
Uno de los frutos más transformadores que aporta el Trabajo a nuestras vidas es la calidez y profundidad de las que se van impregnando nuestros actos a medida que vamos avanzando en él. Creo que esto es debido a que vamos tomando conciencia, poco a poco, de que el Amor se va instaurando en nuestras vidas. La observación, y progresiva constatación vivencial de que todo lo impregna, todo lo mueve, todo lo relaciona…, nos va haciendo vibrar en su sintonía, modificando maneras de pensar, sentir y hacer, hasta conducirnos al redescubrimiento de nuestra verdadera Naturaleza, hasta llegar a tener la certeza de que Yo Soy eso, Amor.
Cuando comencé el Trabajo ya había leído previamente algo de Blay y me sonaba lo de que somos un potencial de Inteligencia, Amor y Energía. ¡Y además, un potencial infinito! No obstante, por entonces, esta afirmación me parecía un poco inverosímil, porque aunque aspiraba a vivir mucho más plenamente, contemplaba y medía el mundo y a mí misma bajo los patrones sociales adquiridos e interiorizados en mi “Yo Idea” los cuales limitaban y distorsionaban mi visión y percepción Real.
Así que primero había que desmontar todas estas ideas que acostumbran a estructurar nuestro mundo: pequeño, limitado y supuestamente previsible, al que miramos y nos relacionamos desde la dualidad: “yo y el mundo”, con el propósito de convertirlo en algo mucho más grande, real y fuente de infinitas oportunidades, que nos vaya acercando a sentirnos en la Unidad: “yo en el mundo”, formando parte de todo.