de un modo contundente, no a medias tintas, o en términos dudosos, sino de un modo claro, explícito. Pero lo curioso es que esto lo encontramos también formulado de manera distinta en otros pueblos, pueblos de los que nos separan muchos siglos y muchos miles de kilómetros de distancia, pero que, sin embargo, viven exactamente lo mismo.

Antonio Blay Fontcuberta. Caminos de autorrealización. Editorial Cedel. 1982.

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