Hacia la religión del espíritu mediante una nueva conciencia

Pese a todos los elementos comparativos que hallamos en todas las grandes religiones, el cristianismo ofrece un elemento diferenciador que le confiere una identidad indiscutible: la estirpe semítica intensamente modelada por la cultura y el pensamiento helenistas. El pensamiento griego ha ido expresando los dogmas cristianos a medida de sus configuraciones. Sin el helenismo el cristianismo dejaría de ser la religión del occidente europeo, que la diferencia de su matriz judía y sobre todo de su “pariente” islámica, a la que le ha faltado un mínimo hervor helenístico. Quizá esto explique bastante las concordancias y las discordias existentes en la llamada “casa de Abraham”. Sin duda, que las discordancias serían menos acentuadas, entre las tres religiones semíticas, sin el hervor helenístico y sobre todo, la concepción del Logos Occidental. Sin él, no se entendería el misterio trinitario en Dios, y las descripciones de las naturalezas personales de Jesucristo. Habría un mayor consenso en la acentuación del monoteísmo en Dios, y en el profetismo excepcional de Jesús de Nazaret, como lo acentúa sobre todo la tradición sufí. Y con esta base, quizá, se verían sometidos dogmas y creencias a una lectura distinta. Pero esto no es, ni será así. Pese al esfuerzo ecuménico de algunos, aunque aquí, ya no concerniente a las exclusivas religiones semíticas sino a las grandes religiones mundiales, el Logos es el gran obstáculo de un pluralismo religioso sin reservas.

Así, los esfuerzos del finado jesuita belga, Jacques Dupuis que, como fruto de su larga experiencia magisterial y vivencial en la India durante 36 años, nos ha dejado una valiosa trilogía: Jesucristo al encuentro de las religiones, obra de gran belleza y en la que manifiesta ser profundo conocedor de las tradiciones hinduistas, y sobre todo testigo de la experiencia acumulada al contacto con los grandes místicos hindúes y cristianos, establecidos en esa región asiática. Se trata de una auténtica cristología que reclama un diálogo. La publicación coló con cierta dificultad por el tamiz de la autoridad católica. Pero la que no coló en absoluto fue su segunda obra, más voluminosa: Hacia una teología del pluralismo religioso. El entonces meticuloso y agudo cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación Vaticana de la Fe, llamó la atención al venerable jesuita en una notificación vaticana del 24 de enero de 2001, con una serie de apostillas doctrinales que debían acompañar a la publicación en sus sucesivas ediciones, en virtud de las ambigüedades y dificultades notables sobre puntos doctrinales de relevante importancia, que pueden conducir al lector a opiniones erróneas y peligrosas, añade la nota, concerniente la revelación y a la mediación salvífica y universal de Jesu-Cristo, de la acción salvífica universal del Espíritu Santo, Espíritu de Cristo enviado por el Padre, de todos los hombres destinados a la Iglesia, signo de salvación para todos, del valor y función salvífica de las tradiciones que carecen de eficacia en cuanto vías de salvación porque, según el documento, hay lagunas, insuficiencias y errores acerca de las verdades fundamentales sobre Dios, el hombre y el mundo. Finalmente en la tercera y última obra, El cristianismo y las religiones. Del desencuentro al diálogo, Dupuis se reafirma en su postura. El Logos, fundamento de esta obra como de las otras dos, le lleva a adoptar una actitud que denomina inclusivismo pluralista, o pluralismo inclusivo, por el que el acontecimiento-Cristo, de repercusión universal, permite aglutinar en él todas las manifestaciones salvíficas de Dios en la historia y culturas religiosas de la humanidad. 

