La encíclica del Papa Francisco sobre el trato que el ser humano está dando al planeta del que formamos parte no dice nada que no se esté afirmando desde hace tiempo: Dios dijo “dominad la tierra”, no dijo “destruidla”; el sistema capitalista opera exclusivamente en términos de beneficio a corto plazo y no considera como gasto la destrucción del medio ambiente; los estudios de preservación del mismo que se adjuntan a los grandes proyectos urbanísticos son un trámite meramente estético para cubrir las formas; los gobiernos son incapaces de tomar decisiones a largo plazo, más allá del período que les toca gobernar y se despreocupan de los problemas que sus decisiones van a causar a las generaciones futuras, etc.
Todo esto está más que sabido, la novedad es que lo diga el Papa. Pero la encíclica contiene otras afirmaciones que vale la pena destacar: la primera es que la idea de que la técnica acabará por solucionarlo todo está definitivamente desprestigiada. Después de la masacre del pueblo judío en los crematorios nazis, con el aprovechamiento incluido de los restos humanos susceptibles de tener un valor de mercado, quedó claro que la técnica solo beneficia al poder; y, hoy día, el poder ni tan solo lo tienen los gobiernos: está en manos del capital financiero.
La otra afirmación, quizás la más importante, es que esto se está produciendo ante la práctica indiferencia de la población, exceptuando los colectivos ecologistas, que son minoría y sirven más de coartada que de otra cosa.Porque la inmensa mayoría de la población occidental, la supuestamente cristiana, no está dispuesta a renunciar a unos grados de temperatura de su calefacción o de su aire acondicionado, ni hace nada efectivo por luchar a favor de alternativas energéticas de tipo ecológico.
El Papa ha hecho un especial esfuerzo por dirigirse a todo el mundo: creyentes y no creyentes, cristianos o fieles de otras religiones. Y también se ha guardado de condenar a nadie, seguramente porque no puede presentar a los cristianos en general y a los católicos en particular como ejemplo de la conciencia que reivindica. Pero en coherencia con esta postura de humildad se atreve a proponer la única solución realmente práctica para enfrentar el problema de un modo decidido: un gobierno mundial que respete rigurosamente el principio de subsidiariedad según el cual cada colectivo ha de decidir sobre los asuntos que puede resolver por si mismo. Y es obvio que sobre el efecto invernadero, la contaminación de los océanos, el hambre de los países del tercer mundo, el derroche energético y consumista del primero, las pandemias y las guerras de religión solo puede actuar con eficacia una autoridad mundial.
No es el primero en proponerlo, también parece ser un objetivo del Club Bilderberg, así que el Papa se ha decidido a presentar batalla a nivel internacional en nombre del espíritu. Llevamos bastante tiempo discutiendo si la Unión Europea ha de ser la Europa de los pueblos o la de los mercados; y ahora vamos a trasladar esta discusión al ámbito planetario: a ver si este planeta ha de ser propiedad de las multinacionales o de la humanidad.
La elección del tema es muy acertada. Ésta me parece una cuestión que merece toda nuestra atención e implicación. Se trata de un serio problema que tiene mucho más impacto del que imaginamos y que nos afecta gravemente. Ya es hora de plantearse seriamente: ¿en qué estado vamos a dejar el planeta a las generaciones futuras? Si es que no nos lo cargamos ya.
Como ya se está viendo, esta explotación de los recursos naturales a la que estamos sometiendo a la Tierra, se vuelve contra nosotros por mucho que miremos hacia otro lado. Su origen está ligado a la desnaturalización que sufrimos derivada de la ausencia de conciencia y del dormir colectivo. Lo que está claro es que hemos llegado a un punto muy cercano al límite y se hace imprescindible implicarse ya.
Creo que es una cuestión de urgencia que despertemos a esta realidad y que en primer lugar seamos consientes en nuestra vida cotidiana, en nuestro día a día, de pequeños grandes gestos que contribuyen al cuidado de aquello de dónde venimos, la naturaleza.
Opino como tú Leire, ésta es una cuestión urgente porque es vital para la humanidad, y la verdad es que creo que éste planeta puede vivir perfectamente sin nosotros. Lo preocupante para mí es lo que dice Jordi, y es que aunque a todos nos parezca muy importante, a la práctica son muy pocos los que (entre muchas otras cosas) por ejemplo renuncian a la “comodidad” de los aires frios o calientes, para contrarrestrar de manera radical lo que de modo natural sucede.
Que de esto hable el Papa levanta sorpresa, porque parece que en la Iglesia les cuesta unir esto de la materia con el espíritu; y para mí, que éste paso es síntoma de ésta unión.
Pienso que cuando se despierta, uno se da cuenta de que todo eso que el planeta ofrece no tiene precio; Es una expresión constante en todo su esplendor; la inmensa fuerza y limpieza de una cascada, el fluir tranquilo de un rio, el brillo y sugerencia del amanecer, el gozar de los animales en su descanso… y ésta secuencia no tiene límites.
