Acerca de las leyes y su cumplimiento

Blay comentaba que la sociedad se regía por leyes distintas en función de su nivel evolutivo; y distinguía tres niveles de conciencia social: el que se basa en la Ley del mas Fuerte, el que se apoya en la Ley del Intercambio y el que se construye sobre la de la Ley del Amor.

La  Ley del más fuerte fue la hegemónica hasta la Revolución Francesa, la del Intercambio es la que estructura el actual Estado de Derecho y la Ley del Amor es por el momento una utopía que intuimos en una colectividad futura más evolucionada. No obstante, nuestra sociedad actual incluye muchas estructuras que se rigen todavía por la Ley de más Fuerte y presenta también algunas manifestaciones de la Ley del Amor.

Ejemplo del primer caso es la economía de mercado que gira en torno al beneficio y ejemplo de lo segundo las organizaciones que intentan paliar el desequilibrio que produce este sistema, marginando  a sectores de la población hasta el punto de hacer peligrar su subsistencia.

La legislación vigente incluye leyes de los dos primeros tipos.  Ha habido leyes desde que el ser humano empezó a organizarse colectivamente y desarrolló la escritura. Todas las dictaduras se han regido por leyes y todas se han superado desobedeciéndolas. Y las mismas sociedades democráticas han progresado desobedeciendo leyes objetivamente injustas en momentos determinados.  El gran teórico de la democracia John Stuart Mill, manifestó en su obra: Sobre la libertad, publicado en 1859, el temor a que las mayorías aplastaran con su voto a las minorías y en un país líder de la democracia como los EEUU, las personas de color tuvieron que desobedecer unas leyes que les discriminaban.  Para defenderse y afirmarse, las minorías no han tenido más remedio que desobedecer  leyes promulgadas por parlamentos  democráticos; y el resultado de esta desobediencia ha sido un progreso general del colectivo. No solo del grupo que estaba marginado sino de la totalidad de la población, que ha ampliado su mente y su corazón asumiendo formas más acordes con la dignidad del ser humano.

Pero existe también una corriente que actúa en sentido contrario, también en nombre de la libertad, una corriente que identifica libertad con hacer lo que le complace y rechazar lo que le molesta, sin límite alguno.  Esta desobediencia no es social sino individual y se basa en la práctica de la Ley del más Fuerte en su versión más elemental: la violencia. Es una conducta que progresa en la misma medida en que disminuye el sentimiento de responsabilidad colectiva y se aprovecha no obstante de una legislación garantista de los derechos individuales. Esta legislación se desarrolló presuponiendo un grado de conciencia social que en la práctica no se ha producido y el resultado es un incremento del gamberrismo, de la delincuencia, del racismo, del insulto gratuito y de la intransigencia: todo lo contrario de lo que se esperaba.

Si a esto le añadimos una pérdida de confianza en los tribunales que han de juzgar y penalizar la desobediencia y en el poder legislativo que debería canalizarla e integrarla modificando y perfeccionado las leyes, la desorientación está servida: parece que solo podamos optar entre la sumisión cobarde y la rebeldía egocéntrica. ¿Dónde situamos aquí la conciencia?, ¿sobre qué valores podemos edificar un colectivo que favorezca el desarrollo personal y social del ser humano?

La respuesta es que debemos mirar de nuevo a este ser humano y atenderlo. No lo que piensa ni lo que hace sino lo que es y el potencial que posee su naturaleza de ser consciente. La legislación ha de promover el respeto por esta conciencia y facilitar su expresión.

Tenemos que dejar de jugar a  buenos y  malos porque unos y otros han agotado sus ideas y están complicando las cosas en lugar de resolverlas. Debemos rechazar un frentismo absurdo  que obliga a estar de acuerdo con una de las partes e impide que florezca una alternativa real y viable. Ninguna de estas posiciones contempla  la dignidad del ser humano, al contrario: le trata como si fuera un objeto,  le maltrata de palabra y obra, le niega el sustento, conculca su derecho a la disidencia y le impide ejercitar libremente sus capacidades. Todas ellas pretenden uniformar las conciencias y enfrentan a las comunidades entre sí, negándoles su singularidad.                

