El sentido de la vida ¿Dónde está el problema?

Nuestro problema reside en que por una parte ya existe en nosotros esa fuerza, esa realidad, que es la que nos impulsa a buscar la plenitud total; pero por otra parte no hemos desarrollado suficientemente nuestros mecanismos, de modo que no podemos captar ni expresar toda la amplitud, toda la fuerza y todo el contenido de nuestra realidad central. En consecuencia sólo vivimos y nos preocupamos por la consecución de cosas pequeñas y parciales, y por lo tanto, las satisfacciones que nos puede dar la consecución de esos objetivos pequeños se limita a unas felicidades también parciales.

     Parece como si el conseguir la plenitud estuviera subordinado a la calidad y a la capacidad de nuestros mecanismos. Si nuestra mente es pequeña no puede intuir ni ver un objetivo mayor. Si nuestra afectividad es reducida no puede asimilar un afecto más amplio, más profundo. Y no obstante sentimos ansias de algo más, porque de lo contrario no nos sentiríamos insatisfechos. El problema de la angustia, del malestar, el problema de que la vida sea todavía un valle de lágrimas como se dice, no consiste más que en este hecho de que algo en nosotros anda mal, algo está encogido y nos impide funcionar a pleno rendimiento. Porque no hay duda de                  que en todos nosotros existe la posibilidad de llegar a realizar esa plenitud porque ella no es algo que hayamos de conseguir mediante la asimilación o adquisición de cosas exteriores, sino que ha de ser el resultado de la toma de conciencia, de la apertura total de nuestras facultades, de nuestros mecanismos mentales, a lo que es nuestra propia fuente de vida, a lo que constituye nuestro centro.

     En el momento en que podamos sintonizar y abrirnos a esta fuente central de vida, nuestra mente se aclarará con una intuición permanente, constante del sentido de la vida y de las cosas; y nuestra afectividad vivirá en un estado de plenitud consecuente a esta conciencia de unidad que está detrás de todas las formas separadas y nuestra vida recibirá directamente, sin distorsiones, todo el empuje y toda la energía que brota de esa fuente profunda interior. Encontramos aquí, por lo tanto, el camino que nos conduce a la plenitud.

     Esto mismo, expresado en otro lenguaje, podríamos decir que es el modo de llegar a Dios pasando a través de nuestro núcleo central. Habría que cambiar las etiquetas, los nombres. Pero es secundario el nombre que le demos. Si alguien tiene necesidad de llamar a estas cosas con determinados nombres, que lo haga; pero lo más importante es atender al hecho vivo, no a los nombres. Estos sólo son una convención, algo que señalan, que indican, pero que nunca pueden expresar la cosa en sí misma. Por desgracia nosotros nos conformamos con harta frecuencia con los nombres. En cuanto hacemos unas cuantas combinaciones con unos cuantos nombres y unas cuantas ideas, nos parece que ya hemos encontrado el porqué. Y no encontraremos nunca  el verdadero porqué, eso positivo, eso vivo, si no vamos más allá de los nombres hasta la vida misma, hasta la fuerza que nos hace vivir, y que mantiene en movimiento todo cuanto existe.

Antonio Blay Fontcuberta. Plenitud en la vida cotidiana. Editorial Cedel. 1981. Barcelona.

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