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La verdad y la gracia que se pueden encontrar en otras partes no deben ser reducidas a “semillas” o “adarajas” que deban simplemente ser completadas por la revelación cristiana, que las reemplazaría, si ésta lleva a plenitud la historia de la salvación no es a modo de sustitución o reemplazamiento sino de confirmación y realización. El acontecimiento Cristo, punto culminante de la historia salvífica, no cancela sino que confirma todo lo que Dios hizo por la humanidad antes de él y en función de él. Por tanto, no hay que entender unilateralmente la complementariedad de la que se trata, como si los valores diseminados fuera del cristianismo a modo de verdades  fragmentarias encontraran unívocamente su “cumplimiento” – en un proceso unilateral – en los valores cristianos y estuvieran destinados a ser simplemente “integrados”, asumidos y absorbidos en el cristianismo, perdiendo así su autoinsistencia. Se trata, en cambio, de una complementariedad recíproca, por la que entre el cristianismo y las otras tradiciones pueden tener lugar un intercambio y una comunión de valores salvíficos, una interacción dinámica tal que puede dar como resultado un enriquecimiento recíproco. Puesto que dicha complementariedad es recíproca, su interacción no se establece en un sentido único, no es un monólogo, sino un diálogo interreligioso (p.348).
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En este diálogo con las otras tradiciones religiosas, Dupuis aboga por preservar la identidad cristiana en su integridad. No hay diálogo en el vacío o en el continuo cambio de las convicciones religiosas personales. Pero la sincera afirmación de la tradición cristiana no comporta necesariamente afirmaciones exclusivistas.
De todos modos un cristianismo, fundado predominantemente en el Logos, tiene serias dificultades para mantener un diálogo interreligioso adecuado, siempre tenderá a un cristomonismo y su derivado eclesiocentrismo, de una u otra forma, impositivo, pese a los forcejeos y avances realizados en el ámbito de la teología y del ecumenismo.  A este respecto conviene aludir al caso del teólogo norteamericano Roger Haight, cuyo libro Jesús, símbolo de Dios (1999) ha sido puesto en cuarentena por la Congregación para la doctrina de la Fe. Aunque el objetivo inmediato de este teólogo también jesuita, no es directamente el ecumenismo sino el acercamiento del contenido cristiano a la cultura del hombre posmoderno, sus repercusiones, de una u otra forma, también conciernen de lleno al ecumenismo y al diálogo interreligioso. El fundamento predominante del Logos, que ha aglutinado cristomonismo y eclesiocentrismo, ha derivado en una proyección reduccionista, y a la defensa a ultranza del axioma tradicional: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”. Ahora bien, según Haight, la mejor manera de sustituir un exclusivismo reduccionista por un inclusivismo dialogal es limar una cristología del Logos mediante una cristología del Espíritu como una cristología ascendente, o quizá, Jesuologia. En esta perspectiva, la divinidad de Jesús viene marcada no a partir del símbolo de Logos, sino a partir de la presencia de Dios como Espíritu, enfatizando la presencia espiritual de Dios en su camino que lo impulsa a actuar.

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El símbolo del Espíritu afirma más directamente que Dios, el propio Dios, actuaba en Jesús y por medio de él. Esto contrasta con los símbolos del Verbo (Logos) y de la sabiduría de Dios que, en la medida en que serán personalizados y por tanto, hipostatizados, llevan la connotación de alguien o de alguna cosa diferente e inferior a Dios que se encarnó en Jesús, aunque sea llamada divina o de Dios.
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Opina Haight que la afirmación de una cristología del Espíritu encuentra una de sus principales resistencias en la cristología del Logos, vinculada a la teología trinitaria. Sin embargo, para el teólogo norteamericano, resulta ser el mejor expositor de la experiencia religiosa en el cristianismo, dando un sentido renovado a la concepción de la llamada Teología económica. Porque la intuición trinitaria se ha ido atrofiando, o se ha convertido en una concepción psicológica por eminencia.

El núcleo de la doctrina de la Trinidad es, por tanto, soteriológico. La doctrina que descansa en la experiencia de la salvación tiene por objetivo afirmar y resguardar la economía de esta experiencia de salvación. Así, después, de ser una doctrina que reafirma el monoteísmo en un contexto cristiano, la doctrina también afirma que la salvación de Dios está realmente mediatizada en la existencia humana por Jesús en el Espíritu. No intenta transmitir informaciones respecto a la vida interior de Dios sino, sobre todo, cómo Dios se relaciona con los seres humanos.

La vía del espíritu, a través de la experiencia mística es el único camino  en este diálogo interreligioso, acentuando el sentido de la llamada teología apofántica, o sea, allí donde deben culminar las líneas del dinamismo profético, sacralizante y cúltico del cristianismo que requiere el primer peldaño de la conversión moral. El dinamismo profético, que embarga las primeras décadas de la existencia histórica cristiana, como herencia del judaísmo y como mensaje de la vocación de Jesús de Nazaret, denunciando una supuesta injusticia de la convivencia humana, una vez culminado, deriva en una línea mistérica, alimentada con la presencia espiritual del Cristo, el Logos, en la comunidad y con la consolidación social de la estructura jerárquica cristiana “romanizada”. El poder religioso monopoliza la verdad del misterio y lo distribuye a través de un culto que quiere ser sobrecogedor y deslumbrante. Pero que va acentuando la paradoja de un silencio sagrado y adormecedor al mismo tiempo en las capas inferiores del pueblo de Dios. La somnolencia se trasmite casi por generación. Pero quizá sea la hora de un nuevo despertar en las bases del cristianismo, como exigencia urgente de los tiempos que corremos. Estamos abocados a una experiencia no tanto mistérica, sino mística. Aquí caben las sutiles distinciones de los dos términos, casi sinónimos. Lo mistérico se impone externamente bajo una dimensión de sacralidad, que impacta a través de un mediador casi divino. Lo místico alude a la experiencia íntima de la persona como un nuevo despertar, en una nueva conciencia. Pero en este despertar en silencio desempeña una función indispensable el vacío del corazón, el silencio de la simplicidad y de la nada, en donde todas las nociones y creencias, cual apoyos mentales, quedan trascendidos. Sólo así podremos abrir el único camino, posiblemente, desde un “sin lugar” (out-topos) para el diálogo interreligioso y como aspiración a la religión del espíritu. E incluso contestar adecuadamente al ataque despiadado del joven filósofo francés MICHEL ONFRAY contra los monoteísmos teocráticos- abrahamíticos en su Tratado de ateología, fuente, según él de esclavitudes, divisiones, conflictos, odios y guerras a lo largo de la historia de la humanidad. 

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Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada. Para venir a gustarlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada. Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo, has de dejar del todo a todo. Y cuando vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer. Porque si quieres tener algo en nada, no tienes puesto en Dios tu tesoro. En esta desnudez se halla el espíritu de quietud y descanso; porque como nada codicia, nada le impide ir hacia arriba, y nada le oprime hacia abajo; que está en el centro de la humildad: Que cuando algo codicia, en eso mismo se fatiga (san Juan de la Cruz) 
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De todo modos, hitos en la evolución histórica del cristianismo aparecen siempre, y no dejan nunca de darse, pese al predominio de la teología del Logos, en el mundo de los Padres de la Iglesia, como Orígenes y el mensaje capadocio, en el ámbito de la corriente monástico-sinaítico, en la teología apofático-mistérica del Pseudo-Dionisio Areopagita, en los místicos renanos del siglo XIV (Eckhart, Suso, Taulero, Angelus Silesius, Ruysbroek), en el escrito anónimo inglés “La nube del no-saber” (The Cloud of Unknowing) y los místicos ingleses del siglo XIV como Juliana de Norwich, Walter Milton, en los españoles de la época de la Contrarreforma como Teresa de Jesús y Juan de la Cruz y, en la medida más cercana a nosotros, ya desde el último tercio del siglo XX asistimos a un renacimiento del interés por la experiencia mística, sin duda la corriente más renovadora del ser humano. Un gran número de personas practican la meditación hasta alcanzar una conciencia unitaria en donde descansan silenciosamente en presencia del gran misterio que envuelve todo el universo, y, a su vez, gran envolvente de instituciones, proyectos, conceptos y palabras. Y si el cristianismo es la religión del amor, no podemos olvidar que “el amor es conocimiento” – amor ipse notitia est (Gregorio Magno) o amor ipse intellectus est (Guillermo de Saint Thierry) -; pero un conocimiento adecuado se confundirá con un silencio despojado y abrazante de la mente; y con su mente silenciosa la persona se unirá verdaderamente al “otro”. Hoy, quizá, más que nunca es urgente e imprescindible, un conocimiento o discernimiento verdadero para liberar al amor de una dependencia irénica y mansurrona.    Pese a todos los pesares, el camino del diálogo ecuménico en materia teológica, que es lo que ahora nos concierne, no queda entorpecido por las suspicaces intervenciones de la autoridad ortodoxa. La experiencia consumada de hombres, que se han entregado en cuerpo y alma son pioneros de una orientación que nadie la podrá eliminar, pese a una cierta difuminación de contornos ortodoxos. Vale la pena mencionar de nuevo al benedictino francés Henri LE SAUX (1910-1973), hindú con los hindúes desde 1948 hasta su muerte y conocido como Swami Abhishiktananda. Su vida estuvo marcada por la búsqueda de una síntesis que continuamente se le escapaba y, por tanto, que nunca llegó a realizar. Esa fue su aventura espiritual, al mismo tiempo obra teológica y experiencia mística. Su experiencia consistió en despertar a sí mismo, simultáneamente que iba despertando a Dios. Experiencia lacerante y elaboración de la verdadera teología en experiencia

