El sentido de las dificultades

Siempre que en la vida nos encontramos con dificultades es porque hay algo que hacer. La dificultad es una situación concreta, real, que tiene un sentido, un sentido para nosotros, un significado personal. Y este significado es: que yo he de cambiar algo, o bien en relación con el exterior, o en relación con mi interior. O bien yo he de cambiar el ambiente, de circunstancias – he de tomar una decisión – o he de cambiar mi modo de ver o de sentir.

La dificultad siempre es un roce, una diferencia entre mi modo de valorar el mundo y el mundo tal y como se me presenta. Es un síntoma positivo de la existencia, un síntoma de que algo ha de ser modificado; o la circunstancia, o yo. La dificultad viene siempre como consecuencia de que, o yo he medido mal el exterior, o quiero que el exterior siga siendo de un modo determinado. O bien he petrificado la existencia, o bien yo me he petrificado a mí mismo en relación con la existencia.

 

La vida es una adaptación constante, una creación constante. Por ello, cada vez que yo trato de inmovilizar en mi interior la imagen de las personas o de las circunstancias, me vienen las dificultades. Es mi visión de las personas, de las circunstancias, de mí mismo lo que ha de ser transformado, cambiado. O bien tengo que desarrollar mayores capacidades que hay en mí, o debo rectificar mi perspectiva, mi valoración de las cosas y de mí mismo.

 

Por ello el sentido de la vida no consistirá en que yo me ahorre dificultades, o en que elimine adversidades. Consistirá en que yo viva tan intensamente mi actualidad que la adversidad no sea adversidad, porque no haya nada que pueda ser adverso a mi modo de sentir y a mi modo de hacer. La dificultad no ha de ser dificultad para mí, porque yo he de vivir ensamblado, adaptado a las circunstancias internas y externas. Cuando una exigencia exterior se ofrezca a mí, será una invitación a que yo responda interiormente.

 

Para muchas personas el problema principal es la muerte, la muerte que nos separa de nuestros seres queridos, la muerte que injustamente nos priva de la visión física de nuestros hijos, de nuestros hermanos, de nuestros padres. Una vez más se aplica aquí un erróneo sentido de los valores.

 

Si para mí la vida tenía como sentido la posesión de las personas o seres a quienes quería, entonces viviré la muerte de un modo trágico, y nada habrá que pueda consolarme realmente. Pero si yo descubro que la vida es algo en sí porque es expresión del Ser y que, en tanto que tal expresión, la vida es lo único que es, comprenderé entonces que la muerte realmente no existe, que solo existe la vida. La vida es lo que es, es la expresión de la existencia del Ser que es, y, en su esencia, es eterna, como eterno es el Ser del que la vida es expresión. Lo único que cambia son los modos o formas de vida; nunca la vida. Cuando yo confundo la vida con las formas concretas en que se expresa, es cuando al desaparecer las formas, me sentiré frustrado. Este fenómeno lo vemos un poco cuando los padres, a medida que asisten al crecimiento de sus hijos pequeños, poco a poco van sintiendo como un desencanto, porque aquel niño, tal como lo querían, se les va, deja de ser de aquel modo ingenuo, infantil, y empieza a tener personalidad propia, gustos propios, comienza a írseles de las manos. Y esto los padres, sobre todo la madre, con frecuencia lo viven como si perdieran algo. Los padres, al amar posesivamente a aquel niño, lo confunden tanto con sus formas de expresión que, al desaparecer tales formas, es como si desapareciera de algún modo el ser que aman.

 

Por supuesto, este ejemplo es relativo, pero, en el fondo, es lo mismo que ocurre con las personas mayores. Yo creo que la persona es esto que ven mis ojos. Confundo a la persona con la apariencia física que afecta a mis sentidos. Pero la persona nunca es, ni nunca ha sido, esa apariencia física. La apariencia física es el resultado, la expresión, de la verdadera persona, de la única persona. La verdadera persona es la unidad de conciencia que piensa, que siente y que quiere. Lo que pasa es que yo asocio a esta verdadera persona con su forma física, y, desaparece ésta, para mí es como si desapareciera la verdadera persona.

 

Pero la forma física es como todas las formas; está en un constante proceso de renovación. Pretender inmovilizar las formas es pretender inmovilizar todo lo que es cambio. Las personas a las que amamos no son nunca las formas, sino que es ese espíritu viviente que está animando a las formas, que está dando sentido, riqueza, valor, a las formas. Y esta persona real que está detrás de las formas nunca desaparece, porque es la vida misma. Si yo ahora, en mi vida cotidiana, aprendiera a darme cuenta de que estoy relacionándome, no con cuerpos que se mueven, sino con seres vivientes, con inteligencias y voluntades, con un yo que se expresa, y aprendiera a ver que estoy relacionándome directamente con este yo que hay detrás de la apariencia física, y me viera a mí mismo como yo, descubriría que la realidad misma de mí mismo, como vida, es totalmente independiente de las formas a las que da lugar. Descubriría entonces que la vida es algo al margen de las formas. La vida trasciende las formas. La vida individual –no la vida como fenómeno conjunto, sino la vida individual, la individualidad- trasciende las formas individuales a que da lugar. Descubriría, pues, que sólo existe vida, que sólo hay vida, y que la muerte no es nada más que una mera transformación de formas, y no afecta para nada a lo que es vida.

Creatividad y Plenitud de Vida

Antonio Blay Fontcuberta

2 comentarios en “El sentido de las dificultades”

  1. Carlos Ribot Catalá

    Querido Antonio. Qué difícil se me hace entenderte a veces. Y ésta es una de esas.
    Ahora bien, cuanto más me vivo desde lo que soy, más veo a los demás que son lo mismo que yo. Y en eso, sí te voy entendiendo.

  2. Cuando la identificación es con el yo esencial, se comprende que la vida de la individualidad, trasciende las formas individuales. Entonces se pueden ver las sucesivas transformaciones, como el acto creativo del potencial en la entidad viviente, expresándose en las diversas formas cambiantes con la intrínseca necesidad de la plena conciencia de ser

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