Esfuerzo, ritmo y frecuencia

La clave del progreso en el Trabajo es hacer que lo extraordinario pase a ser ordinario, que lo superior pase a ser habitual. Es una fase más de la vida, al igual que, en su momento,  pasamos de la infancia a la juventud y de esta a la madurez. En todas las fases hay una transición pero, a partir de cierto momento, dejamos los juegos infantiles y nos ocupamos de otras cosas. Si intentamos persistir en lo anterior, el entorno nos mira mal y nos desaprueba.

El entorno desaprueba todo cuanto se aparta de la normalidad y, como somos pocos los que aspiramos a un desarrollo espiritual, no podemos esperar de este entorno el beneplácito social ni la presión ambiental que ha catalizado nuestra previa evolución. No hay un modelo social que nos obligue a estar despiertos y denuncie nuestra dificultad para gestionar la realidad; al contrario, el modelo nos anima a la disidencia y al desacuerdo: todo es culpa de los demás, son ellos los desorientados, los saboteadores.

Ahí está, en parte, la explicación de por qué la última etapa del desarrollo humano requiere más esfuerzo que las precedentes. En este caso, abandonar los juegos en los que nos hemos involucrado para “llegar a ser alguien” aparece ante los ojos ajenos como una muestra de irresponsabilidad. Y si caemos en la tentación de utilizar las ideas del Trabajo para responder a esta crítica acabamos por sumergirnos de nuevo en el sueño, un sueño bendecido ahora por la calidad de nuestros ideales. Así es como el personaje reacomoda los presupuestos del yo ideal a las ideas del Trabajo y se queda tan ancho, incluso se refuerza.

Lo superior no es ninguna utopía a realizar en el futuro, es algo relacionado con la utilización de nuestra capacidad de responder a las cuestiones que la existencia nos presenta, al margen de  cuales sean las circunstancias, con mayor intensidad cuanto más problemáticas sean. Y claro, esto no se puede hacer por la tarde, de 7 a 8; o los fines de semana; tiene que ser algo constante.

La mente es muy dúctil y adopta la forma de los inputs que recibe con mayor frecuencia. De pequeños la modelaron nuestros padres pero después se ha conformado en función de la existencia que hemos llevado y se ha modificado según nos hayamos apartado o no de los patrones familiares que nos indujeron. La inmersión en el Trabajo produce efectos en esta mente en la medida en que modifica nuestra práctica cotidiana; no los produce si solo mantenemos teorías acerca de nosotros pero seguimos actuando del modo acostumbrado. No los produce el “hay que…”; fijaros que el yo ideal lleva años diciéndonos “hay que…”  y la mente ya lo tiene descontado.

“Hay que despertar” es un mensaje que la mente traduce como que tiene que actuar según las pautas habituales  porque no ha cambiado nada. El día en que este “hay que…” se convierta en realidad la mente se adaptará con rapidez y sin mayores problemas. Pero claro, para esto hay que espabilar y dejar de refugiarnos en la idea de que es muy difícil.

Hace pocos días, a raíz de los consabidos problemas con las notas escolares, comentaba con unos padres que los niños de familias con un nivel académico elevado tienen menos dificultades en la escuela que aquellos cuyos padres no han estudiado. Y no es porque dispongan de un coeficiente intelectual más elevado sino porque en su casa la idea de que el estudio “es muy difícil” no tiene predicamento. Se entiende que a veces pueden presentar cuestiones complejas pero se da por descontado que la dificultad se superará con el debido esfuerzo. De hecho, la capacidad se da por descontada y lo único que vigilan los padres es que el niño realice el esfuerzo.

Bien, pues los que pertenecemos a una escuela de Trabajo, aparte de beneficiarnos de unas enseñanzas teóricas, nos beneficiamos sobre todo de un entorno que nos exige un esfuerzo. Y el esfuerzo se reclama básicamente en términos de ritmo y frecuencia, para que el cambio pase a ser algo normal, no extraordinario. Mantener un ritmo constante hace que la mente adopte una frecuencia que sintoniza con lo Superior y nos permite fluir en su nivel.     

4 comentarios en “Esfuerzo, ritmo y frecuencia”

  1. Totalmente de acuerdo, Jordi. Cuando este ritmo se integra en tu vida y pasa a ser parte de la misma, no te planteas el Trabajo como un esfuerzo, sino como una forma de vida. Es más, no concibes que sea de otra manera y por supuesto lo Superior está presente en la
    vivencia de la existencia cotidiana.

  2. Excelente articulo Jordi, me llama la atención que las cosas que apuntan más al núcleo fundamental de lo que somos, como es el caso de este texto, no tenga las respuestas pertinentes del entorno ADCA, ahí lo dejo. Tal y como comentas hay un paso decisivo en todo este Trabajo que es pasar de las ideas, por sublimes que sean, a los hechos, es decir dejar de “jugar a ser espiritual” a encarnar esas ideas en la vida cotidiana de cada cual. Es un salto que el personaje se resiste a dar porque sabe que es su fin. Es cierto que desde abajo se percibe algo parecido a un escalón difícil de superar, algo soberbio, casi inhumano, sin embargo cuando uno da el paso de cambiar una vida vivida a través de los ojos de los demás a una existencia reflejo del Ser que es, los dragones que escupen fuego se diluyen como azucarillos en un café. Solo advertir que para que lo “extraordinario” se convierta en “normalidad”, tal y como apuntas, es necesario ese ritmo constante que lleva a la mente a sintonizar con lo Superior, no existen recetas mágicas.

  3. Tienes razón Imanol. Yo también miro cada día a ver si alguien ha hecho algún comentario. Y bueno, hoy he tenido la satisfacción de encontrar el tuyo. En todo caso, cuanta mayor es la indiferencia más necesario es alzar la voz, o la escritura, para resaltar el camino. Una de las cosas más tristes de contemplar es ver que hacemos importantes esfuerzos por cambiar pero que son insuficientes. Sucede que no acabamos de soltar el personaje y este termina por «administrar» el Trabajo como hace con todo lo demás.

  4. Bueno, la falta de comentarios tiene una explicación clara. Aquí Jordi no nos propone especular ni jugar. Nos recuerda con vehemencia que tenemos que esforzarnos, y que ese esfuerzo debe ser cada día. Y eso, al personaje no le gusta.
    Pero se trata de seguir creciendo, madurando, en definitiva trabajar en el camino de despertar, de ser lo que somos.
    A lo mejor es que preferimos vivir dormidos…

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