Saber amar. ¿Cómo aprender a amar? (1)

     Parece claro que para contestar a esta pregunta es necesario definir en primer lugar qué entendemos por amar. También nos tendremos que preguntar quién decide si estamos amando “correctamente”: nosotros como sujetos activos de este amor o los que reciben nuestras atenciones y nuestros cuidados.

Lo que quiero resaltar de entrada es que, habitualmente, decidimos amar al otro partiendo de la idea que tenemos de él, de cómo le vemos. Pero también acostumbramos a tener una idea personal de qué le conviene al otro, de cómo tendría que ser. Amar de esta manera puede ser egoísta ¿no?

Pero si decidimos que amar es darle al otro aquello que nos pide, nos podríamos encontrar comprando droga para una persona que padece una adicción. Éste es un ejemplo radical, pero es habitual reforzar la idea de limitación que tienen muchas personas ayudándolas a resolver sus problemas, en lugar de enseñarlos a espabilarse y a solucionarlos por ellos mismos. Amar de esa manera puede ser contraproducente, ¿verdad?

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El amor lo somos esencialmente y en la existencia aprendemos a manifestarlo mientras lo experimentamos. El egoísmo  también es amor, un amor que no va más allá de satisfacer a uno mismo, pero es amor. Después viene el amor por los “nuestros”, pero la convivencia con ellos nos obliga a verlos por ellos mismos, más allá de la relación que tienen con nosotros. Y, a veces, en el enamoramiento eso no pasa; por eso hay tantos desengaños, porque hemos estado proyectando en el otro la imagen que queríamos encontrar y resulta que no le encaja. Pero cuando tenemos una visión completa y real del otro, nos hacemos más conscientes de nuestra propia realidad. El amor más puro es el que se deriva de la evidencia de que el otro es el mismo que yo; no igual que yo, sino el mismo.

Sin embargo, existencialmente somos diferentes, y  la riqueza de la relación radica en la posibilidad de captar la realidad no solo desde mi perspectiva, sino también desde la que tiene el otro. Ven más cuatro ojos que dos; sienten más dos corazones que uno solo…, y las relaciones sirven para hacer cosas para las cuales hacen falta dos o más personas. Pero, además, cada uno puede ayudar y estimular al otro a desarrollar también su dimensión personal. En la profesión, en las aficiones o en las asociaciones, no hace falta vivir todo el rato uno al lado del otro. Es más: es preferible una cierta distancia para poder contemplarlo y, a veces, el otro te ayuda no estando de acuerdo contigo o no aceptando la manera como estás gestionando la relación. A menudo el conflicto es una manifestación del amor hacia el otro; no queriéndolo cambiar, pero sí dejando claro en qué condiciones estás dispuesto a mantener la relación y en cuáles no.

Todo eso nos lleva a otra cuestión que podemos discutir: si tiene sentido esa idea de que el amor perfecto ha de ser “incondicional”. A mi entender no, porque existencialmente queremos a unas personas que tienen una forma concreta y nuestra relación con ellas también es diferente; por ejemplo, no es lo mismo una relación laboral y una de pareja. Así pues,  la actualización del amor que somos está condicionada por la personalidad del otro y por el tipo de relación que establecemos con el otro. Y lo tenemos que tener presente porque el amor falto de inteligencia provoca tantas desgracias como la inteligencia falta de amor.

Jordi Sapés de Lema (y otros). “Diàlegs essencials. 15 mestres de vida i 6 qüestions cabdals”. (Diálogos esenciales. 15 maestros de vida y 6 cuestiones capitales). Editorial Stonberg. 2020. Traducción Carlos Ribot.

5 comentarios en “Saber amar. ¿Cómo aprender a amar? (1)”

  1. Pienso que el amor es incondicional, o no es amor. Ahora bien, puedo amar incondicionalmente y decir “no” a la persona amada, o incluso alejarme de ella si siento que la relación me daña.
    Amar solo depende de mí, de lo que yo siento.

  2. Creo que el amor no se piensa no se mide no se juzga ni se debe limitar. Se siente y nada debe coartarlo. Nace de lo más profundo de la persona y cuanto mayor sea, mejor y más feliz le hará. Otra cosa es la manera de expresarlo. Para eso está nuestro intelecto, que deberá crecer en consonancia con el crecimiento de nuestra capacidad de amar. Llevándolo al absurdo, no creo que sea recomendable que por amar mucho vayamos besando y abrazando por la calle a todo el mundo. Nuestra inteligencia nos indicaría que no. Menos mal que también se puede y se debe amar mucho sin tanta demostración.
    Me refiero al amor de verdad, ese que sale de lo más profundo. Ese al que a base de ejercicios de Centramiento intento llegar.

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