A todos nos sucede que, tarde o temprano, la luz de nuestra Esencia es ofuscada por aspectos dolorosos de la existencia y por las tinieblas que nos asaltan cuando entramos, como Dante, en la “selva oscura”. Esta oscuridad se halla en nuestro interior, y el penetrar en ella y atravesarla conscientemente parece ser un estadio del Camino, que como todos sus estadios cumple una función necesaria. Dante será acompañado durante su viaje al infierno por Virgilio, un guía que lo ilumina y le explica aquello que va percibiendo en su descenso.
Cuando durante nuestras vidas atravesamos el infierno, frecuentemente percibimos que algo o alguien nos acompaña, sostiene e ilumina, aunque parte del infierno es justamente sentirnos profundamente solos. El aprendizaje que recibimos en este periodo oscuro es que, para caminar a través del mismo, hemos de poner en marcha todas nuestras fuerzas.
Y sin embargo, aunque parezca paradojal, es en el infierno personal donde ocurre que también tendemos a abrirnos a algo que nos trasciende, a invocar lo divino.
Esta experiencia del dolor existencial muchas veces está relacionada con separaciones: hemos perdido aquello que más amábamos, una persona, el trabajo, la salud… Las pérdidas también pueden referirse específicamente a nuestro mundo interior: una cualidad que se poseía y que fluía naturalmente en nuestras vidas o una imagen de sí mismo muy valorada a la cual estábamos apegados.
A veces, aquello que también nos llama y nos invita a caminar más conscientemente hacia nuestro Centro es el encuentro con el otro polo de la existencia, aquel polo luminoso. Se nos presenta gracias a vivencias de profundo amor incondicional, de íntimos encuentros con la naturaleza, en momentos de silencio o meditación, a través espontáneas experiencias de la cima, y también gracias a experiencias muy simples y esenciales de nuestra vida cotidiana. En efecto, ya sean encuentros con la luz como con la oscuridad, pueden volverse llamadas del Ser:
“El Día y la Noche viajan hacia una única meta, ambos amamantan el Infante divino”. Sri Aurobindo
Muchas gracias Claudia por compartir este artículo.
Es interesante la aportación de Claudia, por el hecho de superar el dolor existencial poniendo en marcha todas nuestras fuerzas, en el ejercicio de las capacidades esenciales. La capacidad de amar que incluye el soltar, desde mi experiencia es muy importante. No puedo decir soy dolor porque sería un error. El dolor lo tengo, y lo puedo atravesar o transformar en dirección a eso que me sostiene y me ilumina, lo que soy. Al asentarme ahí, aunque sea por un momento, descubro que el dolor es amor. Y entonces veré, que este amor que me producía dolor era limitado y posesivo. Por eso tengo que soltarlo para que pueda entrar el verdadero, que es incondicional, y lo reconozco, porque me trae la paz.
Gracias Claudia por este artículo.
La percepción o intuición de esa luz, de esa compañía, manifestada en ocasiones, como una fuerza que no habíamos ni sospechado tener, nos hace, ciertamente, poder encarar situaciones difíciles de la vida y atravesarlas.
En estos tiempos turbulentos, oscuros, que nos han tocado, es un recordatorio a estar atentos, a escuchar la llamada del centro invisible y ver la oportunidad que nos pueden ofrecer las actuales vivencias de profundizar en nosotros mismos.
Muchas gracias también por esa preciosa frase final que nos invita a caminar, en cualquier circunstancia de nuestra vida, hacia nuestro centro, ya que en todas y cada una de ellas se haya la oportunidad de crecer.
Sí, cuántas veces en ese infierno personal donde uno se da de bruces con algo aparentemente insuperable, soltamos los apegos y las identificaciones con las cosas y nos abrimos, seamos creyentes o no, a lo que sencillamente Es. Muchas gracias por el articulo Claudia, estamos deseando escuchar tu ponencia en el segundo congreso organizado por ADCA.
Todos los caminos tienen su parte de desierto. Gracias Claudia