Mantenernos despiertos

Al despertarme con la angustia de estos días preparándome para acudir al Centro de Salud, escuché ayer en la radio algo sobre la pesadilla que estamos viviendo. Al salir de casa mi mujer se despidió diciéndome la misma palabra. ¡No!, le contesté. Las pesadillas se producen durante el sueño, y esto es bien real, no sucede mientras dormimos, no es ninguna pesadilla. 

Necesito levantarme un poco antes para prolongar el rato de centramiento. Cada cual que lo viva desde su nivel de conciencia o desde su creencia personal. Yo sencillamente lo necesito. Necesito situarme más tiempo en silencio y mirar hacia dentro, y desde dentro hacia arriba. Nunca antes habían sido los Salmos tan nutritivos para mí. Me alimento de ellos porque Dios es lo que de verdad me mantiene en pie. Al final del centramiento siempre surge alguno especialmente sentido: “Desde lo hondo a ti grito, Señor” (Sal 129): mi oración no es en voz baja, necesito gritar. “No me escondas tu rostro” (Sal 27): porque parece que los hechos que nos suceden están constituidos exclusivamente de muerte y de destrucción. Me quiero refugiar en Él (Sal 90), “como un niño en brazos de su madre” (Sal 130) o “refugiarme bajo sus alas”. O decirle “tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración” (Sal 4).

 

Luego me pongo la mascarilla, como un ritual para hacerme a la idea de que salgo a la batalla, pero antes respiro hondo, huelo el aire y miro al cielo. Pasan dos tórtolas, haciéndose piquitos. El sol ilumina el campo, las flores están saliendo y la tierra respira fecundidad y nacimiento. Llego al trabajo y comento que la naturaleza que nos rodea es ajena a lo que nos sucede, que es vida latiendo, que la primavera está empezando a germinar y que todo alrededor se muestra en su natural esplendor. Una compañera sintoniza con eso y me recuerda que sí, que ayer vio un conejillo correteando por los alrededores. Parece que todas esas manifestaciones de la vida estuvieran ajenas a lo que nos sucede, a lo que vivimos como realidad. Y sin embargo son tan reales, tan verdad, como lo que nos está sucediendo.

 

Me gusta compartir al principio de la mañana la situación de cada uno, qué tal están ellos, sus familias, y contarles cómo he amanecido. Ayer les tuve que reconocer que me levanté con mucha angustia, con mucha necesidad de consuelo y con un gran pesar sentido en el pecho. ¡Ah! , te refieres a eso…, yo también, y a mí, y a mí. Y cada cual cuenta su historia. Y vas notando cómo la gente se abre, comunican sus emociones de una manera que no se atrevían a hacer hasta que alguien habla de ello y se sienten autorizados. Y se desahogan. La mayor parte de la gente está bien, alguno cuenta de su tío que ha muerto o habla de los familiares que están ingresados.

 

Después nos reunimos para repartir las tareas del día, y llega el parte de bajas. Ya son varios los sanitarios que han enfermado, uno de ellos ingresado en el hospital, que también nosotros somos de carne y hueso. ¡Protegéos! Me decía una compañera del 112 que ni siquiera conozco y que me hablaba por teléfono; porque si caéis vosotros quién va a atendernos. En estos días me encuentro a la gente abriéndose de una manera especial, unos se dan permiso para decir cosas como ésa, que casi nos ponemos a llorar los dos a través del auricular; otros refuerzan su modo de reaccionar habitual y se vuelven más secos y ariscos porque tienen 20 llamadas en espera y saben que no van a poderte atender hasta pasados 45 minutos, y eso agobia a cualquiera.

 

Me pongo en marcha, hoy me toca hacer llamadas de teléfono. Sabes que tienes que atender dándoles la mejor respuesta posible, teniendo en cuenta que no sabemos cómo se trata esta enfermedad. Y si les quieres enviar al hospital, decirles que la ambulancia puede tardar 12 horas en llegar, que se busquen un transporte o un taxi. Y A los 10 minutos llama el hijo quejándose porque él vive a 60 Km de su madre, y que le tenemos que poner una ambulancia. Y vuelta a hablar con el compañero de emergencias y otros 20 minutos en espera.

