El proceso de hermanamiento entre todos los pueblos

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Cuando la Unión Soviética se desmoronó en 1991, con ella cayó el Pacto de Varsovia, una alianza militar que agrupaba todos los estados europeos de economía planificada. A esta alianza militar se le oponía otra formada por las naciones capitalistas, más EEUU y Canadá: la Organización del Tratado del Atlántico Norte.

     

     Era de esperar que tras la disolución de la alianza del Este sucediera lo mismo con la del Oeste y que la nueva Rusia, que adoptaba el sistema capitalista, se integrara en la Unión Europa superando la guerra fría. De la misma manera que Francia y Alemania habían superado una enemistad que había provocado dos guerras mundiales. Y era de esperar que se produjera un desarme colectivo que dejara atrás el peligro de una nueva guerra.

 

     Pero esto no ocurrió. Todo lo contrario: lejos de disolverse la OTAN se fue ampliando con países del bloque del Este: Polonia, Hungría, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Croacia, Albania, Montenegro y Macedonia del Norte. Quedó claro que estos países, antiguos miembros del Pacto de Varsovia, no habían formado parte de esta alianza militar de forma voluntaria, y querían asegurarse de que Rusia no pudiera volver a dominar sus territorios. Así que ingresaron en la alianza contraria y cambiaron la dirección de sus armas para apuntar a Rusia. Solo faltaba encajar otra pieza para acabar de rodear a la antigua Unión Soviética: Ucrania. Y quizás Georgia.   

    

     Al final, el oso ruso se ha sentido atrapado y ha reaccionado con rabia y violencia, dando la razón a los que apostaban por mantenerlo enjaulado.  Así que vamos a asistir a un rearme generalizado: la industria del armamento acaba de recibir un magnífico regalo; y la humanidad sufrirá un nuevo parón en su evolución. A menos que estos acontecimientos consigan despertarnos y hacernos conscientes de que, como colectivo humano, podemos impedir que esta tragedia se repita una y otra vez. 

    

     Esto sucede cuando creíamos haber dejado definitivamente atrás la barbarie de la guerra. En todo caso se producía lejos de nosotros y solo nos afectaba porque llegaban refugiados. El malo estaba lejos y había que luchar contra él. Pero, de repente, nos volvemos a encontrar bajo la amenaza de una guerra nuclear. Y es que mientras existan armas nucleares esta amenaza persistirá. Y mientras sigamos fabricando y vendiendo armas de todas clases, habrá muertes: la mayoría estúpidas e innecesarias.  

    

     Hace ya tiempo que nos sentimos estupefactos ante la inoperancia de los gobernantes que dirigen nuestros pueblos. Hemos perdido la fe en sus discursos y la confianza en que sean capaces de poner remedio a ninguno de los problemas que nos afectan porque el poder real está en otras manos. En algo hemos mejorado, la mayoría de la gente ya no cree en sus discursos patrióticos. Ahora nuestra mirada y nuestro punto de referencia es el cuerpo del niño que llega ahogado a una playa del Mediterráneo, son los cuerpos de los soldados que yacen tendidos en las cunetas de las carreteras de Ucrania. Al menos los ucranianos mueren defendiendo su país, pero ¿qué decir de estos pobres muchachos rusos a los que se obliga a disparar y matar para alimentar el orgullo del líder que los ha enviado?

    

     Están bien estas manifestaciones por la paz y la independencia de Ucrania, como lo estuvieron las que protestaron contra la guerra de Irak, una guerra que solo sirvió para masacrar a las poblaciones y para instaurar regímenes peores que los que se derribaron. Solo resultó útil para la industria del armamento y para reforzar el prestigio de algunos políticos que necesitaban esconder su incapacidad alzando la bandera de la democracia.

    

     Debemos continuar manifestándonos contra la violencia y la muerte pero hemos de ir más allá de reaccionar solo cuando ésta se intensifica. No basta con manifestarse, hemos de exigir un desarme a nivel mundial, empezando por las armas nucleares. No es cuestión de impedir el acceso de nuevos países a estas armas, es cuestión de erradicarlas por completo. Y de desmantelar los bloques militares, empezando por conservar la neutralidad de los países que no pertenecen a ellos. Esta neutralidad se podrá ir ampliando a nuevos países, a medida que sus poblaciones se sientan seguras y deseen participar en el proceso de hermanamiento entre todos los pueblos.

    

     Esto no es un planteamiento utópico. Todas las personas conscientes lo ven necesario. No necesitamos combatir contra nuestros vecinos para defender nuestra libertad, necesitamos ponernos de acuerdo con ellos para librarnos de unos dirigentes incapaces y del poder económico que gestionan y los sostiene. Y esto se hace reclamando una nueva política. Podemos promover un programa de mínimos en defensa de la humanidad y del planeta y abstenernos de votar a quienes lo ignoren. Que por lo menos no puedan decir que la población los apoya.  

Jordi Sapés.

Imagen: Pixabay   

1 comentario en “El proceso de hermanamiento entre todos los pueblos”

  1. Este artículo me hace reflexionar sobre el desprecio de los ideales, tachándolos de utopías. Aprovechándose de la etimología del término: No hay lugar. Parece que como no existe hermandad de los pueblos, tampoco puede haberla.
    Qué poco creemos en nuestra condición humana.

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