Todos los que conocen el planteamiento de Antonio Blay saben que el estado ordinario de las personas es el de identificación con una descripción fantástica de nosotros mismos que llamamos personaje. Esta descripción es fruto de una educación, recibida en la infancia, que nos ha desconectado de nuestra naturaleza esencial.
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En esta situación estamos cuando escuchamos las propuestas del Trabajo espiritual por vez primera. Es lógico que este personaje que intenta sobrevivir llamando la atención contemple la espiritualidad como un nuevo medio para conseguir destacar y encontrar reconocimiento del entorno. Y lo primero que el Trabajo espiritual se ha de plantear es contrarrestar este intento negando las premisas en las que se basa el personaje: ni admitimos tener defectos, ni tenemos interés alguno en ser personas extraordinarias. Solo queremos recuperar la conciencia de nosotros mismos.
Esto significa que, de entrada, no tenemos esta conciencia. Hay algo en nosotros que nos impulsa a iniciar este camino, pero no sabemos qué es. Ni siquiera sabemos quiénes somos y tampoco sabemos qué estamos haciendo aquí, pero tenemos la intuición de que hay algo importante que nos está pasando desapercibido: nada menos que nosotros mismos. Así que lo primero que nos presenta el Trabajo espiritual es una incógnita que tenemos que asumir y atender. De entrada, el Trabajo no nos resuelve nada, lo que hace es ponernos una nueva tarea: averiguar qué somos y constatar a qué nos referimos cuando decimos “yo”. Está claro que la descripción derivada de la imagen social ya no nos sirve y, todo lo que estamos haciendo por disimularla o promocionarla, tampoco. Así que esta cuestión de la identidad, “¿quién soy yo?”, implica un corte en nuestra vida cotidiana, nos abre un interrogante y pone patas arriba todas las referencias que veníamos utilizando.
De este modo empieza un proceso que nos llevará a redescubrir lo que ya somos pero habíamos olvidado; se realizará por medio de una serie de ejercicios que abrirán nuestra conciencia y producirán una transformación en nuestra mente. Leer muchos libros y escuchar conferencias puede haber despertado nuestra ilusión, pero para que se traduzca en algo real es indispensable empezar a caminar y no detenernos hasta haber alcanzado un nuevo lugar en el que poder instalarnos psicológicamente.
Jordi Sapés de Lema. “Práctica del camino de Antonio Blay. Método, etapas y transformación”. Extraído del primer capítulo: “El punto de partida de la espiritualidad”. Boira Editorial 2020.
Imagen: Pixabay.
Se puede vivir la vida, toda ella, pasando desapercibidos de nosotros mismos. Pero no es Vida.