Actitud de observación con interés

Entonces, ¿qué se impone hacer? Lo primero de todo, lo primero, lo primerísimo y lo último de todo, es que yo aprenda a darme cuenta de lo que está pasando. Porque mientras yo esté funcionando sin darme cuenta de todo esto, haga lo que haga, será un ir a la deriva. Seguiré un modelo, seguiré un ideal, o una ideología, u otra, u otra… Siempre pendiente de algo externo a mí, algo que me alejará de mí, aunque prometa lo que prometa.

Lo primero de todo es, pues, que yo aprenda a abrir los ojos y aprenda a descubrir por mí mismo lo que está pasando en mí, eso quiere decir que es necesario que se despierte en mí un gran interés para descubrir lo que está pasando, para ver en cada momento qué está ocurriendo. No para juzgarme; no es un examen moral, de conciencia. Sino es, simplemente, una observación de cara al descubrimiento, a un descubrimiento técnico diríamos, a un descubrimiento de unos modos de funcionar.

Por lo tanto es con esta actitud de descubrimiento, diríamos, científico, en cierta forma impersonal, como uno ha de aprender a estar alerta, interesado en observar lo que está pasando en uno constantemente. Pero observar lo que está pasando en uno constantemente no quiere decir que yo esté pensando en mí. Porque cuando yo pienso en mí lo que hago es añadir más líos a los que ya tengo.

Observar es observar, no es pensar. Observar es un acto simple por el cual yo dirijo la atención para ver. No para teorizar, no para comparar, no para especular en ningún sentido sobre aquello que veo, no para interpretar nada, sino para ver, miro para ver, para ver y comprender.

Esta es la actitud fundamental, y que hay que distinguirla claramente de lo que es pensar: es dirigir la atención con ganas de ver y comprender, pero sin querer, por ello, sacar conclusiones de bien o de mal, ni querer referirlo a una teoría o a otra. Es ver por el deseo de comprender la cosa por ella misma, observar lo que pasa. O sea, es una actitud, podríamos decir, científica, una actitud de observación, de descubrimiento. No de elaborar una teoría con lo que veo de acuerdo con los modelos que me han dicho de que hay que ser bueno, hay que ser así o hay que ser del otro modo. En absoluto, es observar para ver y descubrir lo que pasa como si se tratara de una avería mecánica de un motor, donde empezar a teorizar no sirve de gran cosa; lo que hace falta es saber observar lo que está pasando de hecho allí.

Pues esta es la actitud fundamental, desarrollar una actitud de atención, de interés, de observación, de descubrimiento, no de pensamiento. Porque cuando el pensamiento se está refiriendo a uno, esto es el lío gordo, el lío padre y madre, porque es madre de los otros líos; que es cuando yo me convierto a mí mismo en objeto de mí mismo, lo cual impedirá que yo llegue a ser plenamente sujeto. En la medida en que yo me pienso a mí, eso podrá dar lugar a muchas obras literarias y a muchas introspecciones, pero de cara al descubrimiento de uno es fatal, porque va convirtiéndole a uno mismo, la idea de uno mismo, las ideas sobre uno mismo, en objeto de uno mismo. Entonces es una especie de narcisismo en que el uno queda encerrado en su propio cascarón mental.

Es observar; observar es un acto simple, y un acto simple que deja mi mente disponible para vivir en presente lo que está pasando. En cambio, cuando pienso, ya quedo absorbido por el objeto en que estoy pensando, y por lo tanto, cerrado de cara al exterior.

Yo puedo estar atento, viendo lo que pasa en mí, y a la vez estar abierto a lo que está pasando alrededor de mí.

Hay que captar muy claramente esta distinción, entre lo que es estar atento, interesado, y lo que es pensar, especular, razonar, comparar.

Pensar es un proceso, es un proceso de relacionar ideas. Mirar es un acto simple, no hay ideas. O, si hay una idea, es simplemente dar el nombre a lo que se está viendo. Por esto deja disponible la mente. En cambio, el pensar es un razonar: esto es así, esto no es bueno… ya estamos liados.

Antonio Blay Fontcuberta. “Curso de psicología de la autorrealización”. San Cugat del Vallés. 1982.

Imagen: Pixabay

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