La experiencia de Oseira ofrece una panorámica del proceso que se ha intentado seguir. Esta experiencia no sólo recoge el momento vivido en el Monasterio, sino todos los pasos dados previamente en la asimilación de los textos preparatorios, así como el bagaje que cada uno lleva desarrollando a través del centramiento y del despertar en la vida cotidiana. Sin esta base de trabajo que requiere la actitud despierta del potencial que somos, y el correlativo ejercicio de las capacidades inherentes a éste en la vida diaria, se tendría más dificultad en asimilar los textos preparatorios. Estos ayudan a enfocar la atención para concentrarla y profundizar en la experiencia esencial.Así esos textos no tendrían sentido si no pudieran fertilizar la tierra ya trabajada, valga la metáfora, puesto que se quedarían en ideas necesarias para una guía interior, pero no irían más allá de los conceptos o creencias.
Si nos fijamos, todos los sucesos de vida y los esfuerzos por trasladarlos al Trabajo, sin dejarse arrastrar por la inercia, han ido confluyendo para su consagración en la Experiencia del Monasterio. Una vez en éste, hay que desprenderse de todo y situarse en el sentir, en la percepción, y dejar el pensamiento quieto, inoperante. Es decir, sin expectativas de nada en particular. Si no podemos soltar las expectativas y las consiguientes comparaciones, quedamos abocados al peligro de que la conducción la haga el yo ideal. Es evidente que el yo ideal va ampliando su perspectiva, y en ella incluye alcanzar lo sublime en lo espiritual. Otro peligro consiste en los problemas personales. Cuando estamos muy identificados con ellos, absorben la atención y acotan la libertad perceptiva. Para ello hay un remedio. Si no ha dado tiempo de trabajar a fondo la identificación, debemos entregar el problema a Dios con la confianza de que El que sabe todo y está en todo, nos orientará en su justo momento. O sea pasar página y dejarla en blanco para que pueda penetrar la luz esencial. Esta asunción puede producir mucha inseguridad al personaje que desea resolver sus problemas de inmediato y a toda costa. Por ello, la confianza es básica y es la que permite que el pensamiento no domine la experiencia, y que la atención quede libre para centrarse en la Realidad Superior.
Así pues, en este proceso podemos observar tres fases:
Fase preparatoria: Reconocimiento de la identidad esencial y su protagonismo en la cotidianidad. Lectura y asimilación de textos sobre lo Superior.
Fase de Observación interior: La observación de los entresijos del personaje con el yo idea que piensa cosas parecidas a no podré tener una experiencia importante porque no estoy a la altura, y el yo ideal que quiere que la experiencia sea sublime pero a la vez inalcanzable para salvaguardar al yo idea. Otra proyección del personaje consiste en pensar que el ámbito del retiro no puede ofrecer lo que anhela. La mente que prejuzga, puede catalogarlo de conocido (pasado/futuro) y presumir lo que va a pasar.
Fase de Vacío: El vaciado de pensamientos que hemos observado y entregado a Dios. Si confiamos en El y logramos esta receptividad, desaparece lo irreal y nos hallamos preparados para recibir al espíritu, a lo real.
Como hemos vivido, la experiencia espiritual tiene muchos matices. Puede ser muy potente o profunda o bien de una suavidad sutil, una caricia del espíritu. Destellos de realidad, de substancia, luz, consistencia, evidencia, verdad, comunión… La experiencia queda abierta a las aportaciones de cada uno en el encuentro con la verdadera Vida.
Quisiera compartir algunas experiencias relacionadas con este magnífico texto de Rosa, y es que, cuando el intento de contacto con esta Realidad Superior da sus frutos, sea de la forma que sea, siempre surge la evidencia de que las dificultades a las que Rosa hace referencia en el segundo párrafo dejan de tener ningún sentido. La realidad vivida supera ampliamente cualquier expectativa del yo-ideal, al tiempo que hace evidente su inutilidad, mientras que los problemas personales pierden toda capacidad de acaparar tu atención, que se orienta hacia lo Real, situando a los problemas, o mejor dicho determinadas circunstancias de la vida, en el plano existencial, concreto y temporal que tienen en realidad, con la seguridad de que serán atendidos en su momento. Además, el contacto con lo superior es vivido como efecto, por su manifestación, pero también como causa, por su entidad de SER, de forma que, por breve que sea esta vivencia, recoloca todas las cosas en un orden y con una resolución que es percibido, sin duda, como algo de una calidad muy superior al habitual.
A mi me surge una duda clásica: cuando hablamos de tener confianza en Dios suena a sinónimo de fe en su acepción más común (la utilizada habitualmente por los creyentes). Entonces ¿cual sería la diferencia entre la confianza basada en la creencia y la que nos alienta a nosotros cuando acudimos a Oseira? Algunos tenemos la seguridad de haber logrado avances en muchos terrenos de nuestra vida (esto es, fe entendida como consecuencia de la experiencia) pero también la constatación de que nos resulta muy difícil mantenernos con la mente en blanco, precisamente porque siguen rondando esos nudos que no conseguimos resolver.
Ahí la frontera entre fe y confianza ciega se me difumina un poco…
Mi confianza en Dios deriva de haber constatado que, cuando yo parecía haber perdido el control de las situaciones que me afectaban, a mi entender de modo negativo; Él no lo había perdido en absoluto. Es decir, aquello que estaba sucediendo, en contra de mi voluntad, en la práctica me estaba beneficiando. Así que ahora, cuando sucede algo cuyo sentido no alcanzo a comprender, no dejo la mente en blanco, pero procuro que la visión que me llevará a verlo tarde o temprano, no se vea entorpecida por pensamientos o especulaciones. Digo que se haga la Voluntad de Dios y lo digo de corazón. Esto es confianza.