El estímulo que nos presenta la pandemia

En estos últimos tiempos he experimentado un impulso a hablar de lo colectivo, hasta el punto de que mis textos podían recordar más a la política que a la espiritualidad. El caso es que en otros tiempos, las iglesias estarían repletas de devotos haciendo rogativas a Dios y a la Virgen para que se detuviera esta pandemia pero, en estos momentos, incluso los funerales están prohibidos. Solo se escuchan vanas proclamas de tipo patriótico, llamando a la unidad, para disimular la incompetencia de unos poderes públicos que llevan años al servicio del capital financiero mientras que han desatendido a la población. Tanto desarrollo económico para que nos tengamos que encontrar con un total desabastecimiento en los hospitales, sabiendo que si nos agrede la enfermedad y tenemos cierta edad podemos ser abandonados en un rincón. 

Sin embargo, en estos mismos hospitales los trabajadores de la sanidad están teniendo un comportamiento heroico, algunos están entregando su propia vida. Y lo hacen porque están viviendo su humanidad a fondo, porque son conscientes de su capacidad de hacer, no porque tengan determinada ideología o sean muy espirituales. También un gran número de personas se ofrece a atender a aquellos que están confinados en sus casas por razón de su edad o de su estado delicado. Y los empleados de las tiendas de alimentación, de las panaderías o de las farmacias, siguen en sus puestos, enfrentando el peligro que supone el contacto con el público. Esto demuestra que el ser humano es capaz de vivir en otra dimensión muy superior a la que acostumbra y que si no lo hace es porque las estructuras sociales que nos rigen ahogan el espíritu.

 

La emergencia actual es impactante porque ha desbordado el sistema, pero será positiva si consigue sacarnos de la pasividad con la que llevamos tiempo contemplando situaciones inadmisibles porque no nos afectan directamente. Cuestiones como el cambio climático, la polución atmosférica, los desahucios, los refugiados o la gente que no tiene papeles son tan inaceptables como estas muertes que se están produciendo en el seno de una sociedad que derrocha sin sentido en baratijas de lujo.

 

Debemos reaccionar ante la idea de que todo esto es inevitable. La factura económica que se nos va a presentar en cuanto salgamos de la pandemia nos ayudará a hacerlo porque, si todo sigue igual, se intentará que la paguen los de costumbre y veremos cómo se repiten, a peor, estos años de crisis que justo empezábamos a remontar. Además, ahora que hacemos tanto caso a los científicos, es momento de recordar las catástrofes que llevan tiempo anunciando si no se actúa para detener el cambio climático.

 

Estas decisiones no las puede tomar una economía basada en el mercado y en el beneficio a corto plazo. Si la sociedad continua dependiendo de que alguien haga negocio vamos a terminar viviendo en una distopía tipo “Elysium”, con una reducida minoría a salvo en una reserva, amurallada o en órbita, y la mayor parte de la población viviendo en condiciones infrahumanas. Esto será irremediable en el momento en que la administración renuncie a cualquier tipo de redistribución a través de la fiscalidad y se limite a realizar funciones de policía. Y hacia esto conducen las políticas que van en contra de los impuestos para “salvar los puestos de trabajo”.

 

Cada ser humano con una mente bien formada y un par de manos es un puesto de trabajo. Se trata de que una sociedad consciente y bien estructurada asigne a cada uno unas funciones a desempeñar y le asegure el sustento y las necesidades básicas. A partir de aquí, la creatividad científica, tecnológica o estética se producirá como una manifestación libre y gozosa del ser humano, en vez de constituir un modo de acaparar riqueza y privilegios sobre los demás. Cuando se nos permite ejercitar esta humanidad somos capaces de trabajar sin recompensas económicas, incluso arriesgando nuestra propia vida. No necesitamos más privilegio que el de poder participar en una mejora del colectivo, entendiendo por colectivo la humanidad en su conjunto.

 

Porque los problemas que nos afectan en estos momentos sólo tienen solución en base a una organización social y un gobierno de ámbito mundial, que administre utilizando el principio de subsidiariedad. El principio de subsidiariedad plantea que cada asunto debe ser resuelto por la autoridad más próxima al mismo; y es evidente que los estados tradicionales solo establecen barreras que impiden tomar decisiones eficaces; tanto a nivel superior, en nuestro caso Europa, como a nivel inferior, en nuestro caso las comunidades autónomas y los ayuntamientos.

 

El problema no son los políticos sino el sistema en el que se basan para gobernar y los objetivos que se consideran obligados a conseguir. Pero esto no solo incumbe a los políticos, nos incumbe a todos porque afecta a la humanidad como especie. No puede ser que si se toma una medida fiscal o medioambiental para proteger el planeta, las empresas afectadas se desplacen a otro estado que no las haya implantado. Urge una disminución radical en la utilización de los combustibles fósiles y esto solo se puede resolver a nivel planetario, no se puede diferir con la excusa de que se van a perder puestos de trabajo. En tres semanas de confinamiento la atmósfera del planeta se está limpiando y esto nos indica claramente cual es el camino, esperar que el mercado y las multinacionales lo sigan es de una irresponsabilidad total.

 

Las empresas habrán de continuar funcionando pero, en muchos casos, para producir cosas distintas y con criterios de respeto por el planeta y los trabajadores. No es necesario socializarlo todo, el sector público y el sector privado pueden seguir coexistiendo y colaborando, pero hay que invertir la dirección que ha tomado esta colaboración en los últimos años. En vez de privatizar la gestión de lo público lo adecuado será ahora intervenir en la gestión de lo privado para asegurar de que se atienden las necesidades reales de la población y se revierten los beneficios en la colectividad. Habrá que hacer de verdad lo que se supone que hace la administración cuando contrata servicios públicos a empresas privadas. Y si resulta que esta exigencia no le resulta rentable al capital porque reduce su tasa de beneficio, habrá que recuperar la gestión pública y en paz. Para eso se inventó la intervención del estado en la economía, para satisfacer aquellas necesidades que no eran rentables para el capital. Lógicamente esto implica un grado de imposición fiscal muy elevado que, al mismo tiempo, evitará el atesoramiento improductivo.

 

Y el punto de referencia de esta política económica no puede ser el crecimiento de la riqueza sino la atención a las personas. La humanidad en conjunto no necesita más riqueza, lo que necesita es gestionarla mejor y hacerla útil para todos. Esto no significa repartirla, significa que el que la tiene no puede ignorar al que se está muriendo de hambre o carece de recursos para enfrentarse a la enfermedad; así que deberá invertir en resolver estos problemas con financiación y personal adecuado. No se puede echar a la calle a los inmigrantes sin papeles y prohibirles trabajar, al que ha redactado estas leyes debería caérsele la cara de vergüenza. No se puede exigir a la gente que vaya a trabajar en medio de la epidemia y darles a escoger entre enfermar por el virus y transmitirlo a sus familiares o dejarlos sin comer o sin vivienda. Al empresario que carece de la sensibilidad necesaria para entenderlo se le ha de inhabilitar para ejercer la industria o el comercio. Y al gobierno que no haga lo necesario para impedir que esto suceda se le ha de destituir por incapaz. Esperemos que democráticamente porque, últimamente, cuando se trata de asegurar lo esencial, los votantes no parecen estar muy inspirados.

 

Y cuando hablamos de lo esencial no nos referimos solamente a las necesidades económicas; nos referimos sobre todo a la conciencia. Esperemos que esta situación que estamos atravesando ilumine un poco el ámbito de la espiritualidad y la rescate de las prédicas vacías pronunciadas en tono melifluo mientras se lanzan admoniciones sobre la unidad con la intención de denunciar como malos a los que protestan. No es hora de discursos de autoayuda realizados desde los púlpitos gubernamentales sino de aunar esfuerzos con estos que protestan desde el esfuerzo que están realizando, para escuchar lo que dicen. Es hora de renunciar a restablecer una supuesta normalidad que hace tiempo que ha desaparecido.

 

Nosotros sabemos que lo Superior nos está facilitando a través de estos acontecimientos un estímulo adicional para que actualicemos el potencial que somos: nuestra capacidad de ver, de amar y de hacer. De hecho hace tiempo que vemos que las cosas pueden ser distintas y hace tiempo que lo deseamos, así que ha llegado el momento de llevarlo a la práctica. Si con esto no reaccionamos igual es que como especie no tenemos futuro. Esperemos que sea suficiente para generar una movilización global e iniciar una nueva etapa más humana y consciente.
La figura del Papa Francisco, solo en la inmensidad de una plaza de San Pedro vacía, refleja perfectamente la impotencia del hombre que se cree Dios y la fuerza de Dios que se puede expresar a través del hombre.

 

Vale la pena reproducir sus palabras hablando de la gente:

 

“Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar como nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes, corrientemente olvidadas, que no aparecen en portadas de diarios y revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”

 

Y hablando de Dios:

 

“Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, al bendición de Dios. Señor, bendice el mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Más tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta”.

3 comentarios en “El estímulo que nos presenta la pandemia”

  1. Carlos Ribot Catalá

    A veces es necesario que desde la espiritualidad se escriba esto.
    Es un buen ejemplo de que hablar de Dios no tiene nada que ver con ausencia de compromiso social, debilidad o beatería.
    Gracias

  2. El hacer solidario a nivel humano y planetario, es la respuesta al reto crítico que se nos plantea. Recordemos, cuando pase la tormenta, no debemos volver a la normalidad de costumbre y seguir la rueda que nos lleva al precipicio. No debemos aletargarnos con palabras huecas que doran la píldora y ocultan las intenciones. Debemos calibrar si nuestro hacer y el de los que nos administran, es solidario y sostenible, con un crecimiento en la conciencia del bien común. Esa es la espiritualidad que debemos ejercitar comprometidos y responsables en la relación con todo, dentro del plano de manifestación que compartimos.

  3. Gracias por el articulo Jordi, es muy esclarecedor leer cosas como las que expones sobre todo en estás circunstancias donde hay mucha información tendenciosa sobre la pandemia.

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