Fragmento del libro Ser: Curso de psicología de la autorrealización (Editorial ÍNDIGO):
Podemos decir que el niño, de un modo natural, es un potencial de energía, de inteligencia y de amor-felicidad. Él es intrínsecamente eso, es lo que es su identidad como individuo, y su existencia es ir actualizando eso en forma concreta, a través de lo físico, de lo afectivo y de lo emocional concreto.
Pero recibe del exterior el impacto de una exigencia, de un modelo de ser: “tú has de ser de esa manera, amable, obediente, estudioso, cuidadoso, listo, etc.”, y se le condiciona; los mayores condicionan su afecto y la valoración del niño al cumplimiento de ese modelo.
Fijaos que, de por sí, este modelo no tiene nada que ver con el niño, es un modelo totalmente externo, extraño, que se superpone a la mente y a lo que es la naturaleza del niño. El niño trata de cumplir el modelo y entonces los mayores le juzgan, y le juzgan de acuerdo con su cumplimiento o no de ese modelo: “eres bueno, eres malo, eres tonto, eres listo, eres obediente, eres descarado, etc”. Fijaos que este juicio es un juicio que se está haciendo en relación con ese modelo que se le ha impuesto.
O sea, primero, imposición del modelo que es tan ajeno al niño como el nombre que se le da, y segundo, se le juzga en virtud de su obediencia o no a ese modelo. Y entonces al niño no se le dice: “tú has hecho algo que no deberías haber hecho”, o “tú has hecho una acción torpe”, no. Se le dice “tú eres torpe”, “tú eres mal educado” o “tú eres tonto”. No se juzga el acto que haya hecho en relación con el modelo, se le juzga a él por el acto. O sea que se le está dando al niño una definición de él que no tiene nada que ver con él, por que se le juzga en relación con un modelo que es totalmente ajeno a él. Modelo que puede ser muy conveniente, pero que no es él.
Entonces al niño se le está diciendo: “tú eres eso, tú eres lo otro” y, claro, la actitud afectiva de los mayores hacia el niño depende de ese juicio: “si eres bueno te quiero, te sonrío, te doy caramelos, te satisfago tus caprichos, y si eres malo te quedas sin postre, o no te quiero”, o lo que sea.
Por lo tanto al niño se le va imponiendo la idea de que él es ese niño bueno o malo. Se le está imponiendo una idea, un concepto de sí mismo y se le dice que ese concepto es él.
El niño que ve que todo el mundo funciona así, que todo el mundo coincide, pues no tiene más remedio que aceptar eso porque no tiene criterio, no tiene sentido crítico propio, por lo tanto el niño acepta que “yo soy”: Antonio, niño, torpe, etc. Es decir que se forma uno la idea de sí mismo de acuerdo con este juicio que ha recibido del exterior: “yo soy Antonio”, pero Antonio es un nombre que me ha venido de fuera, que no tiene nada que ver conmigo, y “soy un niño torpe”; soy torpe porque yo debiera ser muy hábil según me dicen y porque soy torpe me critican, me rechazan o, por el contrario si soy listo me quieren, me satisfacen unos deseos, me protegen. Y así se le va imponiendo al niño una idea de sí mismo que no tiene, en sí, nada que ver con el niño mismo.
Quisiera apuntar un aspecto importante en la creación del yo-idea tal y como lo plantea Antonio Blay, y es que muy a menudo este proceso es fruto de una curiosa forma de manipulación. Las mismas personas que le dicen al niño eres torpe, maleducado y tonto, difícilmente definirían así al niño delante de terceros, e incluso se ofenderían si alguien extraño hablara en los mismos términos. Es la rabia, o la conveniencia, o algún otro factor extraño el que les lleva a intentar manipular a la personita en cuestión soltándole tales afirmaciones, a menudo con reiteración lo cual hace aún más triste todo el proceso. Un simple sentido de la justicia, que podría ir alegremente de la mano del amor que sienten por el niño, obraría auténticos milagros.
Me gustaría añadir una reflexión en relación al proceso de creación del yo idea.
Hay que partir de la base que actualmente las persones adultas funcionan des del personaje, por tanto condicionados a su yo idea y yo ideal. Por tanto, la relación con cualquier persona se vive de un modo muy limitado. El niño pequeño en cambi se vive como ilimitado, el es. Pero la influencia de los adultos, como expone Blay, hace creer al niño que no puede ser así, ya no solo diciéndole como debería ser, sino hasta el punto de convencerlo que no debería ser tan inteligente y no puede tener tanta bondad, y aquí esta el aporte. Por un lado se le dice como debe ser. Y por otro de un modo menos explícito; que la limitación del ser es buena para evitar problemas. Total, que bajo este esquema de ideas fuerza, uno queda atrapado en lo que llamamos personaje, que conlleva a la insatisfacción del individuo; por la imposibilidad de expresar auténticamente lo que uno es, y por la formación de un inconsciente lleno de tensiones.
Este modo de funcionar, por desgracia, se ha convertido en un bucle que continúa generación tras generación. Por suerte, tenemos personas que se emplean en un Trabajo para que otros lleguen a ser conscientes de todo ello. Un abrazo y gracias a los aquí presentes Jordi Sapés, Pilar de la Moreta y Jordi Calm.