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El despertar al misterio no tiene nada que ver con los dogmas de la Trinidad, de la encarnación, de la redención… Todo el edificio trinitario se viene abajo por ser también nâma-rûpa. Y todos los esfuerzos por identificar Brama=silencio= avyakta=el Padre… se quedan en el nivel del mytos-logos. Tan es así que en una cristología vedántica no se llega a nombrar al Espíritu. El misterio trinitario es la expansión en una magnífica expresión, nâma-rûpa, de esta experiencia íntima de unidad, de no-dualidad, de relación a la vez. Es la realización de la eternidad de mi relación con mi hermano hombre etc. Pero intentar presentar una nueva teología trinitaria no lleva sino a callejones sin salida. Es seguir fascinado por el mytos, por el logos. Es sustituir theos por theo-logia, y confundir la noción de Dios con Dios mismo. Todo el desarrollo de la Sabiduría se ha venido abajo, y en este derrumbamiento está el despertar.
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A pesar de ser más controvertido, uno de los que más han abierto cauces en esta teología dialogal sobre todo con relación al hinduismo es Raimon PANIKKAR. Entre sus múltiples publicaciones quizá la que más impactó ha sido y todavía sigue siendo una obrita ya un tanto lejana en su biografía, escrita originalmente en inglés, y traducida como El Cristo desconocido del hinduismo. Un encuentro entre Oriente y Occidente. Para Panikkar la rivalidad entre las religiones no tiene sentido en este final de milenio y comienzos del siguiente. Después del triunfo de la cosmovisión profana, desacralizada del mundo, no podemos por menos de olvidar las insensatas rencillas religiosas o las ignorancias de lo sagrado. Hoy sin sentido. Se impone el acercamiento, el encuentro, sin que ello presuponga una pérdida de la propia identidad. Desde una comprensión de la espiritualidad hindú, como religión de la verdad, y del cristianismo entendido como la verdad de la religión, Panikkar describe dos caminos distintos que, sin embargo, confluyen hacia la plenitud universal, concitándose ambas formas religiosas en ese Punto Omega del retorno misterioso de Cristo.

Dentro del budismo semejantemente se abren vías paralelas de diálogo. THOMAS MERTON, en la última etapa de su vida, vivió como cristiano y monje cisterciense un budismo zen por dentro, alejado de todo oportunismo, y en un diálogo amistoso con personajes como el famoso Dr. Suzuki.

