La Presencia de Dios (2 y final)

Entonces comienza la verdadera vida espiritual, pues me doy cuenta de que ya no soy yo quien vivo, de que no soy una unidad aislada enfrentada a la vida, enfrentada a los demás, sino que esa Realidad que intuía y a la que he aspirado de muchas maneras empieza a aparecer en mi propia experiencia. Por sutil, por suave que sea al principio, la calidad que trae consigo es testimonio de que viene de una zona mucho más alta.

 

     Entonces comienza la verdadera vida espiritual, pues me doy cuenta de que ya no soy yo quien vivo, de que no soy una unidad aislada enfrentada a la vida, enfrentada a los demás, sino que esa Realidad que intuía y a la que he aspirado de muchas maneras empieza a aparecer en mi propia experiencia. Por sutil, por suave que sea al principio, la calidad que trae consigo es testimonio de que viene de una zona mucho más alta.

 

     Nadie está excluido de esta experiencia, es nuestro patrimonio. Las enseñanzas de todos los maestros testifican lo mismo; también Jesucristo a través del mensaje del Evangelio nos invita a esta experiencia: «pedid y recibiréis»; «buscad primero el Reino de los Cielos y todo lo demás os será dado por añadidura»; «cuando quieras orar, entra en tu cámara, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre; y tu Padre, que ve en el secreto, te recompensará»; «todo lo que pidierais en mi nombre os será dado» Todo el Evangelio es una reiteración de la prioridad absoluta de este contacto con Dios y del descubrimiento de Su Presencia activa, viviente en nosotros: «el Reino de los Cielos está dentro de vosotros».

 

     Constantemente, desde todos los ángulos se está señalando en la misma dirección; y la persona no puede decir que vive si no convierte esta experiencia en consigna. Esto es lo que nos hace participar de la vida Crística, de la vida del Verbo, de la conciencia Divina que está actuando en nosotros. Se trata de abrirnos a esta Presencia Superior para que sea ella la que dirija nuestra personalidad. En la medida en que nos abramos a esta Presencia y que la experimentemos aunque sólo sea por un instante, veremos cómo todos nuestros problemas se desvanecen. Problemas externos y problemas internos. Preocupaciones, miedos, ansiedades, problemas de cosas que no van bien, familiares, de enfermedades, etc. Veremos que todo esto que nos angustia, que nos preocupa, en el momento en que nos abrimos a esta Presencia activa de Dios, en el momento en que aparece este soplo divino en nuestro interior, veremos que se desvanece como por encanto la fuerza de todas las circunstancias que vivíamos como problemas importantísimos, insolubles.

 

     No quiere decir esto que un solo momento de Presencia resuelva para siempre todos nuestros problemas; pero por un instante habremos saboreado algo auténticamente espiritual y por lo tanto real, y habremos visto que esto es suficiente para desvanecer durante un tiempo todas las angustias, las preocupaciones, todo lo que nos tiene interiormente aprisionados. Y no sólo se trata de una liberación interior, sino que se produce inmediatamente un cambio exterior; veremos cómo cambian las actitudes de las personas con quienes tratamos; cómo se arreglan las circunstancias, aunque no siempre según nuestro deseo o nuestro gusto, pero se arreglan.

 

     Renovar esta experiencia de la Presencia activa de Dios es dinamizarnos de un modo real y cambiar la polaridad de toda nuestra vida. Antes mi vida estaba dedicada a defenderme, a afirmarme, a consolidarme frente a los demás y frente a las circunstancias. En el momento en que descubro el hecho real de que Dios está presente y activo en mí, entonces también descubro que toda seguridad, toda realidad, me está viniendo de esta Presencia y que esto es invulnerable, que no hay nada que afecte a esta Presencia de Dios en mí, y que esto no es algo que se refiere a otro mundo, sino que es el centro mismo de toda experiencia humana, sea cual sea el ámbito en que se manifieste, sea en el sentido de la salud, sea en el profesional o en el social, o en el de la paz interior. La Presencia de Dios es el centro de todo lo que ocurre.

 

 

     Entonces dejo de buscar seguridad en las cosas, dejo de defenderme o de afirmarme en las situaciones, porque descubro que la única afirmación posible es esa Presencia de Dios en mí. La única satisfacción, la única plenitud posible, sólo me la puede dar esta Presencia. No porque yo lo crea o porque me lo hayan dicho sino porque lo descubro experimentalmente, porque la paz que se me da está por encima de todas las satisfacciones que puedan darme las cosas y las situaciones. Y tiene un carácter tan absoluto que todo lo demás se desvanece como el humo.

 

     La vida se convierte entonces en un estar más y más permanentemente abierto a la Luz, a la Presencia Divina en nosotros, y aunque nosotros sigamos actuando de acuerdo con las exigencias cotidianas de nuestra situación, nos damos cuenta de que quien lleva realmente la dirección de mi vida no es mi inteligencia personal, mi previsión, mi cálculo, mi voluntad, sino que me doy cuenta de que hay una Voluntad Superior, una Inteligencia Superior, un Poder Superior que está actuando en mí, dinamizando en mí todo lo necesario. Es como si yo me descargara del enorme peso de llevar la responsabilidad de mi vida y de mi lucha, y la descargara totalmente porque me doy cuenta de que Alguien infinitamente poderoso es realmente quien está siendo el protagonista de esta vida. Y esto es una liberación interior extraordinaria.

 

 

     Ciertamente, al principio hay que trabajar porque predominan en nosotros los viejos hábitos mentales, los miedos, los recelos, las inseguridades; y aunque en un momento dado nos sentimos muy ligeros, muy libres, al poco tiempo vuelve otra vez la fuerza de la costumbre a encerrarnos en nuestras ideas, en nuestros miedos y precauciones, y hemos de renovar una y otra vez esta Presencia hasta que va adquiriendo una continuidad. Y llega un momento en que esta Presencia constantemente renovada cambia por completo toda mi actitud en la vida en un sentido totalmente positivo; donde había angustia, deja de haberla, donde había preocupación, duda, sospecha, todo eso deja de existir; y me doy cuenta de que interiormente estoy siendo conducido, como en el fondo siempre lo he sido.

 

 

     Pero ahora reconozco que mi inteligencia no es nada más que una pequeña avanzadilla, una pequeña delegación de la Inteligencia Absoluta. Y al estar conectado con esta gran Inteligencia dejo de apoyarme exclusivamente en mi pequeña delegación. Entonces estoy constantemente atento para ver con claridad desde la Gran Mente, no desde mi pequeña mente; ésta se convierte en lo que realmente es: en una delegación.

Antonio Blay Fontcuberta. Transcripción de una grabación para un curso de “alumnos antiguos”. Fecha y lugar desconocidos.

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