El ejercicio de despertar (3 y final)

Pixabay

Las dificultades del ejercicio

 

Por desgracia, la experiencia del despertar es muy inestable al principio. Después de tantos años de poner toda la atención en el exterior es difícil cambiar esta inercia de buenas a primeras. Nuestra mente no está acostumbrada a prestar atención a nuestra presencia; está acostumbrada a pensar en nosotros. Se pasa todo el tiempo juzgándonos y considerando lo que tenemos y lo que nos falta, pero no nos presta atención alguna. El personaje todavía nos está educando y piensa en nosotros en términos de futuro. Es más, considera que prestarnos atención a nosotros mismos, tal como somos, es una pérdida de tiempo y una falta de responsabilidad.

 

     Por eso, esta experiencia de visión, alegría y seguridad interior puede borrarse de inmediato si algo que percibimos en el entorno nos recuerda que tenemos que hacer un informe, comprar la cena o planchar unas camisas. No digamos ya si tenemos algún problema; en este caso está claro que no podemos perder el tiempo auto-contemplándonos. Lo lógico sería abordarlo lo más despiertos posible; pero el personaje no opina lo mismo; lo adecuado, para él, es fruncir el ceño, imaginar posibles desastres y sentirnos muy preocupados. Por ejemplo, una de las ocupaciones preferidas del personaje es recordarnos todas las cosas que tenemos por hacer y sugerirnos que no vamos a tener tiempo para atenderlo todo o solucionarlo de forma correcta. Ante este panorama, cualquiera se pone a observar su presencia.

 

     La solución es hacer que nuestra mente se ejercite en despertar y que este nuevo estado de conciencia vaya ganando terreno al habitual de manera progresiva. Pero hay que tener claro que, de entrada, despertaremos solamente breves instantes para volver de inmediato a nuestra cavilación acostumbrada. Si hablamos de “ejercicio” es porque es preciso realizar un esfuerzo para desbloquear una capacidad que tenemos olvidada desde los cuatro años. A medida que nos ejercitemos, cada vez despertaremos con mayor frecuencia y nos mantendremos más tiempo en este estado. Pero si no tenemos al lado alguien que se ocupe de recordarnos que estamos dormidos y que podemos despertar, pronto abandonaremos el intento tachándolo de inútil.

 

     Sabiendo que es imposible mantenernos despiertos de manera constante, lo pertinente es buscar un sistema para ejercitarnos y despertar cuantas veces más mejor. Una buena solución es elegir dos o tres objetos (personas, animales o cosas) y nombrarlos “despertadores”. Un “despertador” es un objeto que, al percibirlo, nos recuerda que hemos de prestar atención a nuestra presencia.  Y a continuación hemos de hacer justamente esto: darnos cuenta de nosotros aquí y ahora. Para, una vez presentes en nuestra conciencia, continuar con lo que estábamos haciendo, pero ahora conscientes y protagonistas de nuestros actos.

[…]

 

     A veces es indispensable parar con la finalidad de enfocar la atención en nuestra presencia, y probablemente tendremos que sobreponernos al personaje que nos insta a “no distraernos”. Por eso este es un ejercicio que hay que hacer en  pequeñas dosis: no conviene poner muchos “despertadores” porque acabaremos por acostumbrarnos y no hacerles caso. Pero hay que conseguir que los pocos que pongamos sean efectivos; y la manera es que al final del día hagamos un repaso del número de veces que han aparecido y de las ocasiones en las que hemos despertado. Esto nos permitirá constatar también, las veces que ni tan sólo hemos recordado la función de despertador que tiene el objeto, ya que nuestra mente estaba absorbida imaginando un problema. Recordar cuál era ese problema nos será de gran ayuda porque nos permitirá contemplarnos, a posteriori, durmiendo; y así veremos que llamarlo “dormir” no es ninguna metáfora: cuando estamos alienados o identificados con el papel del personaje estamos completamente idos, hipnotizados, dormidos; y vivimos una realidad confusa y tergiversada por las fantasías del personaje. Por eso, para nuestro progreso personal, tan importante es la experiencia de despertar como la de vernos dormidos. De hecho, nadie quiere despertar si previamente no se sabe dormido.

 

     A medida que practicamos el despertar, se dará de forma espontánea con mayor frecuencia. Pero también se hará más patente la naturaleza del sueño. Es como vivir en dos mundos paralelos: el de costumbre, con una serie de problemas que se repiten; con una angustia larvada que solo conseguimos paliar o disimular, y con unas reacciones repetidas e inútiles que solo sirven para realimentar el panorama que el personaje nos presenta. Y en otra dimensión, un mundo desprovisto de negatividad, en el que todo es claridad, paz y vitalidad. La diferencia es tan flagrante que, poco a poco, el mundo habitual se nos hace cada vez más insoportable. Y entonces es el momento de prestar atención al responsable de esta pesadilla: el personaje.

 

Jordi Sapés de Lema. «El concepto de personaje en la línea de Antonio Blay». Madrid. 2012

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio