Vemos cómo ante el sentido último de la existencia o ante el factor Dios, Absoluto, etc., se da el tipo de personas que dicen: «no, Dios no me interesa». Otros dicen: «quizá sí, pero no tengo tiempo de pensar en ello». Otros: «sí, yo creo que existe», pero no van más allá ni se sienten obligados a más. Otros dicen: «sí, creo en Él y además cumplo con mis obligaciones», adoptando una actitud ante lo superior como si fuera una especie de contrato: «yo cumplo mis obligaciones y por tanto, tengo unos derechos adquiridos». Otros dicen: «yo, en ocasiones le rezo mucho, sobre todo cuando tuve a mi familia tan enferma, o cuando pasó aquel problema tan fuerte». Otros exclaman: «si yo pudiera llegar a tener algún contacto auténtico con Él ». Otros adoptan una actitud más bien de antagonismo: Dios y yo frente a frente; la ley de Dios y la ley mía; la ley de Dios que me pide una serie de cosas, y lo que yo por otro lado considero como derecho propio; creo, pues, que hay una contraposición fundamental entre Dios y yo, entre las exigencias divinas y los valores concretos personales. Viven la situación como si fuese una lucha constante, un constante regateo, en el que se trata de no ceder, o de ir cediendo palmo a palmo, después de muchos esfuerzos; conciben a Dios como una contraposición de la propia afirmación.
Otras personas son capaces de intuir que no se trata tanto de una lucha u oposición, sino simplemente de descubrir esa realidad última a través mío, a través de mi centro, a través de mi autenticidad. Dios no es un problema a resolver exteriormente por mi mente, ni por sólo un acto de fe externa, sino que el problema de Dios es ante todo un problema de sinceridad, de autenticidad.
Se dan cuenta que sólo cuando uno es sincero, cuando uno quiere ver con claridad qué es la Vida, qué es el yo, entonces está también en disposición de poder encontrar a Dios. Conciben, por tanto, a Dios como el término u objetivo final de la progresiva sinceridad interior, y esto lo traducen en una consigna de trabajo con el objeto de alcanzar cada vez más en sí mismos esa necesaria autenticidad y sinceridad.
También se dan las personas que, partiendo de ciertas ideologías de un tipo u otro -puede ser, por ejemplo, una ideología religiosa, o la ideología del yoga en alguna de sus diversas formas, etc.-, se esfuerzan mediante unas disciplinas por seguir un camino que según ellos creen les conducirá a una realización de sí mismos y de Dios.
Finalmente podemos señalar, al término de esta graduación progresiva, aquellas personas, quizá son las mismas que hemos citado en los últimos puntos, que llega un momento en que descubren que Dios no es tanto una realidad a ser alcanzada, no es propiamente algo que esté fuera ni siquiera dentro de mí, que Dios no es algo contrapuesto a mí, sino que es simplemente algo que está funcionando a través mío, algo que es la base consciente y dinámica del Yo y de mi vida, de modo que toda mi labor debe consistir en dejarle paso, en aceptarle, en abrirme a Él para que a través de mí se exprese de un modo cada vez más pleno y más directo toda su energía, toda su inteligencia, toda su fuerza, amor y felicidad.
Antonio Blay Fontcuberta. “Relajación y energía”. Editorial Sincronía 2017. (La primera edición es de editorial Sirius, Barcelona, 1960).