Sobre la angustia y la felicidad

En el Trabajo espiritual suelen arrastrarse algunos malentendidos que conviene desmentir. Quizás el más importante sea la idea de que la angustia y el malestar son emociones que solo se experimentan cuando estamos en el personaje. Se supone que, despiertos, vamos a estar todo el tiempo felices y contentos. Pero esta presunción choca con la experiencia de los que se adentran realmente en el camino. Y a veces, se quedan tan sorprendidos que piden el libro de reclamaciones.

La angustia se produce en el niño que ha puesto toda su atención en el entorno y ha acabado por ignorar su esencia y desconectarse de ella.  Aparece en el momento en que este entorno le falla y se queda sin referencia alguna, externa o interna. El personaje se genera precisamente para paliar esta angustia: trasladando mentalmente el niño a un futuro en el que todo será distinto y esto no se repetirá. Lógicamente, en el momento en que despertamos, esta estrategia deja de tener sentido y la mente no tiene más remedio que enfrentar la angustia inicial, una angustia que solo el Fondo puede resolver.

Durante el sueño la angustia está siempre presente, cada vez que el yo idea tiene miedo de que se descubran nuestros supuestos defectos y en cada ocasión que el yo ideal ve cómo se frustra su esperanza de ver reconocidas nuestras pretendidas virtudes. Pero es una angustia larvada que el propio personaje sabe manejar con sus recetas habituales: responsabilizar a los demás de nuestras dificultades y aplazar el éxito para más adelante. Sin embargo, al despertar, cuando esta táctica resulta imposible, la angustia se queda sin solución y puede adquirir una gran intensidad. Blay hablaba a menudo de este fenómeno y lo presentaba como algo inevitable que hay que enfrentar, en vez de asustarnos y llegar a la conclusión de que el Trabajo no funciona.

Además, la existencia está llena de desequilibrios que podemos contribuir a resolver; pero mientras tanto, producen incomprensión, rechazo y crueldad, fenómenos que pueden afectarnos a nosotros o a nuestros seres queridos. Aquí la diferencia entre estar dormido o despierto viene determinada por el hecho de que, despiertos, nunca vamos a ser los sujetos protagonistas de esta incomprensión, marginación u opresión. Sin embargo, podemos recibirla por parte de los demás.

Cuando veamos a alguien vociferando, insultando o lanzando miradas de odio es señal de que está completamente dormido, en manos del personaje. En estos momentos, por más que grite mucho, no siente ninguna angustia. La ira produce siempre una sensación de energía que el personaje utiliza para encubrir su impotencia. Pero solo la encubre. Y, además, envenena el centro afectivo, el alma de quien la cultiva.  En cambio, los más conscientes, reflejan en su rostro la preocupación por esta situación, tanto si les afecta directamente como si repercute sobre sus vecinos. Digamos que la angustia es lo que tenemos más cerca de la unidad esencial.

También suele ser fuente de confusión la satisfacción derivada del hecho de actualizar el potencial que somos. A veces, preocupados por la soberbia y la vanidad inducidas por el personaje cuando las cosas van como él espera, tenemos reparos en experimentar un sentimiento de aprobación hacia nosotros mismos. Esta auto complacencia es algo perfectamente natural. Disfrutar de la existencia y ejercitar la conciencia que nos permite participar en ella es lo propio de la autenticidad, de ser uno mismo. La diferencia que hay entre esta satisfacción natural y la vanidad del personaje reside en que, despiertos, no necesitamos que nadie reconozca nuestros méritos ni pretendemos compararnos o colocarnos por encima de nadie. Justamente ser auténticos nos permite ser sencillos y caminar por el mundo sin levantar polvareda.

La felicidad es el gozo derivado de la conciencia de ser y del hecho de poder expresarnos en la existencia del modo que nosotros consideramos más adecuado para la totalidad. Si esta expresión personal molesta a determinadas partes de nuestra conciencia, interna o externamente, significa que debemos prestarles atención porque están sufriendo algún desajuste. Pero el remedio no es sumarse al desajuste sino procurar resolverlo, de manera que puedan sentirse también satisfechas de estar existiendo. Entonces nuestra felicidad adopta el aspecto de voluntad. Valga la redundancia: de buena voluntad.

3 comentarios en “Sobre la angustia y la felicidad”

  1. La verdad es que me parece un artículo fascinante; primero para romper esos clichés que apuntan a la equivalencia entre el despertar y estar siempre happy flower, y segundo por algo que me parece verdaderamente importante: “La angustia es lo que tenemos más cerca de la unidad esencial”. Yo puedo dar fe de esto, porque si uno deja de pelear contra la ansiedad intentando sacársela de encima y se abre a ella atravesándola, aparece en un espacio inmenso.

    Muchas gracias por el articulo Jordi.

  2. Gracias Jordi. Segun mi punto de vista hay que aprender a mirar – que no recrearse en conceptos- todo lo que hay en nuestra conciencia, si es angustia, pues angustia,…, si es felicidad, pues felicidad… no soy yo quien escoge el menú que se me presenta. Solo así hay opción de traspasar los límites del yo idea. Un abrazo.

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