Matar a alguien deliberadamente es un asesinato… En tiempos de paz, porque durante la guerra, cuantos más mates, mejor.
Asistimos a un drama que es a la vez nuevo y antiguo, presente y ausente. La novedad y la presencia están en la cercanía: ¿quién no conoce o se relaciona con alguna persona proveniente de Ucrania? La antigüedad y la ausencia están en la distancia: ¿qué nos importan las guerras en África o en el Oriente Próximo? O en la lejanía histórica, aunque hayamos tenido dos guerras terribles en el siglo pasado.
Estos atroces sentimientos llaman hoy a nuestra puerta. Y a mí me tienen paralizado. Porque me muestran débil, como las fronteras tan fácilmente traspasadas por una superioridad militar vergonzosa y como la comodidad de nuestra forma de vida occidental, egoísta e inconsistente.
La injusticia no es tal si eso les sucede a los otros; la pobreza tampoco si a mí no me toca. Pero ahora nos está tocando, y de qué manera. Conozco cómo funciona el mundo porque lo cuentan los periódicos, y me doy las razones que sean necesarias para justificar mi situación. En todas ellas yo quiero mantener mi modo de vida, sin ser cuestionado por ningún acontecimiento. Pero la fuerza de la actualidad es tal que nos grita y nos agita. No podemos mantenernos ajenos, haciendo como si todo esto no fuera con nosotros.
Me vienen a la mente las palabras del Santo cisterciense de la Abadía de Dueñas, hablando de la verdadera paz:
Cuando el mundo habla de paz…, así se la figura. Cuando el mundo busca la paz…, así la concibe…, silencio, quietud, amor sin lágrimas…, mucho egoísmo oculto. El hombre busca esta paz para
descansar, para no sufrir; busca la paz humana, la paz sensible…, esa paz que el mundo pinta en un claustro con sol, con cipreses y con pájaros, esa paz sin tentaciones y sin cruz, en la que la vida es
una sonrisa de desprecio al mundo y una mirada tranquila en Dios. Efectivamente, en todo eso hay paz…pero no es la verdadera. (“ Saber esperar”. Rafael Arnaiz. Ed. El perpetuo Socorro.
1969. Madrid).
Y la contestación que me dio Jordi Sapés en la preparación de uno de nuestros retiros en Oseira, a mi comentario de ese texto:
Yo: Es la gran tentación que tengo. Saborear paz sin sufrimiento.
Jordi: Pues ya ves que no va por ahí. Pero hay sufrimientos que son inútiles y sufrimientos que estimulan a la acción. La paz que critica el santo es la de la comodidad y que no te moleste nadie.
Veo aquí la aparición del personaje con su invitación al aislamiento y al desánimo. Si me muestro vivo y alegre, activo, me pone ante el temor de caer en el descrédito ajeno: “¡Cómo es posible que estés con ese talante en medio de esta desgracia. Parece que a ti no te afecta!”. Afortunadamente despierto veo el mecanismo, y no hay sonrojo posible porque soy yo el que decido, el que piensa, siente y actúa, con libertad y con el poder que se experimenta estando presente en mi conciencia. Así pues, hay luz al final del túnel. ¿Por qué no vemos de lo que somos capaces? ¿Por qué algunos pueden creer ilusa la sugerencia de “la hermandad de los pueblos”? (Jordi Sapés, artículo ADCA 09/03/2020). Si digo: No hay fronteras, se contesta que sí. Sin embargo, observo la arena del desierto que ha depositado estos días la tormenta en forma de calima en mi ciudad, viajando a lo largo de todo nuestro hemisferio. ¿Dónde están las fronteras, los límites?
Desde luego, no en la conciencia.
Gracias por exponer los articulo que siempre dejan que reflexionar y hacen caer a la tierra y hacer el intento si quiera observar la realidad y relativizar el drama …. Aveces me doy cuenta que estoy dormida. Otra vez gracias!
Gracias Carlos por compartir de forma tan delicada tus reflexiones y invitarnos a ampliar la mirada.
Un abrazo.
La verdadera paz no es aquella en la que la vida se convierte en una sonrisa de desprecio al mundo y una mirada tranquila en Dios.
Me quedo con eso.