Retos para el despertar

Toda persona que inicia un trabajo interior serio y comprometido, tarde o temprano, comienza a ver la realidad en la que vive de una manera distinta. Puede incluso que esa nueva realidad manifestada esté indicando que hay algo que debamos poner de nuestra parte. Y eso es exactamente lo que ocurre cuando despiertas a la conciencia y ésta te descubre ejerciendo, como fue mi caso, de maestro, director de colegio, padre de familia e hijo.

He tenido el privilegio de haber sido testigo de todo un recorrido fascinante que comenzó siendo niño y que continúo a día de hoy. Como niño recibí una educación familiar y, como alumno, una formación escolar; como niño estuve incluido en una familia y un momento histórico determinado que me marcó y, ya como menos niño, me convertí en docente, director y padre. Son pues distintas ramas de un mismo árbol que han ido surgiendo y configurándose hasta conformar todo un abanico de experiencias educativas.

Pero vayamos por partes. Vine a este mundo en el seno de una familia que hizo lo que buenamente pudo por salir adelante y que me desconectó básicamente porque ellos también habían sido desconectados.

La aparición de ese accidente llamado personaje se produjo sin más remedio en ese momento y con él llegaron ideas erróneas de lo que creí ser y unos ideales a los que iba a aspirar durante gran parte de mi existencia con el fin de ser feliz y no tener problemas. Y ese accidente al que todos conocemos como personaje se convirtió en el filtro a través del cual estuve contemplando la realidad.

Sucedió también que ese filtro me acompañaba allá donde yo estuviera. Me convertí en docente y aparecieron el miedo a quedar en ridículo, la idea de superioridad y la condena a reproducir el guión que ya había vivido en mi faceta como hijo y como alumno: ser de todos menos yo mismo.

Más tarde llegó la paternidad y, cómo no, el personaje quiso sacar tajada de la situación convirtiéndola en el juego del escondite: mostrar las mejores plumas propias y las de mis hijos y ocultar aquellas que supongan un peligro para todo el conjunto. La historia parecía repetirse: mis hijos iban camino a convertirse en tentáculos, prolongaciones y continuaciones de mis propios proyectos y miedos, al igual que había ocurrido en mi infancia.

Pero algo diferente estaba a punto de comenzar. Llevaba tiempo sintiéndome cansado de la manera en la que funcionaba en esta vida, una vida del continuo demostrar, de querer conseguir y acaparar de manera insaciable; una vida envuelta en una competitividad sin fin y rematada con una sensación de insatisfacción y engaño generalizado. Y en mayo de 2020, en medio de la pandemia, llegó a mis oídos la existencia de un seminario de introducción al trabajo en la línea de Antonio Blay. Escuchando a Pilar, Jordi o Imanol…algo me animó a iniciarlo, algo resonó. Y me tragué la pastilla roja: comenzó la rebelión. 

Y con esa rebelión comenzaron a producirse pequeños despertares y, más tarde, una serie de retos. Descubrí que esas ramas que antes mencionaba estaban llenas de algo que siempre había formado parte de ellas, (pero yo no era consciente): esencia en forma de luz, amor y energía. Fui despertando y descubriendo esa esencia en mí al mismo tiempo que fui trascendiendo, poco a poco, eso que llamamos personaje. Seguir los pasos que otras personas con tus mismas inquietudes me aportaron una tranquilidad y una seguridad increíbles mientras experimentaba, por mí mismo, que el trabajo no era moco de pavo: requería esfuerzo, dedicación y los resultados parecían no aparecer. Pero vaya que sí se produjeron:

Despertar en mi vida ha sido despertar a la pesadilla del mundo ficticio del personaje, quitarse, poco a poco, el filtro, la venda y ver la realidad tal y como es. Ha supuesto comenzar a actuar con libertad, con soltura, con entendimiento y determinación. Ha supuesto comenzar a actuar poniendo amor, integrando, teniendo en cuenta a las personas con las que interactúas a diario. En definitiva: pones en juego el amor, la energía y la luz que eres, que somos todos y cada uno de nosotros y nosotras, en tu ambiente. Cuando desperté, desperté en todos los ámbitos en los que ya me venía desenvolviendo:

  • Como hijo y alumno entendí (aunque eso no implicó que las compartiera) formas de proceder de mi familia. Abandoné el orgullo y la ira del personaje, su frío rechazo y puse curiosidad y voluntad en querer ver más allá de lo que sucedió. Cambiaron radicalmente la manera de entender las relaciones que se habían producido.
  • Como alumno, también vi y entendí a esos docentes que me atendieron. Y los vi con todo el pack que llevaban con ellos. Y ahora, que sigo siendo alumno, sigo disfrutando y mirándolo todo con curiosidad. Vuelvo a ser un niño que disfruta poniendo  las capacidades en juego, ilusionándose y motivándose.
  • Como docente y director entendí que los alumnos no son vasos vacíos que has de rellenar. Desperté y conecté como nunca antes lo había hecho. Y conectar significa que lo que yo soy, ve lo que tú eres. Conectas y ves sus capacidades en juego, conectas y respetas su nivel de desarrollo, sus características. Entendí que el gran reto docente pasa por buscar la manera más respetuosa posible de transmitir contenidos válidos para su intervención en sociedad, una intervención que no ha de ser postergada: el mundo requiere de una acción cada vez más urgente.
  • Como padre, desperté y vi en acción las capacidades de tus hijos. Y eso es algo que no tiene precio. Es, sencillamente, asombroso. Cada día te haces más y más consciente de todo ello en juego y de esa frescura que les caracteriza. Pero, sin duda, los dos grandes retos que surgieron fueron el de evitar la desconexión y hacer lo posible para reconectar lo ya desconectado (porque fui consciente de que algo ya se había desconectado).

Ya para concluir, fui consciente de la gran importancia que ha tenido, tiene y tendrá la educación como herramienta para transmitir una serie de contenidos indispensables para el individuo, pero mandando, al mismo tiempo, un mensaje claro y reivindicativo:

La educación no puede limitarse en una mera transmisión de contenidos dejando de lado a aquellos para los que está concebida y las capacidades que atesoran. Educar es partir de que los individuos, ni somos vasos vacíos ni somos incapaces, si no que venimos con unas capacidades de serie, capacidades indispensables que se encargarán de cambiar este mundo que demanda una acción consciente y despierta sin demora.

Es necesario volver a reconectar, evitar la desconexión de las personas de nuestro entorno, ya seamos padres, madres, tíos, maestros, educadores o directores. Todos y cada uno de nosotros debe despertar del sueño del personaje y ser consciente de lo que realmente somos, de nuestra identidad. Necesitamos esa vuelta a lo natural, esa vuelta a casa para que, desde ahí, solucionar los problemas que nos acucian. 

Este mundo necesita personas despiertas que pongan las capacidades al servicio de la humanidad, que se cuestionen, que tengan una actitud crítica, que tengan a los demás en cuenta, que conecten con su entorno y que actúen en él.  En definitiva, el mundo necesita de esa acción despierta. Necesitamos que, estés donde estés, te unas al gran reto educativo.

Que la fuerza del despertar nos acompañe.

Iván Ojeda López. Socio y miembro de la junta directiva de ADCA.

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