Serie de reflexiones sobre la ponencia del III Congreso de ADCA «El compromiso esencial». Segunda entrega: «LA SÍNTESIS DE TODO»

ADCA

El siguiente fragmento a comentar dice:

«A su vez, la con-ciencia y el com-promiso reclaman una comunión; y toda comunión apunta como mínimo a un binomio personal de relación: Un Yo y un Tú. Aquí, un Tú eterno. De hecho todo se sintetiza en el Tú, único, unificador y absoluto, que no absorbe, sino que enaltece más y más al verdadero YO. Pero surge un problema serio cuando el dinamismo de la posesión, invade el ámbito de la relación y el TÚ se sustituye por un Ello. Desde ese instante la libertad se esfuma, porque se cierne sobre ella la ignorancia del Yo, cuya luz solo viene del aliento que recibe del Tú.»

     Lo primero aquí es resaltar las etimologías: con-ciencia es ciencia del entorno, conocimiento de lo que tenemos delante; com-promiso es prometer algo a este entorno.

    

     En ambos caso se resalta el entorno: queremos entender lo que se nos presenta y hacer algo para mejorar la situación en la que participamos. Esto es justo lo que nos revela de manera experimental que somos capacidad de ver, amar y hacer. Porque nuestros sentidos siempre nos dan a conocer las personas y las cosas que llegan a nuestra existencia pero, cuando estamos dormidos, solo nos preocupa ver si estos acontecimientos nos convienen o nos perjudican. Tenemos una actitud pasiva frente al mundo, una actitud de soportarlo. Y claro, soportar todo un mundo es algo que se hace muy pesado.

 

     El caso es que, desde nuestra perspectiva existencial, el mundo nos precede y nos sucede – para nosotros es como si fuera eterno – y lo único que nos da relevancia como personas concretas es que lo recibamos tal como es, al nacer, y que lo entreguemos al partir, habiéndolo mejorado. Solo así pasamos de ser pasivos a ser activos, a ser protagonistas de nuestra existencia. Lo otro, o el otro que tenemos que atender: el tú, nos hace tomar conciencia de nosotros: del yo; un yo consciente de la capacidad de ver, amar y hacer que define al ser humano.

    

     Recordemos que Blay define esta naturaleza como potencial: podemos entender la realidad: capacidad de ver, participar en ella: capacidad de amar, y transformarla: capacidad de hacer; pero esto exige una intención, un interés y, sobre todo, una acción premeditada. No hay sujeto sin objeto; pero estar ahí en medio, viéndolas venir, intentando ignorar o eludir los problemas, protestando y lamentándonos por todo, no nos hace sujetos de nada; nos convierte en otro objeto, en una cosa en medio de otras cosas. Sin una acción orientada por el espíritu no somos más que un cuerpo que utiliza el habla para quejarse. 

    

     Por eso mantenemos también una idea pasiva de la libertad: la definimos como la ausencia de obligaciones, el no tener que hacer. Cuando reclamamos “hacer lo que nos da la gana” nos referimos a “no hacer lo que nos mandan”, no es que pretendamos actuar de otra manera, simplemente no queremos que nos molesten.

 

     Así que el protagonismo y la libertad personal en la existencia implica la conciencia del potencial y la decisión de vivir de una forma consciente y voluntaria, con vocación de hacer algo beneficioso y significativo para los demás. Lo que hacemos por los demás nos da sentido a nosotros en tanto que gestores del potencial que se nos ha dado y nos concede la prerrogativa de decidir dónde y cuándo queremos echar una mano. Esta es la libertad real.

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