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El Budismo y la Cristiandad bíblica coinciden en su visión del actual estado del ser humano. Ambas tienen conciencia de que el hombre se encuentra, de algún modo, alejado de su relación correcta con el mundo y las cosas que en él se hallan, o más bien, para decirlo con exactitud vislumbran en el hombre una misteriosa tendencia a falsificar dicha relación, invirtiendo luego grandes dosis de energía para justificar sus falsos conceptos sobre el mundo y su lugar dentro de él. Esta falsificación es lo que el Budismo llama Avidya. Habitualmente traducido por “ignorancia”, este elemento es la raíz de todo mal y sufrimiento, porque coloca al hombre en una posición equívoca y de hecho imposible. Es un fallo invencible, concerniente a la naturaleza misma de la realidad y el hombre. Se define como una disposición a considerar al ego como realidad absoluta y central, refiriéndose a todas las cosas como objetos de su deseo o repulsión (T. MERTON, El Zen y los pájaros del deseo, 109.).
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 En los últimos años del siglo XX el jesuita canadiense, Bernardo Senecal, residente en Corea, presentó una obra jugosa y desafiante: Jesucristo al encuentro de Gautama, Buda. La obra culmina con la descripción de una serie de pistas abiertas en el encuentro de las tradiciones de Oriente y Occidente, aunque no silencia la difícil tarea de la enculturación doctrinal. Sugiere, en vistas al diálogo en la experiencia, el redescubrimiento del sentido gnóstico cristiano al contacto con el budismo. La desaparición progresiva de una expresión explícita de esta gnosis cristiana auténtica habría privado al cristianismo de uno de los dos componentes esenciales de la vitalidad de toda tradición espiritual: el Amor redentor- Ágape– y la Sabiduría, entendida aquí como conocimiento- Gnosis– liberadora. El encuentro de la gnosis y de la ágape sería el antídoto a la crisis espiritual que atraviesa todo el Occidente y podría constituir, a partir de la Reforma del Siglo XVI, o del siglo de la Ilustración o de la revolución científica, la tercera reforma de la Iglesia. Pero hay más, el cristianismo tiene que mantener hoy en día un constante diálogo con la ciencia en todos sus dominios si no quiere perder el tren de la humanidad. Ciertamente hoy en día ser cristiano verdadero significa ser cristiano ecuménico. A medida que las sombras se amplían advertimos que el misterio nunca se puede explicar adecuadamente, y recordamos las palabras de HAMLET moribundo: “El resto es silencio”. Pero, quedarse aquí no sería del todo completo; porque si es muy legítimo hacer hablar al silencio, también es conveniente, a veces, recorrer el camino inverso y retornar las palabras a su silencio originario. Pues, quien no ha gustado del silencio no saborea la palabra.

 

 

 

 

 

Juan Mª de la Torre

Juan Mª de la Torre estará del 12 al 14 de Octubre en el Congreso «Autoconocimiento y Espiritualidad en el siglo XXI. Práctica de la obra de Antonio Blay».

Más información: congresoantonioblay.com

7 comentarios en “Hacia la religión del espíritu mediante una nueva conciencia”

  1. Es cierto que en la mística desaparecen las ideas y permanece solo la experiencia de lo inefable. Justamente esto nos ha permitido a nosotros encontrarnos, reunirnos y hacer la experiencia del Espíritu prescindiendo de lo que pensaba cada uno inicialmente.

    Pero después de haber descubierto nuestra naturaleza espiritual como capacidad de ver, amar y hacer, no hemos podido permanecer fascinados en las alturas, refugiándonos en ellas, sino que hemos sentido la necesidad de expresar este potencial en nuestra vida cotidiana.

    Y no lo hemos hecho por indicación de nadie, no lo hemos hecho siguiendo las instrucciones de ninguna doctrina, ha sido algo espontáneo, a veces difícil de entender por uno mismo; sobre todo cuando has llegado a la espiritualidad en busca de un remanso de paz y sosiego.

    La cuestión es que es difícil disfrutar de este sosiego en medio de tanta agitación y conflicto. Y si la solución es dejar de reencarnarte o esperar que Dios fulmine con un rayo a los malvados, está claro que la vida en este plano aparece cuando menos absurda.
    En cambio el Logos une lo espiritual con lo terrenal y le da sentido; lo une como sujeto y como objeto, como protagonismo personal y como objetivo a conseguir: hacer de esta realidad una manifestación del Ser esencial. El propósito aparece a menudo como algo nebuloso y evanescente pero el protagonismo es pura experiencia aquí y ahora y es lo único que conduce a la plenitud.

  2. A mi entender en el mundo de la manifestación, el místico y su relación mistérica con las formas coexisten, sin éstas quedar excluidas de la sacralización. El místico transfiere el conocimiento a lo otro a través de la experiencia de ser. Esta transmisión se acoge en la atenta receptividad de lo otro sin mediar explicaciones. La experiencia de los místicos es idéntica porque proviene de la Identidad, y la de sacralización también porque se origina en la reverencia a la Identidad. Esto sería el fundamento de la religión del espíritu. Los místicos también sacralizan su relación con las formas cotidianas, transmitiéndoles su cuidado y atención en el silencio de la simplicidad. Es un acto de impregnación que proviene de la emanación de la identidad profunda. Lo que sí varía es la expresión de lo mistérico, al investir el culto en las distintas religiones.

  3. Me parece que el texto es muy de agradecer viniendo de parte de una persona que lleva tantos años de estudio y experiencia en lo sagrado. Lo agradezco tanto, porque yo, alguna vez he creido que había algo que tenía que entender que se me escapaba.
    Bien, cuando por primera vez escuché a Blay en un audio decir que no se puede tener una idea clara de Dios,que eso no es posible, me sobrevino una gran relajación, y posiblemente una apertura mayor hacia Dios. Se me quitó esa carga de que no era capaz de entenderlo, y pasó porque una persona con una experiencia tremenda así lo comunicaba tranquilamente, como algo normal.
    Así que creo que es bueno y necesario que ese mensaje llegue al que lo busca. Siempre se tratará de una experiencia personal, lo cual en mi opinión lo hace, no más grande, pero si más impresionante.

  4. Profundo y complejo artículo.
    Me encanta el esfuerzo por el diálogo y por aproximar, lo que solo esta separado por proceder de distintas culturas, porque todo es uno.

    Recalcar que, a pesar de lo sesudo del escrito, al final no nos habla de ideas, sino de experiencia: «Quien no ha gustado del silencio, no saborea la palabra». Gracias

  5. Sabiendo de quien viene el artículo, me parece muy revelador esa necesidad de establecer un diálogo interreligioso entre las diferentes tradiciones espirituales, porque a mi entender se va haciendo urgente una adaptación de nuestra tradición cristiana a la evolución social actual. Todos podemos aprender de todos y si se da ese paso de despojarse de lo mistérico para abrazar lo místico, quizá todo esto de un giro radical ¿Quién sabe? Porque en resumidas cuentas lo que nos une a todas las personas que estamos en este camino es esa experiencia intima, ese vacío de corazón donde todas las creencias son trascendidas en una evidencia absoluta de lo que somos en esencia.

    Muchas gracias Juan María.

  6. Agradezco este escrito que aborda un tema tan necesario y reclamado hoy día como es el diálogo ínter religioso.
    A mí también me parecen muy interesantes y profundos todos estos estudios citados, que llevados a cabo por los distintos pensadores místicos, tienen el objetivo de encontrar puntos comunes entre las grandes religiones mundiales, para que yendo más allá del puro respeto, permitan y faciliten un diálogo ínter religioso con el consiguiente enriquecimiento mutuo.

    Me ha gustado mucho la explicación de que la jerarquía eclesiástica Cristiana monopoliza la verdad del misterio en unos cultos que no siempre llegan a calar en el practicante de base, aunque, por otra parte, esta insatisfacción esté propiciando un interés creciente hacia la experiencia mística.
    Creo que ayuda a comprender el sentimiento de soledad interior que puede experimentar todo aquel que siente la necesidad de algo más cercano y real en su vida, sea practicante o no.

    El artículo comienza detallando las dificultades con las que se topa el Cristianismo a la hora de encontrar semejanzas con las grandes religiones debido sobretodo a su particular concepción del Logos, lo que le confiere un elemento diferenciador en el que se basa el concepto de la Trinidad y la naturaleza de Cristo.
    A pesar de ello, es revelador que sólo se salven los obstáculos cuando se pasa un poco de puntillas sobre los dogmas de todas ellas y se va directamente a la experiencia mística, a encontrarse con Dios.

    Muchas Gracias

  7. Me ha gustado mucho la parte del texto del escrito en que dice: «Estamos abocados a una experiencia no tanto mistérica, sino mística. Aquí caben las sutiles distinciones de los dos términos, casi sinónimos. Lo mistérico se impone externamente bajo una dimensión de sacralidad, que impacta a través de un mediador casi divino. Lo místico alude a la experiencia íntima de la persona como un nuevo despertar, en una nueva conciencia».

    Y es que es esta experiencia íntima y personal la que trasciende en nuestro día a día, nás allá de las diferentes identidades personales.

    Será un placer poder escuchar al P. Juan María de la Torre durante el Congreso porque tiene una gran habilidad de transmitir ese pozo enorme de conocimiento que ha cultivado de una manera senzilla, como si de un cuento se tratara.

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