Es preciso pasar por una especie de inmolación de lo personal. Sólo cuando uno afronta una y otra vez las dificultades, los obstáculos, las críticas, los desengaños, y no se limita a quejarse, a exclamarse, a hacerse la víctima, sino que se abre a la situación y procura ser consciente de sí y de la situación, entonces es cuando se produce la disolución de esa crispación, de ese gesto, de ese nudo que tenía en lo más profundo de su mente. Entonces es cuando se abre paso al poder de la gracia que penetra y que por sí misma transforma, eleva, llena.
Hemos de llegar a comprender que todo nuestro trabajo de mejoramiento y realización está protagonizado por Dios. No somos nosotros quienes trabajamos, quienes mejoramos, no somos nosotros quienes tenemos más virtud, más amor, más comprensión, más interés, ni más sabiduría. Es sólo la luz de la Verdad, la fuerza del Amor, la potencia de la Energía absoluta las que se manifiestan un poco más a través de nosotros y permiten que nuestra tontería quede en un segundo plano y se exprese un poco más la brillantez interna, la luz que nos llega de lo superior.
No hemos de crisparnos sobre nuestro trabajo de mejoramiento. Hemos de trabajar y a la vez hemos de abandonar todo trabajo, hemos de darlo todo, pero como si no hubiéramos hecho absolutamente nada. Hemos de aprender este doble gesto, este doble movimiento, de nosotros hacia arriba y, después, de arriba hacia nosotros; abrirse a la gracia es tomar el atajo más rápido que hay, no para llegar sino para permitir que nos llegue la verdad, la realización.
La gracia no es un poder especial, extraño y difuso. La gracia es algo muy concreto. Es fundamentalmente una energía de una potencia extraordinaria que no depende de nada de nuestras ideas, ni de nuestros sentimientos. La gracia es la manifestación más elevada de la energía; irradia por sí misma y no está sujeta a ningún vaivén. Esta fuerza inherente a la gracia es la que nos da esa intuición de realidad y la que nos capacita para hacer las cosas que debemos hacer.
La gracia es también conocimiento, pero es un conocimiento directo de la verdad. De la verdad superior pero al mismo tiempo de la verdad de las cosas y de nosotros mismos. Tiene el poder de rectificar, de configurar y de transformar las cosas para adaptarnos realmente a lo que es la verdad. Poder abrirse inteligentemente, conscientemente, al mundo de la gracia es permitir que actúe en nosotros la mente auténtica, superior; entonces todo lo que depende de nuestra mente va situándose en su lugar.
Y la gracia, por último, es amor, verdadero amor. No el amor que me tengo o me tienen a mí, sino ese amor que se manifiesta a través de mí y que es el único auténtico. Cuando uno logra abrirse a estas realidades y aprende a ser consecuente con estas nociones e intuiciones que le vienen de lo superior, uno se va afinando. Pero el proceso es largo, pues hasta que no se ha transformado por completo la mente y la gracia no ha tomado plena posesión de uno, continúa la crispación sobre el yo.
Extracto de la obra: El trabajo interior. Técnicas de meditación. A. Blay. Editorial INDIGO. 1993
Que bonito y que bien me viene hoy
Si vas a fondo no tienes más remedio que traspasar lo personal. Lo personal es «lo mio» y esta «propiedad» es una entelequia que solo sirve para confundirnos y caer en la frustración de un orgullo infantil.
La gracia es gozar de la conciencia del Potencial que somos y que se actualiza a través nuestro, desparramándose por el entorno que nos contiene. Así que esta actualización es algo necesariamente impersonal.