Quizá esto lo veremos ilustrado, aunque suene un poco extraño, al hablar de la oración. La oración es frecuentemente una expresión de lo que yo deseo. Lo mismo si deseo ser muy bueno, o muy virtuoso, que si deseo que se solucione un problema que yo tengo, del tipo que sea. Entonces mientras yo estoy formulando mi deseo en la forma de oración, ¿qué está funcionando realmente en mí? Está funcionando un aspecto del sentimiento y está funcionando un aspecto de la mente. Pero no funciona en absoluto el aspecto de la energía.
A pesar de las repetidas promesas que hay, formales, inequívocas, de que todo lo que pidiéramos en la oración nos será dado, de que todo lo que pidiéramos en nombre de Cristo nos será dado, de que si nosotros dijéramos a una montaña (sin dudas en nuestro corazón) que se cambiara de sitio, la montaña se cambiaría…, a pesar de las múltiples afirmaciones que hay en este sentido en el evangelio (sólo para referirnos a la tradición cristiana), a pesar de eso, siempre vamos a la oración con el sentimiento de que vamos a pedir, pero ay!…, es muy difícil que se nos dé. Pedimos porque sentimos la necesidad de pedir, pero pedimos de modo parecido a quien compra un décimo de la lotería, o llena una quiniela diciendo «a ver si hay suerte». Uno tiene una actitud como de que Dios estuviera allá arriba tratando de ver si yo soy buen chico, si me lo merezco o no me lo merezco, si le va bien ayudarme o no le va bien, y entonces, bueno, me dará lo que quiera darme.
Siempre parece que falla algo, o que lo hacemos mal, y entonces la respuesta no viene. Y claro, como esto lo hemos probado con muy buena fe, con mucha ilusión, varias veces…, entonces llega un momento que estamos con miedo, con dudas. Por un lado desearíamos que fuese cierto, que toda oración hecha con sinceridad tuviera respuesta, pero por otro lado tenemos el miedo de que no sea así. Entonces, esa oración que hacemos en esa actitud, es una oración donde se expresa: deseo, temor, una idea de algo, un hacer una cara de lástima, un adoptar una actitud de buen chico… y nada más.
Viendo esto mismo desde un ángulo religioso, podemos decir que esta imagen que tenemos de Dios es completamente infantil. Es como el niño pequeño que pide algo a su padre, y al estar acostumbrado que el padre diga ¡no, no puede ser! o ¡no hay dinero! o ¡has de ser más bueno! O cualquier cosa de esas…, está esperando a ver si pilla al padre en buen momento; pues a veces el padre dice sí, y a veces incluso el padre da algo sin pedirlo. Es un problema que el niño no entiende. Pues esa es la imagen que nosotros tenemos al hacer oración. Y esto es una contradicción muy grande con la noción que por otro lado tenemos de lo que ha de ser el Ser, en sentido Absoluto. El Ser, en sentido Absoluto, no puede no querer, el Ser es todo acto. El Ser es todo don, es todo entrega. No hay condiciones en el Ser. No se trata de que Dios quiera o no darnos algo; Dios, por su naturaleza, es entrega, es entrega total. Es a mi escala humana que a veces yo quiero o no quiero, pues depende de la actitud del momento y de otras muchas cosas. Pero refiriéndonos a la intuición de un Ser Absoluto, estas limitaciones son absurdas, no existen. Dios, como omnipotencia, como omnisciencia, está totalmente en manifestación; por lo tanto, El no puede no querer, siempre es querer. El problema nunca está en que Dios quiera o no quiera; el problema está en que yo esté receptivo o no, esté sintonizado o no lo esté.
