Saber amar ¿Cómo aprender a amar? (5 y final)

Quisiera acabar hablando de nosotros mismos  como vehículos individuales en el ámbito colectivo de este amor que lo comprende todo.

            Tenemos que ser conscientes de que, como forma individual, somos producto de una realidad más grande: nacemos en el seno de una colectividad y de una familia, y eso nos determina porque recibimos una educación, unas creencias, una moral y unos patrones de conducta que diseñan nuestra personalidad.

            A menudo buscamos reafirmarnos mostrándonos en desacuerdo con estos patrones, pero eso no los cambia. Sólo los  podremos modificar si somos capaces de presentar una alternativa práctica y actuar de acuerdo con ella. Pero eso exige aceptar primero la herencia recibida, constatar en nosotros mismos lo que tiene de limitada y hacer el esfuerzo que nos sea posible para transformarla. Es normal que el amor que somos nos haga vivir como una restricción las pautas morales y de relación que nos han enseñado, pero no podemos olvidar que a menudo la educación y el respeto por el otro, basados en estas normas sociales, es la demostración mínima de este amor que somos.

            En cualquier caso, las nuevas formas que proponemos han de incorporar este respeto por el otro; incluso si, a veces, esta propuesta conlleva sufrir el rechazo de aquellos que se identifican con las creencias y la moral tradicional.

            Ser líder siempre trae problemas, sobre todo en cuestiones de patrones morales. Pocas veces se puede disfrutar personalmente de la tarea que uno ha hecho en este ámbito porque cuando da fruto, normalmente,  ya has abandonado este mundo. Pero lo cierto es que el amor que somos nos impide conformarnos con lo que vivimos y nos impulsa a enfrentar esta dificultades: intuimos que otro mundo es posible y nos sentimos obligados a proponerlo. El problema es cómo presentar una alternativa que aumente el grado de unidad sin cargarte ni menospreciar a nadie.

            Últimamente ha habido una explosión de conflictos que pone de manifiesto la existencia de unos desequilibrios sociales que demandan solución y que no se pueden resolver dividiendo a la gente en buenos y malos. No se arreglan presentado como a malos a ninguna de las partes ni tampoco sintiéndote autorizado a enmendarle la plana a nadie, porque aquellos a los que queremos enmendar lo interpretan como un rechazo y una exclusión por nuestra parte.

            Recuerdo una ocasión en la que le preguntaron a Antonio Blay sobre qué había que hacer para ayudar a los otros. Su respuesta fue: “No soy yo quien ayuda con mi voluntad y mi intención. La ayuda es el resultado de que yo viva la verdad o la realidad y de que lo haga internamente. La mejor manera de ayudar a las personas es ser tú mismo, descubrir tu identidad y ser plenamente esta identidad y no pretender ayudar a las personas. Entonces, y gracias al hecho de que no las pretendes ayudar, puede ser que alguien sea ayudado.”

La felicidad es consecuencia de la plenitud que se deriva de la conciencia de haberlo dado todo, de haber dado respuesta a las situaciones con todo el compromiso que hemos sido capaces de tener. Sin buscar ninguna contraprestación, sin pretender agradecimientos de nadie; más bien en el pesar de no haber hecho todo lo que estaba en nuestras manos. Esto vale para las situaciones personales y para las colectivas. Que nadie nos pueda decir que nos lavamos las manos parapetados en la espiritualidad, y  que nadie se pueda sentir herido por la actitud que hemos tenido.

            Desde la perspectiva de la colectividad, lo más probable es que no pasemos de ser un número en una estadística, pero la prerrogativa de haber experimentado que el amor nos utiliza como una herramienta a su servicio, no tiene precio porque, en cada acción que hacemos, podemos experimentar la Totalidad que somos.

Jordi Sapés de Lema y otros.»Diàlegs essencials. 15 Mestres de Vida y 6 Qüestions Cabdals». «Diálogos esenciales. 15 Maestros de Vida y 6 Cuestiones Capitales». Editorial Stonberg. 2020. Traducción Carlos Ribot

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