 

Al final de la mañana nos volvemos a juntar para ver las novedades de los protocolos, que cada día hay muchas. La de ayer trató de los cuidados paliativos, de cómo seleccionar a los pacientes según su edad y grado de fragilidad y dependencia. Se nos rompe el alma a todos. Vivimos en una zona donde hay muchísimos ancianos y afortunadamente muchos en buen estado. Y nos parece que esos protocolos son injustos, cómo vamos a ir a visitar al paciente a su casa y decirle que no le puedes trasladar al hospital. Aunque en esta situación uno ya no sabe qué es lo justo; siempre crees que se puede hacer algo más, sin importar que sea anciano. Pero por otro lado dejar al paciente morirse en su casa, sedado, acompañado por su familiar, es digno y no como mueren ahora, solos, sin nadie que les coja de la mano, en una cama del hospital.

 

En esta enfermedad, me cuenta una cuidadora de residencia de mayores, se ponen malos en poco tiempo y pasan de estar bien a morir en 4 horas. Todo supone un situarse ante la muerte de otra manera. Como si fuera una compañera habitual, a la que nos vamos acostumbrando. Las viudas (yo he visto más hombres fallecidos pero no sé las estadísticas) me dicen cómo sucedió lo de su marido, en tan solo tres días. Lo hacen sin aspavientos, aliviándose al contarlo, pero con cierta anestesia emocional, con cierto distanciamiento, con resignación. O cuando saben que su marido está muriéndose en el hospital, con qué entereza relatan que no se va a salvar, que no se puede hacer nada.

 

La segunda parte de la reunión trata sobre cómo debemos actuar con los que se mueren en el centro de salud y qué hacer con el cadáver. Y luego nos vamos a casa, con qué cuerpo y sobre todo con qué cabeza. La mente no para de dar vueltas a pesar de que sé el sinsentido que esto tiene, pero que es tan difícil de evitar: la anticipación de los problemas, de los males que van a acaecer, de lo negro que se va a poner todo.

 

Pero eso es un día, porque al siguiente vuelve a amanecer, y vuelves a ir al trabajo repitiéndote que lo que haces es necesario, que a pesar de todas las dificultades se ayuda mucho. Mas la tentación vuelve: ¿si me pusiera enfermo yo también y me dieran la baja laboral para así liberarme de esta pesadilla?

 

Y de nuevo acude el Antiguo Testamento a iluminarme. Y recuerdo al profeta Elías cuando se esconde, huyendo de los que quieren matarle porque han abandonado a Dios. Y le dice Yavé: Sal de la cueva. Nos lo cuenta el libro de los Reyes un pasaje bien poético: Dios no está en la tormenta, ni en el rayo, ni en el terremoto, está en la suave brisa que pasa… ( Re 19, 3-15).

 

Cada mañana tengo que salir de la cueva, pero en realidad lo que procede hacer es mantenerme fuera siempre. Y desde esa conciencia de mí, de mi angustia, de la dificultad del momento y de la alegría que brota a nuestro alrededor, y de la que soy partícipe, desde allí, desde mi presencia consciente, activa y protagonista, actuar, movilizarme, responder. Y además hacerlo como profundización en el Trabajo espiritual en el que estoy, estamos. A sabiendas de que tenemos muchas tentaciones de encerrarnos y escondernos, de volver a dormir, de desesperar diciendo que esto no tiene ningún sentido. Iluminando esa desesperación con una presencia consciente desde la que se irradia luz y calor, que sintoniza con esta Tierra y con esta vida que nos rodea, que proclama que esto que nos ha tocado vivir hay que vivirlo. Pero con toda la consciencia posible. Como un ejercicio de mantenerse despiertos, de que nosotros somos siempre, y por lo tanto esta situación nos moviliza como un despertador permanente, que nos hace más y más ser conscientes de nuestra naturaleza, y permanecer así durante todo el día.