Si Dios fuera un Ser extracósmico, si Dios fuera un ser totalmente distinto, aparte de todo, entonces tendría que bastarle el que yo tuviera buena fe para que al expresar mi deseo, esto le movilizara. Pero como parece ser que Dios no es un ser extracósmico, sino que es un ser que es el Ser, y que no hay ni extra ni intra, sino que toda noción de localización y de relación desaparece en lo Absoluto…, y como parece ser que la función y el sentido de la existencia consiste en una expresión progresiva de este Absoluto a través de todo cuanto existe, y que esta expresión está ordenada a través de un crecimiento constante hacia una mayor abundancia de manifestación…, entonces parece ser que es posible establecer una apertura interior a esta realidad, que no se trata de formular una demanda externa a una realidad aparte de nosotros, sino de lograr una receptividad, una sintonía; de conseguir que toda mi capacidad de conciencia (por lo menos por unos instantes) esté presente y receptiva al Ser, a Dios.
Pero ¿qué es mi conciencia? El deseo es un sector de mi conciencia, es un aspecto. Pero luego está la mente, está la intuición, está mi voluntad, o energía… ¿donde está todo esto cuando yo hago oración? Todo esto está retenido dentro porque en el fondo de mi oración existe siempre un temor. Pero cuando yo descubro que tengo una capacidad de acción, y cuando quiero algo, lo quiero no sólo con la mente y con el deseo, sino que lo quiero también a través de mi sector de energía, entonces aquello me movilizará inmediatamente. Y entonces, a la vez que me movilizo, soy más yo que crezco, soy más todo yo.
En el aspecto interno ocurre algo muy parecido. Todo está a nuestra disposición. Pero hemos de poder sintonizar con este todo, o Dios, más que como un padre personal, parece actuar como un principio impersonal. La electricidad, por ejemplo, está ahí, pero yo no puedo sólo pedir que haya luz, yo necesito conocer un poco qué es la electricidad, y que la electricidad circula a través de unos conductores, y que es necesario hacer la conexión adecuada, y luego dar a un interruptor…, y entonces la electricidad, que siempre estaba ahí, se actualiza en luz. ¿Por qué? Porque yo establezco las conexiones, porque utilizo las leyes de aquel principio.
Nuestra conexión con Dios es algo muy parecido. No basta con que yo desee de un modo muy sincero e ingenuo, que yo pida unas cosas; es preciso que yo, todo yo, esté presente y abierto a esa realidad. Que yo conecte con Dios no sólo a través de mi deseo, sino a través de todos los poros de mi ser. Por esto, el primer mandamiento es «amarás a Dios sobre todas las cosas». Y San Pablo dice «amar a Dios con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas». Entonces este amar a Dios no es sólo el amor de un nivel. No sólo una expresión emocional o afectiva (por profunda que sea); es un vivir conectado con esta conciencia de realidad a través de todos los sectores de mi conciencia. Entonces mi energía y mi voluntad no estarán separadas de este aspecto de Dios como energía. Así como mi mente será un modo de conectar con Dios como Verdad y mi sentimiento será un modo de conectar con Dios como amor o como felicidad. Y hasta que yo no aprendo a conectarme todo yo con Dios, no se producen las condiciones por las cuales se puede materializar, se puede actualizar, lo que siempre está ahí.
Me ha parecido muy clarificador el ejemplo que pone Blay de la electricidad, muy gráfico. Por lo que yo intuyo la oración no tiene nada que ver con el nivel ordinario del personaje donde siempre hay alguna petición, por sublime que sea. Muy al contrario es establecer una conexión con Dios o el Ser que movilice la capacidad de ver, amar y actuar que somos para acto seguido ponerla al servicio de su expresión en el mundo.
Exacto. La única petición que se puede hacer es que nos ayude a ser mucho más conscientes de lo que somos. Por lo demás, siempre estamos situados en el lugar al que debemos prestar atención.
Creo que los cristianos debemos ir pasando del «Cristo de la fe» al «Cristo interior».
Los buenos curas predican el Cristo de la fe (en las homilías del Evangelio p.e.). Pero el compromiso de integración crística total ha de ser personal.
Así aprenderemos a orar bien, en mayoría de edad.
Si no es como querer ser adolescentes toda la vida.
Que lo Superior nos ayude a todos.