Fijaros que hablando del amor hemos terminado contemplando la dicotomía esencia-existencia; y es importante no verla como una polaridad. Es cierto que el amor no es ninguna forma, pero se manifiesta en formas concretas. Haciendo un paralelismo: la energía tampoco es una acción, pero se manifiesta en acciones, y la inteligencia no es un pensamiento, pero se formula en ideas.
Una cosa es el amor en esencia y otra es amar. Amar es actualizar el amor que somos: amamos las formas concretas reconociendo su realidad para, a continuación, integrarlas en una totalidad que, de hecho, ya existe. Lo que hacemos nosotros es constatar en nuestra conciencia eso que ya es un hecho, pero que, inicialmente, no captamos. Inicialmente ponemos condiciones a la realidad para sentirnos felices y queridos, y cuando aparecen formas que no cumplen estas condiciones, las rechazamos y las declaramos incompatibles con el amor.
Por eso el Evangelio recomienda amar a los enemigos, porque a los amigos ya los tenemos incluidos en la Unidad, pero a los enemigos no; los enemigos nos impiden ser felices. Quizás ellos no saben que son enemigos nuestros, porque somos nosotros quienes les hemos adjudicado esta condición.
Eso de enamorarse del amor es lo que hacen los jóvenes cuando descubren los sentimientos románticos; pero como no ven realmente a la otra persona, acaban teniendo grandes desengaños y sintiéndose traicionados. O sea que es necesario fijarse en el otro, y en la forma que le hace diferente a mí, para después constatar que es el mismo que yo. Y no lo podemos hacer solamente con aquellas formas más parecidas a la nuestra; de hecho, lo más productivo es hacerlo con las que vemos como una amenaza para nuestra felicidad.
Es como si nos regalan un rompecabezas de tres mil piezas: ya sabemos que cuando se juntan todas sale un dibujo muy bonito, pero tenemos que mirar todas las piezas, una por una, para ver en qué lugar hay que ponerlas. El amor es la unidad, pero también la diversidad; y lo que nos distrae y divierte es el esfuerzo que tenemos que hacer para reconstruir la unidad forma a forma. Si ponemos una pieza en el lugar equivocado, no encaja, pero no es culpa suya, es que no sabemos ver cuál es su lugar, qué función hace en el mundo y, por tanto, en nuestra realidad.
Imagináos que, además, hemos perdido la tapa de la caja y hemos olvidado qué figura tiene que salir al final; entonces deberemos tener fe en que saldrá alguna y tendremos que tener ganas de acabar el rompecabezas. Las ganas son el amor esencial; y la voluntad de no desfallecer a pesar de las dificultades es el amor aplicado a la existencia.
Jordi Sapés de Lema (y otros). “Diálogos esenciales. 15 maestros de vida y 6 cuestiones capitales”. Editorial Stonberg. 2020. Barcelona.
Sí, estoy de acuerdo, amar es actualizar el amor que somos, y el camino del Amor es darte cuenta de que tanto la grandeza como la miseria del otro, son tuyas también. Aunque no siempre resulta fácil verlo…
Es la gran asignatura pendiente, me he imaginado en las escuelas una asignatura troncal llamada «Saber amar», tal vez nos evitaríamos las nefastas pruebas y error y los consiguirentes batacazos, porque crees amar y es algo que en principio y sin nociones ni conocimiento emerge sin pensar, y crees que te estás metiendo del todo, y luego tal cual lo describes has amado el Amor no a la persona, llegan decepciones y dolor, y a nivel práctico se me escapan las medidas… Pasarse de largo o no llegar. Asignatura aún pendiente dejando ese amor infantil y superficial que refería Blay por la cualidad que somos y hay que actualizar. Gracias por tus palabras Jordi. Un abrazo
Sí, desde las escuelas se puede hacer mucho. Procede que los maestros vivan despiertos el potencial de amor que son.