Una vez definido lo que es la Palabra y cómo constituye al ser humano, el himno nos comenta que lo hemos olvidado y que, periódicamente se nos ha de recordar. Lo hace en los versículos del 6 al 11:
Hubo un hombre enviado de parte de Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio acerca de la Luz y para que por medio de él todos creyeran. No era él mismo la Luz, sino que vino para testificar acerca de la Luz.
“Era esta Luz la verdadera,
Que ilumina a todo el que llega al mundo.
Él estaba en el mundo, y el mundo llegó a ser por él,
Pero el mundo no lo reconoció
Vino a lo que era suyo,
Y los suyos no lo recibieron”
Nosotros hemos conocido otro de estos enviados; en nuestro caso se llamaba Antonio Blay. Y una de las cosas de las que se preocupó fue precisamente de dejar claro que su persona no tenía una especial importancia. Cada vez que se le preguntaba por su existencia personal, contestaba que eso era muy secundario, que prestáramos atención a su experiencia espiritual porque estábamos en condiciones de reproducirla en nosotros mismos. Porque la Luz verdadera ilumina a todo el que llega al mundo.
Claro, aquí chocamos con una interpretación tradicional de la Iglesia: Juan no era el Mesías, era el precursor, el que tenía que señalar al verdadero Mesías: Jesús. Pero eso no es lo que dice el himno, no dice: “ahora va a llegar alguien iluminado, más iluminado que Juan”, dice que la Luz ilumina a todo ser humano por el hecho de ser.
No obstante, dice también que el mundo no lo reconoce. Y nosotros, que hemos sido educados por el mundo, para prestar servicio al mundo, tampoco lo reconocemos. Peor que eso, no lo reconocemos ni lo recibimos. A veces parece incluso que nos moleste porque reclama atención y eso estorba nuestras actividades, se nos aparece como un elemento extraño en medio de todo lo que hacemos para ser queridos y encontrar sentido a la existencia. Según las instrucciones que nos ha dado el mundo, claro.
Los versos de la izquierda revelan la naturaleza de la realidad y de nosotros mismos, los versos de la derecha explican el tremendo error en el que estamos viviendo. Porque no es cuestión de creer o no creer sino de ser o no conscientes de lo que somos y estamos haciendo en este plano.
Si alguien piensa que basta con creer está muy equivocado; la prueba es que creer no resuelve en absoluto nuestra desorientación. A veces la intensifica. No hay más que ver a estos creyentes que se dedican a condenar a diestro y siniestro; no solo los que postulan dogmas religiosos, también aquellos que sostienen que nos engañan pero excluyen y reprueban a todos los que no se muestran dispuestos a subscribir sus denuncias.
La Luz verdadera no es una forma de pensar, es el reconocimiento de la capacidad de comprender inherente al ser humano; y solo se experimenta observando que todo cuanto existe está ordenado a fomentar la conciencia, incluidos los problemas y las dificultades. Cualquier propuesta que pretenda sustituir la conciencia por el adoctrinamiento es una negación de la Luz que somos y un desprecio por aquellos a los que se quiere convencer.
Juan, como Blay, vinieron a dar testimonio de la capacidad de ver que somos y de cómo podemos entender nuestra realidad ejercitándola y experimentándola en primera persona. Y además de dar testimonio nos enseñaron un camino para hacerlo. Creer significa aquí ver con evidencia. Y es preferible ver poco de forma inequívoca que permitir que alguien nos explique cómo son las cosas y nos obligue a cuestionar lo poco que vemos.
Este prólogo, como ya se ha dicho, es muy profundo; tanto, que por sí mismo nos lleva a volver los ojos hacia nuestra verdadera naturaleza: la espiritual.
Ciertamente, los Maestros, quienes dan testimonio de la Realidad, van por delante nuestro mostrándonos el camino. Pero éste ha de recorrerse individualmente, cada uno por sí mismo, experimentando y separando lo que es pasajero y lo que en nosotros es permanente; reconquistando así la plena certidumbre del “Yo Soy”.
En este sentido el Trabajo nos facilita las herramientas y orientación necesaria para recorrerlo, propiciando que esta conciencia de Ser que evidenciamos vaya otorgando un sentido cada vez más trascendente a la vida y se exprese en nuestros actos; en nuestro entorno y vida cotidiana.
Gracias Jordi por iniciar esta re lectura del evangelio de Juan!
Un abrazo,