Hace poco escuché la respuesta de un amigo ante una situación compleja que resume claramente, cuando se vive conscientemente, el sentido pleno de la vida: LO QUE VIENE CONVIENE, pero ¿cómo llegamos a este punto en el que “lo que viene” es la herramienta que “me conviene” y la uso para expandir mi conciencia y volver al hogar?
No nacemos como tábula rasa, ya traemos una mochila existencial por el hecho de encarnar en un determinado panorama histórico, en una cultura determinada, en una familia concreta…le sumamos el personaje que se apodera de nosotros y nos encierra en unos bucles repetitivos, por lo tanto cada uno carga con un porcentaje considerable de problemas, traumas y sentimientos de frustración y pérdida.
Hemos experimentado la caída como algo que viene y conviene, ya que la llamada o demanda profunda de realidad es lo que nos hace trabajar en nosotros como un paleontólogo saca un hueso enterrado en la arena, a golpe de cepillo, poco a poco, hasta dejarlo libre de su encierro.
Sólo en este momento podemos decir que notamos el espíritu como una brisa que refresca nuestra memoria, lo que somos realmente, el experimentar el potencial como herramienta de expresión en el mundo. Siempre que uno siga profundizando, y siguiendo con la analogía del hueso, es como si el sentido de la vida despertase en ti el afán de hallar el lugar dentro del esqueleto.
El estímulo exterior nos ofrece un campo de acción que no se agota en mí sino que se expande como esos círculos que creamos al lanzar una piedra al estanque. Por eso no es de extrañar que muchas personas a partir de ese momento renueven sus intereses, sus profesiones, su modo de vida. Hay una transformación personal que va a incidir en los círculos en los que me muevo porque ya no soy la misma persona que antes y necesariamente esto va a transformar mi expresión y mi actitud frente a lo que vivo.
Vivir por lo tanto en uno mismo es lo que ayuda a encontrar el sentido de la vida y a buscar un propósito personal donde expresar la vida hallada. Puede parecer fácil y simple, y en el fondo lo es, pero conlleva un enorme esfuerzo por superar e integrar todo lo que nos lastraba, y, lo más importante, activar la puerta interior de forma que resulte de esas abatibles del lejano oeste: entro hacia adentro para nutrirme y salgo hacia afuera para donarme. Si lo pensamos bien, la existencia vivida en plenitud es como el latir del corazón que se contrae para impulsar la sangre hacia fuera, es decir, sin este alimento interior no podemos llegar a todos los rincones de nuestro cuerpo, un cuerpo del que recordemos sólo somos un hueso pero ahora se sabe perteneciente a un esqueleto.
Todos conocemos a personas que han acabado aplastadas por un trabajo superfluo, que han intentado mantener la alegría de un modo impostado por esa terrible moda de la actitud positiva, que muestran una sonrisa congelada ante cualquier cosa que compartamos sea cual sea su naturaleza: una catástrofe, una situación de injusticia o un chiste de mal gusto. Es como si el termostato se hubiese parado sin importar la estación o el clima en una cifra fija. Y no, no es eso, nuestro termostato está muy vivo, por eso no podemos mostrar una sonrisa a determinadas cosas, no podemos mirar a otro lado cuando sabemos de una injusticia.
Nuestra actitud positiva se va a manifestar en dos momentos muy concretos: como acto de fe en el trabajo interior y como actitud vital en la sociedad en la que pretendo expresarme y aportar.
En el trabajo personal como acto de fe porque es un salto en que he de poner toda mi atención, todo mi esfuerzo, todo mi Yo para poder recuperar mi conciencia de ser inteligencia, amor y energía que fluyen a través de mí y cuyo origen es el Ser.
En la sociedad como actitud vital porque se trata de poner esta conciencia y potencial al servicio de situaciones concretas que necesitan una respuesta. Y puede suceder que a veces la respuesta no deba ser amable sino todo lo contrario, por lo tanto es estar receptivo al estímulo exterior y centrado interiormente para poner lo mejor de mí: mi mayor lucidez, mi mayor empatía y mi mayor capacidad de hacer.
Mientras más transparentes nos volvamos a esta permeabilidad interior mayor será la interpelación que el exterior me hace respecto al sentido de la vida, porque resuelto el enigma que desde jóvenes nos acosa, ¿quién soy?, estoy en disposición de comenzar a dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿qué hago aquí?
El trabajo en la conciencia nos lleva como un tirachinas a la sociedad, como la masa madre se inserta en el pan para enriquecerlo y potenciar sus cualidades nos insertamos con vida nueva dentro de los esquemas caducos para renovarlos desde dentro, para derribar y construir sobre sólido. Los proyectos vitales en los que nos embarcamos pueden ser simples, pero la mirada con los que los abordamos es absolutamente única, personal, creativa, natural y fresca. El propósito personal de intervención es lo más emocionante que puede vivir la persona a través de su personalidad, supone poner toda la carne en el asador y, a la vez, dejar que el Ser se exprese a través tuya; es voluntad consciente de ser vehículo de expresión de algo mayor que impregna cada fibra de mi existencia.
Y con esto pudiera parecer que mi Yo no tiene nada que decir, ni que decidir, ni que hacer realmente…pero mi Yo es la voluntad que permite que suceda, es el camino que he recorrido hasta encontrarme en el esqueleto, es la mano que tira la piedra para que los círculos en el agua se expandan, es el músculo que vive la contracción y la expansión permitiendo que la sangre fluya. Ya no soy Yo y soy a la vez más Yo que nunca viviendo con gozo el donarme todo Yo para el mundo. Porque desdibujadas las líneas del contorno el hogar ya no lo circunscribe una raya, EL HOGAR ES TODO PORQUE SOY TODO.
Sergio Blasco, Pilar María Moreno e Isabel Moya. Artículo introduciendo la ponencia del III Congreso de ADCA titulada «El sentido personal de la existencia».