Particularmente me quedo con un párrafo de la encíclica que dice lo siguiente: “El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social” es verdad que se hace urgente un paso más allá de la indiferencia predominante en el mundo actual, pero no como una lucha entre bandos diferenciados, quizá lo más indicado sea un esfuerzo y ejercitamiento constante por despertar a la evidencia de la realidad esencial que uno es, cuando uno se percibe participe e integrado en todo lo que le rodea no siente ningún impulso por destruir nada, más bien su intención es compartirlo con todos los seres. Deberíamos convertirnos en activistas del espíritu buscando entre todos esa ecología integral que el Papa señala en su encíclica.
Ya lo decía Jesús y parece que pasó inadvertido: «no podéis servir a Dios y al dinero» y en el fondo este es el tema…¿a quién servimos realmente? Todo el mundo debiera tener la oportunidad, una vez al menos en su vida, de vivir desde la pobreza. Cuando he vivido en tiempos mejores me doy cuenta de la forma tan seductora que la sociedad de consumo utiliza para atrapar a las personas. La mochila energética que tienen la mayoría de productos que compramos es algo que ni siquiera nos planteamos al mirar el precio, la rapidez de la compra o las necesidades del momento; esta globalización hace que no sólo compremos cosas que no precisamos sino que desplacemos nuestras compras a cosas que vienen de lejos teniendo un gran coste pudiendo ir al señor de al lado que tiene huerto y que las vende…en esto desde luego me incluyo, mea culpa. Pero me doy cuenta ahora cuando la economía personal decrece y decrece que para vivir me sobran la mayoría de las cosas que antes veía imprescindibles. ¿Por qué las compraba entonces? No me extraña que Francisco ponga el dedo como siempre en la llaga, un sistema que no sirve al hombre sino que se sirve a sí mismo no es un sistema que nos lleve a ningún sitio, servir a este sistema es plantearse la pregunta que Jesús nos hizo, pero como el cambio parece impensable tendremos que pensar cada uno: ¿a quién servimos?
Una propuesta de respuesta a la pregunta que hace Pilar en su muy acertado comentario sería decir que comprábamos, y compramos, a honor y gloria del personaje, porque ¿qué es servir al dinero sino tratar de contentar a aquel que nos dice que gracias a lo que podemos conseguir con él alcanzaremos determinados grados de satisfacción, reconocimiento personal, consideración social, etc… que nos hará felices? El dinero, por sí mismo, no es bueno ni malo, es lo que pretendemos alcanzar a través de él el motor tanto de su sobrevaloración como de buena parte de toda la perversión de valores a la que nos vemos sometidos en el ámbito económico y que el sistema capitalista utiliza en su provecho. Cuando descubramos, bien por necesidad bien por deducción (la eterna pareja del discernimiento y el sufrimiento) que, como dice Pilar, para eso no hace puñetera falta, empezaremos a sembrar las bases de lo que el Papa, y muchos de los comentaristas de estos artículos proponen como solución a estos problemas: una vivencia cada vez más plena del hombre en su realidad esencial y en su relación con un entorno, llamémosle semejantes, naturaleza, o como queramos. Entonces, el dinero empezará a servirnos en este propósito, y no al revés.
Y quien dice el dinero, Sr. Jordi Calm, dice también los títulos y el reconocimiento social, simplemente por una cuestión de supervivencia (del personaje). Acertado comentario.
Hola, en un momento de inspiración he escrito el texto que sigue, lo comparto con vosotros para aportar mi punto de vista al respecto. Un abrazo.
La sensibilidad humana
La espiritualidad profunda de la que gozaban implícitamente las tribus y poblados antiguos se arrancaba de cuajo por las conquistas de otras poblaciones, puesto que conllevaba una reeducación social a la que sometían al fracturado colectivo vencido. De esta forma los gobiernos dominantes iban ampliando el imperio. El poblado derrotado perdía vidas, recursos, cultura y formas organizativas propias y un tesoro de incalculable valor, los lazos que unen al hombre y a los seres que habitan en la Tierra.
El gobierno dominante debía organizar todo el territorio, lo hacía bajo un mandato centralista. Des de donde se decidía y marcaba la vida social del imperio. Esta nueva forma organizativa debía imponer unas maneras de relacionarse entre los individuos que formaban parte. Se enseñaba como se debía ser en sociedad, pero claro prescindiendo del la enseñanza milenaria que da una observación profunda y objetiva de nosotros mismos y el entorno.
Por desgracia, las generaciones posteriores han vivido esta realidad de manera inconsciente. Actualmente sufrimos una alienación general de la población. Es por todo esto, que puede ser que sí, que debiéramos venerar esta conexión que se establece con el mundo a través de la sensibilidad humana.
Jaume Arasa García
Sabe mal reconocer que con frecuencia la humanidad avanza tras pasar por situaciones límite. No por pura lucidez.
Uno se pregunta: ¿Por qué no hubo un papa que publicara una encíclica sobre ecología hace 20 años, teníamos entonces el mismo tipo de problemas?
Existen innumerables ejemplos también en el ámbito cultural, sanitario, de la educación, la política …
Somos capaces de mayor verdad, es decir de reducir un poco el inconsciente social o de grupo, sólo cuando no nos queda otro remedio.
(Distinto es el inconsciente colectivo de C. G. Jung que tiene otro significado.)
Creo que hoy por hoy se puede llegar a acuerdos internacionales, pero un gobierno mundial todavía resulta muy difícil.