Toda ley que aliente o refrende estas posiciones se ha de considerar objetivamente inadecuada. Y todo sistema económico y político que lo permita debe ser cuestionado y superado. La realidad está hecha de energía, configurada y ordenada en diferentes formas que necesitan interrelacionarse para mantenerse, por lo tanto debe rechazarse cualquier análisis que afirme lo contrario y  cualquier procedimiento que pretenda sacar ventajas personales de la economía, la ideología, la política o la espiritualidad, ignorando o rechazando alguna parte de este todo que nos incluye.

También debemos contrarrestar de forma decidida toda propaganda orientada a fomentar el pesimismo, el conformismo, el relativismo y el fatalismo porque son formas de describir el mundo que reniegan del potencial del ser humano. La espiritualidad no puede ser una forma de huir de esta realidad porque es la verdadera alternativa a este desaguisado. La conciencia es inseparable de la solidaridad y crece a través del compromiso social.

5 comentarios en “Acerca de las leyes y su cumplimiento”

  1. Me encanta el artículo, describes los diferentes estadios de la sociedad y del indiviuo y las leyes que la rigen. Como ir hacia una sociedad mas equilibrada, eso seria ir hacia la ley del Amor, tener al ser humano en cuenta con su singularidad. Para mi esto es la asertividad, tener en cuenta los valores del otro y los mios y a partir de ahí llegar a acuerdos. Sí solo tengo en encuenta los mios soy agresivo, si solo tengo en cuenta las necesidades de los demás soy sumiso, teniendo en cuenta los valores mios y del otro puede haber un encuentro en ése punto.
    Gracias Jordi.

  2. Me pregunto cuántas personas deberán alcanzar los niveles de la Sociedad de la Unidad y del Amor para que se produzca un efecto contagio capaz de producir una transformación en la Humanidad. Este artículo me ha recordado una conversación reciente en la que yo manifestaba que el colectivo de jubilados de mi generación será muy numeroso y tendrán una gran fuerza de voto. Para mi sorpresa, uno de los contertulios encontró la solución: ¡el voto de un pensionista no debería tener el mismo peso que el de un trabajador!, ¡Tachán, tachán!, se acabó el problema. Está bien claro que los problemas de la Humanidad no son materiales sino de conciencia. Gracais por el artículo.

  3. Desconfío de toda solución que les da a unos individuos más poder en su voto que a otros.
    También desconfío de toda espiritualidad que no ve en el otro a sí mismo, y por lo tanto no quiere comprometerse en el colectivo y considera que lo del espíritu solo se tiene que vivir de manera privada.
    Jordi siempre escribiendo artículos comprometidos, que no dejan indiferente.

  4. Completamente de acuerdo Carlos. Precisamente en mi comentario pretendía significar, evidentemente sin éxito, que me parece una sinrazón limitar el voto de cualquier persona o colectivo…aunque esto ya sucede en nuestro sistema electoral si no me equivoco.Un abarzo.

  5. Efectivamente la respuesta es que debemos mirar a ese ser humano y atenderlo, pero entonces la pregunta sería: ¿Cómo atenderlo si las personas que manejan los hilos a su vez son manejadas por sus personajes?
    Creo que todo pasa porque el vivir despierto y comprometido con la existencia se extienda como un virus silencioso, es decir, que la llama de la conciencia de sí mismo de una persona encienda otra; entonces quizá este efecto contagioso tenga la fuerza suficiente para plantarse ante el poder establecido reclamando con voz firme: ¡nadie tiene derecho de atentar contra la dignidad del ser humano!
    Gracias por el articulo Jordi.

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