A modo de introducción y de resumen
Entramos ahora en una fase [éste es el comienzo de la segunda parte del libro; la primera se refiere a lo psicológico] que podríamos llamar de transición entre lo psicológico y los niveles superiores, espirituales. Pero primero convendrá examinar brevemente qué queremos decir al hablar de espiritual como distinción de lo psicológico.
Hasta ahora hemos visto que se produce en nosotros toda una fenomenología de estados interiores, de actitudes frente al mundo, de conflictos y de ajustes; también hemos indicado unas técnicas para movilizar las energías interiores y nuevas actitudes. Es decir, hemos estado tratando de todas estas zonas de la personalidad que cambian, que evolucionan. Esto es lo que nosotros vivimos de un modo más consciente, la idea sobre las cosas, los afectos, sentimientos, valoraciones, tendencias. Todo este mundo es, evidentemente, muy importante; pero es muy importante sólo para la persona que no vive más que esto, pues el ser humano tiene unas dimensiones más profundas que este aspecto fenoménico.
Anteriormente ya hemos hablado del yo central, de la identidad profunda del hombre, y vimos que de allí surge toda esa fenomenología, todo lo que vivimos en nuestros estados de conciencia y en las situaciones cotidianas; vimos que todo son manifestaciones del centro más íntimo, más profundo de nosotros mismos, que es el que propiamente merece ser llamado yo. Llamamos campo psicológico a todas las manifestaciones que surgen de este yo en su contacto con el mundo exterior, con todos los desajustes y reajustes que se producen en esta inter-acción. En cambio, cuando nos dirigimos a buscar la esencia que es causa de estos fenómenos, entonces entramos en un terreno que llamamos espiritual.
Por lo tanto, nosotros entendemos lo espiritual en una acepción muy amplia, en un sentido equivalente a esencia. No seguimos aquí ninguna escuela ni confesión espiritualista determinada ni tampoco nos oponemos a ninguna; nosotros tratamos estos temas a nivel de esencias, a nivel de principios primordiales, y, en consecuencia, pueden ser aceptados por cualquier persona, sea cual sea su modo particular de pensar.
Los tres aspectos de la realidad
El enfoque analítico a nivel de esencia puede plantearse del siguiente modo:
Nosotros vivimos una multiplicidad de estados, vivimos constantemente cambios; cambios dentro y fuera de nosotros mismos. El mundo se mueve, cambia, se transforma, y yo (con el mundo) también me muevo y me transformo. Pero hay algo en mí que mantiene una identidad permanente, que manifiesta una misma naturaleza, algo que yo sigo intuyendo como idéntico y que llamo yo; Yo como realidad última de mí mismo.
Esta noción de realidad a la que llamo “yo” tiene una curiosa semejanza con la noción de realidad que yo percibo y atribuyo al mundo que me rodea. Si existiera sólo lo cambiante yo percibiría únicamente ese carácter de cambio, pero no percibiría una constante de realidad detrás de lo que cambia. Esta intuición que tengo de la realidad detrás de las personas, dentro de ellas, dentro de las cosas, dentro de la naturaleza y de todo cuanto existe, tiene una notable semejanza con la realidad con que yo me vivo a mí mismo a pesar de todos los cambios que se producen en mi mente y en mi cuerpo. Vemos, pues, que hay una doble noción de realidad: 1) una noción de realidad que yo vivo en primera persona y que llamo yo; y 2) otra noción de realidad que yo percibo como externa a mi cuerpo y que llamo mundo, o sociedad, o naturaleza (según sean los aspectos a los que me refiera).
Pero la noción de realidad no acaba ahí. Existe todavía otra noción de realidad que, para nosotros -y para la mayor parte de personas- es muy importante. Y es la realidad con que valoramos lo que llamamos valores trascendentes. La noción de belleza universal, la noción de justicia, de orden, de poder, de inteligencia, de mente universal; algo a lo que podemos llamar Dios, Divinidad, Absoluto, Lo Trascendente, etc., el nombre que queramos, pero que siempre, para todos, tiene un carácter Superior y una cualidad igualmente superior a lo que percibimos habitualmente. Y a esa cualidad superior, por tenue que sea, le atribuimos siempre una noción de realidad que para nosotros es muy importante.
Antonio Blay Fontcuberta. “Personalidad y niveles superiores de conciencia”. Editorial Índigo. 1991.
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