Nuestra mente registra impulsos y necesidades, registra estímulos y respuestas de varios órdenes, pues nuestra personalidad presenta una gama muy compleja de vivencias. Para facilitar su comprensión podemos estudiarla en forma de estratos o niveles.
- El primer estrato, el más evidente, es el del nivel físico. Mi mente, al registrar lo físico, tiene la noción de yo como cuerpo.
- El segundo nivel es el de la fuerza que está animando el cuerpo. A esta fuera la podemos llamar energía vital y corresponde al nivel vital-instintivo.
- Este nivel es el de nuestro campo afectivo; comprende todo lo que corresponde a la afectividad en todos sus grados y matices.
- Éste es el que corresponde a nuestro campo mental con todas sus facultades.
Por encima de estos niveles hay todavía tres más, que son los que constituyen la personalidad en su dimensión superior o espiritual, así como los que hemos enumerado constituyen la personalidad elemental. Estos tres niveles más sutiles son la contraparte superior de los elementales; así, hay un nivel mental- superior, un nivel afectivo-superior y un nivel de energía-superior. Examinaremos esto brevemente para tener unas nociones claras de cada uno de esos niveles, tratando de que nosotros reconozcamos a cada uno de ellos en nuestra propia experiencia.
1.-El nivel físico es evidente; es el primero del que tomamos conciencia porque es el que percibimos mediante nuestros sentidos: yo como cuerpo. Pero curiosamente, este cuerpo que consideramos tan importante, al que queremos tanto -la prueba de que nos interesa mucho es de que nos preocupamos cuando sufre una alteración; si está más flaco o más gordo, si hace más buena cara o más mala cara, si está más «algo» distinto de lo normal-, este cuerpo, que nos parece la base, el substrato de nuestra vida, de nuestra experiencia, este cuerpo, no tiene vida propia; este cuerpo es una cristalización, y su animación proviene del otro nivel, del nivel de la energía vital. O sea, que la vida de nuestro cuerpo está en el nivel vital, y el cuerpo, como forma, como materia, es sólo un producto de esta energía vital y de su modo de funcionar. Por esto, si nosotros queremos «arreglar» cosas del cuerpo, podemos, sí, echar mano de procedimientos físicos, materiales, pero la verdadera base para modificar el funcionamiento del cuerpo está en trabajar desde el nivel de las energías vitales y no desde el nivel de la materia física en sí. La energía es la que está manteniendo a la materia. La materia es la cristalización de la energía que circula y funciona de un modo particular. La energía es la causa, el cuerpo es el efecto. Si necesitamos actuar sobre nuestra salud, no nos preocupemos del efecto y trabajemos al nivel de las causas, al nivel de las energías vitales.
Sólo eso ya traslada la dirección de nuestro interés a otro nivel.
2.-El nivel de la energía vital (o nivel instintivo-vital) es muy importante, no sólo porque es el fundamento de la vida y de la salud sino porque, desde el punto de vista del funcionamiento psicológico, es el que proporciona la energía base a nuestra personalidad elemental. Cuanto más y mejor funcione la energía a nuestro nivel vital, más la persona, en su vida cotidiana, se sentirá optimista, fuerte, con solidez, con empuje, en forma. Todos tenemos la experiencia de que en cuanto se presenta un malestar orgánico (aunque sea un simple estado febril), automáticamente disminuyen nuestras facultades. Es como si nuestro organismo se hundiera cuando existe una alteración intensa en el funcionamiento de la energía vital. Por eso, la energía vital es importantísima por ser el soporte de nuestra psicología cotidiana elemental. En la mayoría de las personas es el nivel que aporta más energía al psiquismo. En este aporte de energías le sigue en importancia el nivel afectivo.
3.-El nivel afectivo es en el cual yo siento atracción o rechazo hacia algo. Es la sede del amor y del odio. Yo tiendo a amar aquello que es afín conmigo; aquello que tiende a completarme, a darme lo que me falta. Y tiendo a rechazar, porque en mí despierta odio (aunque ésta es una palabra muy fuerte), antipatía, etc., todo aquello que aparece como contrario a mi afirmación, mi satisfacción, mi plenitud. Así, vemos que nuestro amor o nuestro rechazo no están basados en un criterio esencialmente ético o moral sino que tienen una base psicológica de satisfacción personal. Lo que va a favor de mi afirmación despierta automáticamente mi simpatía, mi aprobación, es algo bueno, agradable; y yo tiendo a amar aquello. En cambio, las cosas (o situaciones, o personas) que van en contra o que a mí me parece que se oponen a mi satisfacción, a mi plenitud, despiertan automáticamente en mí un sentimiento de rechazo. Lo curioso es que este deseo de satisfacción personal, de afirmación, de bienestar, de plenitud, o la negación de ello, yo lo confundo frecuentemente con unos valores morales determinados. Así, digo de una persona que es buena y de otra que es mala; y si no lo digo, lo pienso. Y si no digo que es mala, digo otra palabra que en un grado u otro representa lo mismo. O sea, que yo vivo el mundo dividido en dos sectores: el sector que va a favor de lo que deseo, de lo que pido, de lo que anhelo, y éste es el mundo bueno; y el otro sector que es el que se opone, o me obstruye (o así lo creo), y a ese sector le llamo malo. Pero eso no quiere decir que estos sectores sean en sí buenos o malos. Son buenos o malos sólo en relación con mi objetivo personal. El nivel afectivo es de gran importancia porque es ahí donde están la mayoría de los problemas de las personas. Es ahí donde sufrimos y donde, gozamos. Es el campo de batalla en el que luchamos para sentirnos felices o desgraciados.
4.-La mente -aunque en el nivel de la personalidad elemental presenta muchos sub-niveles es, en general, un instrumento maravilloso mediante el cual, por un lado percibimos el mundo que nos rodea y lo convertimos en datos y en símbolos, y por otro lado percibimos el mundo interno, el cual también nos lo formulamos en datos, en información. Luego, de los datos que hemos formulado del mundo exterior y del mundo interior, elaboramos relaciones y sistemas de relaciones entre ellos, estructuras. Como consecuencia de esta elaboración, disponemos de unos esquemas de valores que serán el patrón de nuestra conducta.
Es porque yo puedo retener en mí la idea de objeto, de tal objeto o tal otro, y que esta idea yo la puedo relacionar con mis deseos y necesidades, que se elabora el proceso de pensamiento por el cual yo puedo manejar las cosas en mi mente sin necesidad de las cosas físicas. Esta capacidad representativa de mi mente es una maravilla, y es lo que permite que podamos tener una acción eficaz, productiva, que podamos ordenar nuestra vida y transformar hasta cierto punto las cosas exteriores. Es una facultad extraordinaria; mas esta facultad también está al servicio de mi afirmación personal, de mis necesidades personales; y es lógico que así sea, pues es gracias a mi mente que yo veo lo que me conviene, lo que es bueno y útil para mí. Pero fijémonos en que toda esa valoración de lo bueno, lo útil, está centrada alrededor de mi satisfacción, mis deseos, mis objetivos. O sea, es una mente egocentrada. Igual que el sentimiento, que también era egocentrado. Son facultades que están al servicio de la construcción, consistencia y desarrollo de nuestra personalidad individual.