De entrada cuesta una barbaridad distraer parte de nuestra atención para ponerla en nosotros mismos porque de pequeños nos obligaron a ponerla toda en el exterior y nos hemos habituado. Para el personaje ¿qué sentido tiene prestarnos atención a nosotros mismos si nuestra identidad, valor y seguridad dependen de lo que hagamos cara al exterior? Es lógico que pongamos allí los cinco sentidos. De hecho, es mejor que, inicialmente, practiques este ejercicio [ver el artículo anterior: “el ejercicio de despertar (1)”] mientras haces algo simple que no requiera mucha atención por tu parte; por ejemplo: caminar. Puedes caminar y prestarte atención a ti caminando.
Está claro que tú y el acto de caminar son dos cosas distintas: tú eres el sujeto y caminar el lo que haces en este momento. En vez de caminar mecánicamente como sueles hacer, date cuenta de que tú eres el que decides moverte y vive conscientemente esta decisión de poner un pie delante del otro y desplazarte. A continuación puedes decidir pararte y sentarte en un banco: el movimiento ahora es distinto, pero tú sigues siendo tú. Se trata de prestar atención a esta presencia tuya en vez de caminar mecánicamente y “aprovechar el tiempo” para imaginar cómo te irán las cosas la semana que viene.
El resultado inmediato de darte cuenta de tu presencia, de poner la atención en el sujeto, es constatar que ya eres. Algo tan simple como prestarte atención, te hace dar cuenta de que no eres un proyecto sino una realidad. Y esta evidencia desactiva el personaje; porque el personaje es un conjunto de pensamientos, emociones y actos destinados a conseguir llegar a ser. La simple constatación de tu realidad, aquí y ahora, convierte este mecanismo en algo inútil y, automáticamente , se para. La presencia de ti mismo en tu conciencia resuelve de un plumazo todos los problemas del personaje, porque estos problemas se derivan de los obstáculos que él encuentra para llegar a ser; y si resulta que ya eres, se acabó el problema. Es como si de repente, encontráramos algo que andábamos buscando. Si ya lo hemos encontrado, no tiene sentido continuar la búsqueda. Así que los problemas del personaje nunca se resuelven; simplemente cuando despiertas a tu realidad, dejan de tener sentido.
Pero además de darte cuenta de que ya eres, despertar te hace experimentar lo que eres: tu identidad genérica (1). De la misma manera que el mundo onírico muestra situaciones que son imposibles en estado de vigilia; el estado de vigilia ordinario nos presenta una realidad que también desaparece cuando despertamos a la conciencia de sujeto. Cuando tú estás presente en tu conciencia, el pensamiento desaparece y se sustituye por la visión; el deseo y el temor desaparecen y se experimenta una alegría interior sin objeto; y en lugar de la impotencia y la lucha por el poder se experimenta una sensación interna de seguridad y firmeza. Esto no es más que la experiencia de las capacidades genéricas: capacidad de ver, capacidad de unirte y gozar del entorno y poder decidir y transformarlo. Puesto que son genéricas no están condicionadas y, por tanto, no dependen de ningún resultado. Tú las eres y tienes la capacidad de emplearlas. Esta capacidad el lo que vives como identidad. Otra cosa será lo que hagas con ellas y los resultados que consigas, pero tú no dependes de esos resultados; la personalidad social quizás dependa de ellos, pero tú no. Y esto no es ninguna idea, es una experiencia que se realiza con sólo prestar atención a tu presencia.
(1) En esta obra Jordi Sapés distingue el yo-genérico o identidad (capacidad de ver, amar y hacer), del yo-experiencia (la personalidad o el resultado de actualizar estas capacidades ) y del yo-público (cómo somos o creemos que somos identificados por los demás).
Jordi Sapés de Lema. “El concepto de personaje en la línea de Antonio Blay”. 1ª edición. Editorial manuscritos. 2012. Madrid.
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