 

Desde el punto de vista del Trabajo esto es lo que os quería transmitir. Lo que yo creo que nos están enseñando estos tiempos de nuestra existencia. Nos vienen a decir: ¿creías que despertar era para pasar el rato, para algunos momentos? Pues no. Es para que se manifieste tu fuerza, tu capacidad y tu posibilidad de poner en el mundo, tu luz para iluminar y tu amor para estar cerca; en nuestro grande o pequeño mundo de alrededor de nosotros y en el que nos corresponde estar. Y esto no es sólo para los momentos que tengamos libres, o aquellos en los que la vida nos sonríe. Es para ser lo que somos en cada instante y siempre.

8 comentarios en “Mantenernos despiertos”

  1. Gracias Carlos¡¡¡ ahora es cuando podemos experimentar, ser consciente que despertar no es como tu bien dices para unos momentos o pasar el rato, la vida, el Ser se encarga de llamar la atención cuando nos dormimos tan profundamente.

  2. Jordi Sapés de Lema

    Tiene razón Carlos, esto es el despertar de la pesadilla. La pesadilla es la idea de que hacemos más de la cuenta y nadie nos lo agradece, es la idea de que nadie se comporta como debería, la idea de que nadie nos quiere y de que la vida no tiene sentido. Necesitamos la muerte para ver el sentido de la vida, necesitamos que nos sacudan para despertar del sopor, dar lo mejor de nosotros mismos y constatar que los demás nos lo dan a nosotros.
    Enhorabuena Carlos por estar ahí.

  3. Muchas gracias por este maravilloso artículo Carlos y por tu labor. Transmites verdad, bondad y belleza a raudales. A ti te ha tocado ser médico del cuerpo y médico del alma.
    Al hilo de la atención a nuestros viejos, quería señalar unas palabras que escuché del papa Francisco: “La sociedad que no cuida a sus ancianos no tiene futuro ni esperanza”.

  4. Muchas gracias Carlos por compartir con todos nosotros tu experiencia y que podamos saber de primera mano todo lo que esta pasando y sobre todo ver como lo vives desde otro plano de conciencia.
    Me identifico contigo cuando dices, Dios es lo que me mantiene en pie, yo también lo siento así. El que hables de los salmos me parece muy motivador por eso quiero compartir este salmo que es el 23 al que le tengo un especial cariño.
    El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

    Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.

    Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

    Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.
    En estos momentos tan complicados tenemos que ver en todo esto una gran oportunidad, porque despiertos las cosas se ven de otra manera.

  5. Muchas gracias Carlos por contarnos tu experiencia; pero sobre todo muchas gracias por mantenerte despierto aportando luz, amor y energía a esta realidad que se nos presenta en estos tiempos tan convulsos.

  6. Carlos Ribot Catalá

    Os agradezco todos los comentarios. Ha pasado más de un mes desde que empezamos el confinamiento y lo estoy viviendo como un proceso de transformación y de crecimiento. Como los 40 días y 40 noches de paso por el desierto. Estoy viendo cómo a todos nos está haciendo más fuertes. Y me satisface comprobar que esto que nos pasa está haciendo sacar lo mejor de todos y cada uno de nosotros. Y observo desde mi ventana que cada uno tiene algo que hacer, un sentido, algo que aportar en esta situación. Cuando los sanitarios recibimos los aplausos de la gente, en el fondo son aplausos que como un boomerang vuelven a quienes los dan porque cada cual tiene su papel , desde el que ve enfermos, hasta el que cuida a los niños en casa., hasta el que está solo pero desde su soledad nos transmite ternura y compasión. Espero que el mundo que se está recreando en estos momentos sea un mundo mejor, en el que haya menos egoísmo porque aumente el nivel de conciencia del ser humano. Se está dando un proceso poco manifiesto todavía, que es el paso del yo, considerado como algo individual y separado del otro, al nosotros. Está creciendo la comprensión de que somos una humanidad viviendo en un mismo hogar, que participamos una misma esencia, y que se está manifestando en que el destino ya no es del individuo sino de todo el género humano. El reto está en empezar a compartir, lo que supone prescindir de lo parte de lo que cada uno posee, en beneficio de todos. Ya veremos. Un abrazo

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