Todas las cosas pueden tener una realidad fuera de sí, pero si yo las percibo es porque se produce en mí el sentimiento, la respuesta, por la cual yo digo: sí, esto es así. Podemos intuir (ya que lo que ha de funcionar en este campo es la intuición), que el trabajo de realización del YO es el trabajo central de nuestra vida, lo único que tiene sentido, lo único que puede dar sentido, pero a condición de que distingamos claramente entre el yo de superficie –ese pequeño personaje que tiene unos nombres y unos apellidos, que hace de jefe, de padre, de lo que sea– y el verdadero Ser profundo, que es quien alimenta a este personaje, así como a todo lo demás. Cuando hablamos del YO con mayúsculas, nos referimos siempre a este Yo central.
Esta es la realización que buscamos, no aquella que puede ser muy importante a nivel personal: ser muy sabio, muy listo, muy considerado, etc. Si esto viene, que venga, mas no es lo que nos va a solucionar los verdaderos problemas. Se solucionarán cuando pueda vivir lo que SOY, cuando tenga una conciencia actual, permanente, de esta potencia, de esta felicidad, de este amor, que son mi propio patrimonio, mi propia naturaleza. Todos los demás fenómenos que voy viviendo no son nada más que pequeñas chispas, limitadas manifestaciones de este YO. Esto es, exactamente, lo que queremos realizar cuando nos planteamos la pregunta: ¿Quién soy yo? Cuando sentimos conscientemente la resonancia que acompaña a la palabra “yo”, estamos yendo por ese camino de búsqueda de la realidad profunda.
Continuamente estamos hinchando nuestra vanidad, nuestra autoestimación, que son patrimonios del yo personal, del yo de superficie. Esta conducta es constitutiva de su naturaleza, porque, precisamente, al tener un campo de visión, de conocimiento tan restringido, sueña con ser más. Pero, en la medida que uno trabajo en esta dirección, ahondando para captar, de un modo más inmediato y experimental, la verdadera potencia, la verdadera verdad, amor y felicidad, deja de soñar, puesto que hacerlo carece de sentido. La actitud de orgullo, de vanidad, se desintegra, así como todos los problemas que únicamente provienen del yo pequeño, que quiere jugar a ser grande.
Si esto se ve, resultará claro cómo, por un lado, hemos de trabajar, tratando de intuir, de un modo más permanente, ese amor que me hace amar, esa inteligencia que me hace comprender, toda esa fuerza.
Antonio Blay Foncuberta. Caminos de autorrealización. Editorial Cedel. 1982.