La llegada de diciembre, está especialmente marcada en el calendario de nuestra conciencia por la Navidad; no obstante, es preciso asumir que los tiempos han cambiado, y las percepciones de las personas sobre la Navidad también. Incluso se advierte una creciente indiferencia entre la gente, en referencia al verdadero significado espiritual de estas fechas tan señaladas en nuestra cultura occidental.
Esto se nota, por supuesto, si atendemos a que los “templos” dedicados a la oración donde antaño se celebraban las afamadas misas del “gallo” repletas de fieles, están siendo sustituidos por fastuosos centros comerciales donde la especie predominante es el “comprador compulsivus”, especie peligrosa donde las haya porque acostumbra a ir en manada a lomos de su pretendida soberanía individualista asaltando las tiendas a golpe de tarjeta de crédito, obviando, al mismo tiempo, la trazabilidad y la huella ecológica de los productos que secuestra de los almacenes vilmente; o pasando por alto la explotación laboral de aquellas personas que los producen y los venden.
Las panderetas, aguinaldos, villancicos y dulces navideños hechos en casa han pasado sistemáticamente a mejor vida; y la observación de las noches estrelladas se confunde ante las apabullantes y excesivas iluminaciones navideñas de tantas ciudades y poblaciones. Eso por no hablar de los repletos programas de actividades navideñas, que cualquier ayuntamiento de medio pelo presenta a sus ciudadanos bulliciosos y anhelantes de días festivos y jolgorios varios. Definitivamente, son fechas señaladas para los oligopolios comerciales donde ponen toda su maquinaria industrial y distributiva a pleno rendimiento.
En realidad, si nos paramos a reflexionar, ambos fenómenos tienen una misma conexión; porque cuando lo cualitativo que simboliza el nacimiento de Dios en mí, decrece, se retroalimenta la importancia de lo cuantitativo, representado por esta parafernalia materialista que se ha adueñado de la Navidad; y esto es así porque es una forma de tapar un doloroso e incómodo vacío interior al que no se quiere mirar, pero que es imprescindible atender si queremos viajar de la Vanidad a la Navidad.
De manera que, en este final de año desde ADCA queremos incentivar precisamente el recorrido contrario, es decir, que pongamos todo nuestro empeño en prepararnos para la verdadera Navidad. Porque a fín de cuentas no es cuestión de comparar diferentes épocas, sino de recuperar el sustrato “cualitativo” de las fechas que celebramos: “la realidad de Dios que cada uno de nosotros llevamos dentro” y que nos recuerda constantemente que somos pura Conciencia, puro Amor y pura Vida. Ese es nuestro deseo fundamental para este nuevo año que se avecina, que reflexionemos y meditemos que todos somos parte de una misma Esencia Única, para que desde esta evidencia experimental surja en nosotros una entrega y servicio que nos lleve a despertar con mayor intensidad a esta Conciencia de uno mismo y ayudar, en consecuencia, a su despertar en la humanidad.
“Feliz Navidad”
No sé por qué, la Navidad me trae un sabor contradictorio. Parece que sólo tenemos que desear felicidad en estas fechas…y por otro lado, cuánta felicidad somos capaces de vivir y experimentar. El Niño que nace nos lo recuerda.
Me uno a Imanol, Feliz Navidad.
» Pura Conciencia, puro Amor y pura Vida», así de bello y así de simple.
Feliz Despertar.