Vivir todos los hechos de la vida cotidiana, incluso los más habituales, de un modo constantemente nuevo, intenso y lleno de sentido. Concebir formas nuevas de resolver dificultades, intuir y expresar las realidades superiores del hombre y de la naturaleza, sea a través del lenguaje científico, filosófico o artístico. He aquí dos formas bien distintas de una misma cualidad fundamental: la creatividad.
Pero de estas dos formas de creatividad, la que aquí nos interesa de un modo especial es la primera, la de vivir diario, la que está al alcance de todos y cada uno de nosotros, puesto que no requiere ningún don ni ninguna calificación o aptitud extraordinaria, sino que exige tan sólo la utilización efectiva de lo que cada uno de nosotros ya posee: la vida, la inteligencia, la energía, la conciencia, el amor, la voluntad.
El ser humano, en efecto, es naturalmente creador, del mismo modo que lo es en grado sumo la Vida de la cual él es una elevada expresión.
La creatividad, pues, no la hemos de ver exclusivamente en aquellos grandes artistas cuyas obras admira la humanidad a través de los siglos, ni tampoco en esos hombres geniales en el terreno de los descubrimientos científicos, de las realizaciones tecnológicas o de las innovaciones comerciales.
La capacidad creadora se manifiesta en toda acción que el hombre ejecuta con la plenitud de todo su ser, con la sinceridad, espontaneidad y totalidad de un alma despierta y sencilla. La creación se produce entonces de un modo tan natural como la salida y la puesta del sol, de un modo espontáneo como el movimiento de las ramas a impulsos del viento. Las acciones todas de quien es capaz de actuar así y todas sus palabras respiran una especial grandeza, un frescor y una fuerza, exponentes del proceso de constante renovación de energías vivas que se está produciendo en cada instante en su interior. ¿Cuál es, si no, el secreto que encierra la sonrisa de un niño o la ilusión de una adolescente enamorada? ¿No es, acaso, el hecho de que ambos viven más cerca de la fuente viva de su ser y expresan de un modo directo, espontáneo, natural, sin interferencias, desviaciones ni bloqueos de clase alguna las fuerzas creadoras que están impulsando su personalidad?
De la misma manera, toda persona que pueda vivir conscientemente sintonizada, armonizada e integrada con las energías primordiales que animan su personalidad, manifestará, lo mismo en los actos más sencillos de su vida diaria que en la solución de los problemas de toda clase que se presenten en su existir, la misma grandeza, la misma fuerza avasalladora, la misma delicadeza y la misma inteligencia creadora de la propia Vida que le hace vivir.
Pero lo que el hombre es de un modo natural puede quedar frustrado de un modo artificial. Múltiples factores vienen a interponerse de hecho entre su impulso y su acción, creando un velo de confusión en su mente, dando lugar a toda una serie de problemas, angustias y limitaciones que ahogan su espíritu creador, toda espontaneidad y toda libertad. Factores que encierran artificiosamente la mente humana dentro de minúsculos círculos cerrados en los que sólo impera el hábito, la rutina y el más absoluto automatismo.
El hombre padece, se queja, se rebela, protesta y busca frenéticamente una solución que le permita recuperar su sensación interna de libertad y alcanzar un estado de auténtica plenitud. Pero mientras busque el remedio dentro del mismo círculo en el que está encerrado y utilizando las mismas ideas y actitudes que le son habituales, es evidente que no podrá adelantar ni un solo paso hacia su efectiva liberación.
Para muchas personas, en cambio, ni siquiera se plantea el problema, puesto que no se dan cuenta de la existencia de ningún problema interno básico. Creen de buena fe que el único problema a resolver es el que se refiere a sus condiciones externas de vida: conseguir mayor categoría profesional, obtener más dinero, más comodidad, mayor prestigio, etc. Evidentemente para tales personas, mientras no sientan la presencia de una inquietud interior, ni de una viva protesta por su estado de limitación interna, no existe la menor posibilidad de transformación.
Pero para todos aquellos que, en mayor o menor grado, son conscientes del problema y que no se conforman con las artificiales filosofías y teorías justificativas más o menos sutiles, emitidas por otros que tampoco han logrado salir del círculo, existe la posibilidad de iniciar un trabajo serio de crecimiento mental y, a través de él, de reestructuración y consolidación de una nueva personalidad.
Este es el tema que nos ocupará principalmente en las páginas de este libro: el estudio de los condicionamientos naturales y artificiales, y el modo de neutralizar estos últimos. El resultado de esta neutralización será la personalidad creadora. Por este motivo no ha de extrañar a nadie que en el transcurso de todo él apenas mencionemos de un modo explícito y directo el tema de la creatividad. Esta creatividad de la que estamos hablando no se aprende: es el resultado natural de encontrarse a sí mismo, es la consecuencia inmediata de vivir con madurez de conciencia y hasta el fondo todas las experiencias que la vida nos depara, sin bloqueos, mentiras ni distorsiones; es el resultado de limpiarnos y desprendernos en nuestra mente de todo cuanto es extraño a nuestra verdadera naturaleza.
El camino que conduce a la libertad interior es un camino de simplificación mental. Pero es una simplificación que implica a la vez profundización y amplificación. Es, un camino de sencillez, pero de sencillez desde el centro de nuestro ser. Es un camino fácil de ver, de intuir, pero difícil de recorrer porque requiere el manejo de esas herramientas que nunca hemos aprendido a utilizar de un modo deliberado: nuestra mente, nuestra atención, nuestra imaginación, nuestros impulsos y sentimientos, y de un modo especial nuestras actitudes internas.
Antonio Blay Fontcuberta. “Personalidad creadora. Introducción”. Editorial Elicien. Barcelona. 1967.