El sentido de nuestra vida de relación personal

Nuestra relación con los demás es, al principio, una relación de superficie; yo estoy identificado en mis modos de ser y percibo al otro sólo en sus modos de ser; yo me vivo a mí mismo por criterio de comparación: yo soy más o menos que lo de más allá, y mi valoración de lo otro está en función de estos más y estos menos con los que me valoro a mí mismo.

Se trata de una relación externa, periférica, mecánica, en círculo cerrado, automática. Yo no puedo dejar de valorar aquello que va a favor de lo que yo deseo; ni puedo dejar de rechazar aquello que va en contra de lo que yo deseo. Por el hecho de que estoy actuando de un modo identificado con mi yo-ideal, los demás hacen una función inevitable, necesaria, respecto a este yo-ideal. Por tanto, mi actuar es puramente automático y mecánico: yo no ejerzo libertad ninguna, no actúo con una visión objetiva ni real del otro. Para salir de este círculo cerrado he de despertar desarrollando la capacidad de ser Autoconsciente. Cuando soy autoconsciente se produce en mí un traslado del centro de gravedad, de manera que, en vez de gravitar alrededor del yo-ideal, de esa proyección de lo que yo pretendo ser y quiero ser o temo no llegar a ser, el centro se va trasladando a lo que yo me siento ser. Voy tomando consciencia de que soy un foco autodeterminante y autodeterminado de expresión de cualidades, de ideas y de aptitudes. Descubro que en este ejercicio de autoexpresión motivado en mí mismo, por mí mismo, hay una fuerza cada vez mayor, está la mayor parte de las cosas que yo buscaba normalmente en mi proyección idealizada de mí y de los demás. Descubro esta seguridad, esta plenitud, este mayor sentimiento de libertad, cosas que anteriormente yo sólo buscaba rodeándome de ciertas condiciones y negando otras condiciones del exterior, es decir, seleccionando de una forma rigurosa mis actitudes, mis amistades, viviendo un determinado papel, un personaje.

Ahora, en la medida en que voy ejercitando la autoconciencia, descubro que hay un valor en el simple hecho de ser y expresar esto que me siento ser. La relación humana, aparte de que sigue teniendo una finalidad práctica en mi vida de cada momento, ya no la utilizo para mi satisfacción exterior, para mi cotización, para mi afirmación o reafirmación ante los demás, sino como un medio de ejercitamiento, como medio para el desarrollo de lo que voy sintiendo como más verdadero, como más genuino en mí.

La clave, aquí, está en la sinceridad y la entrega. Estas me permiten abrirme al otro. Cuando dejo de tener miedo, cuando dejo de depender del otro, cuando yo me siento más seguro, más yo mismo, entonces no tengo miedo de que el otro me lesione en mi amor propio, en mis ideas, en mi prestigio. Entonces yo puedo abrirme a él, puedo dejar que su mundo interior penetre en mí, puedo aprender a ser reflexivo, a ser comprensivo, a ser participativo, dejo de tener miedo a la comunión. Gracias a esto, por un lado, yo voy tomando conciencia de mí, me voy descubriendo a mí mismo en este ejercitamiento de sinceridad, voy descubriendo cosas cada vez más profundas, más mías. Esto me proporciona un medio para descubrir en el otro cosas cada vez más suyas, más auténticas, hasta que llega un momento en que consigo equilibrar una faceta y otra, un polo y otro, de esta situación única que es contacto humano.

 

Texto extraído del libro Caminos de Autorrealización Tomo III, Editorial Cedel. 1983 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio